'Esclavos' del armador
Los 24 marineros filipinos del 'Prestige' cobraban sueldos 'basura', según los sindicatos
El pasado 20 de noviembre, José Manuel Ortega, inspector en Galicia y Asturias de la Federación Internacional de Transporte (ITF), el sindicato del mar más poderoso del mundo, entró al hotel Avenida de A Coruña sin su acreditación sindical para no ser descubierto. Atravesó el salón y entregó a Grigore Irofte, 36 años, soldador rumano del Prestige, 25 tarjetas con su número de teléfono para que las repartiera a los tripulantes. Dos años antes, cuando se hundió el Cristal, barco de bandera maltesa en el que murieron 11 hombres, un guarda de seguridad lo sacó en volandas de ese mismo hotel.
El sindicalista y capitán de marina mercante, 46 años, esperaba que alguno de los 24 filipinos rescatados del buque atendiera a su mensaje y le informara de las lamentables condiciones laborales en las que trabajaban, algo habitual en los buques con bandera de conveniencia. Y el Prestige ondeaba la de Bahamas, un paraíso para armadores sin escrúpulos.
Mientras la tripulación permaneció en Galicia, ninguno de sus miembros llamó a Ortega, una de las pocas personas que consiguió romper el control que los aislaba de periodistas y sindicalistas. El oficial griego, el soldador rumano y los 24 marineros filipinos sólo esperaban que el desconocido armador que los contrató les enviara la liquidación de salarios atrasados, una cantidad por la pérdida de equipaje y los billetes de vuelta para su repatriación: 250.000 euros que la agencia marítima Finisterre, representante del armador, recibió del dueño del buque.
El 24 de noviembre, 10 días después del accidente, todos menos el capitán Apostolos Mangouras, 68 años, que seguía en prisión, abandonaron España en silencio. Nadie, salvo Francisco Javier Collazo, el juez de Corcubión que investiga el caso, les sacó una palabra sobre el accidente.
El día 25, en Manila, un equipo de una productora canadiense que dirige Michele Smith les esperaba para relatar la explotación que sufren los marinos filipinos. Pero se esfumaron de la cámara.
Ortega interpreta así su silencio: "Seguro que los aleccionaron para que declararan lo mismo. Es un práctica habitual en todos los accidentes. Se busca una versión homogénea, para que el armador cobre del seguro. Cuando siguen el guión, cobran y se van". Eso es lo que hicieron todos: desde Reymond Viray, camarero filipino de 22 años, el más joven, a Nikolaos Argyropoulos, de 63 años, jefe de máquinas.
Ireneo Maloto, 39 años, primer oficial de cubierta; Alvaro Escabusa, 38, electricista, y Nelson Mortalla, 34, cocinero, embarcaron en el Prestige en Fujaira, puerto de Emiratos Árabes Unidos, en mayo de 2002, al igual que la mayoría de los 24 filipinos contratados allí a través de la empresa Laurel Philippines, una de las decenas de compañías filipinas que suministran tripulantes a la flota mercante. Filipinas es el país que aporta más mano de obra al mar, el 22,5% del total, y la más barata.
Todos los tripulantes del Prestige, a excepción del capitán, habían firmado sus contratos en su país de origen y no en Grecia, sede de la familia Coulouthros, propietaria del buque; una practica habitual en los buques de bandera de conveniencia para abaratar costes.
Grigore Irofte, el soldador rumano, firmó un contrato por 750 euros mensuales en el que se incluían las horas extras. La tercera parte de lo que pagan otras compañías. El bombero José Carmelotes, 44 años, cobraba 1.400; Walter Cueto y Efren Pajam, ambos de 26 años, limpiador y camarero, superaban los 600. Sueldos muy modestos que rozan "la explotación", según medios sindicales. Los salarios que se pagan a filipinos y chinos son los más bajos del mercado. "Hemos visto sueldos de 300 euros al mes", señala Ortega.
La entrada en vigor del Convenio sobre Seguridad y Guardia de Mar que obligó a renovar todas las titulaciones redujo a nueve las 100 escuelas filipinas que formaban a los marineros. "La mayoría no cumplían ni el número de horas ni los programas mínimos de formación", dice el director de una agencia marítima de Bilbao. Un estudio de la Universidad de Gales ha descubierto 13.000 titulaciones de marinos falsas.
Irofte, el rumano contratado en la escala griega del petrolero, ha declarado al juez cómo vió llorar a los filipinos en la cubierta cuando se produjo el impacto que provocó la grieta. ¿No estaban suficientemente preparados?. Ortega, el sindicalista de ITF que les visitó, reconoce que ignora su preparación, pero añade: "El pánico es libre".
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