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Crítica:CRÍTICAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Asombrosa iluminación íntima

El incatalogable cineasta japonés Takeshi Kitano, como es su costumbre, sueña en esta sorprendente Dolls otro itinerario nunca antes recorrido y que, una vez que se ha llegado a su fondo, expulsa hacia el espectador un intenso sabor a camino agotado e irrepetible. La pantalla donde flotan estos dolientes y hermosos muñecos humanos se desliza con serenidad, delicadeza y precisión extremas sobre un escenario -o, más exactamente, sobre un ámbito de poema trágico- prodigiosamente iluminado por ideas, construcciones y colores procedentes de imágenes ancestrales del arte japonés. Y, dentro de ellas, la cámara de Yanagijima y Kitano sigue con exactitud matemática los quiebros del trazado de una apasionante (y morosa y desquiciada) aventura de pasión, sacrificio y muerte, un grave relato de amor situado en el límite de la locura y pintado con luz cegadora por el asombroso instinto para conjugar sucesiones de colores del pintor que lleva escondido dentro este célebre cineasta isla, sin equivalente en el cine de ahora.

DOLLS

Dirección, guión y montaje: Takeshi Kitano. Fotografía: Katsumi Yanagijima. Intérpretes: Miho Kanno, Hidetoshi Nishijima, Tatsuya Mihashi, Chieko Matsubara, Kyoko Fukada. Género: drama, Japón, 2002. Duración: 113 minutos.

No es fácil llegar allí donde nos propone que vayamos este arriesgado filme, pero una vez embarcados en su envolvente sucesión de atmósferas no hay manera de escapar del poder de seducción que emana de ellas. Y cautiva la serena, aunque con trasfondo exasperado, busca ritualizada de Kitano de una fusión entre un horror y un lirismo que él quiere desnudos, en estado de absoluta pureza, a causa de la radicalidad de su origen, que está en el poema trágico El suicidio por amor de Sonekazi, escrito a finales del siglo XVII por el poeta trágico japonés Monzaemon Chikamatsu, que destinó la estremecedora liturgia escénica de su obra al repertorio del Bunraku, el secular teatro japonés de marionetas, de cuyas antiquísimas tradiciones arranca Kitano los frágiles muñecos de Dolls. Y lo hace con plena consciencia de que está pisando, y quizás vulnerando, un territorio sagrado, pues roza, con peligro de arañarlo y degradarlo, un sublime rasgo de identidad del arte de su tierra. Pero el ingenio de este notable pintor cineasta vence y sitúa el filme a la altura de la nobleza de sus fuentes.

El delicado lienzo donde se despliega la asombrosa y deslumbradora sucesión de cuadros ritualizados por Kitano es el flujo del tiempo, la formidable y exquisita construcción de tiempos poéticos que emprende. Porque lo que vertebra Dolls es un despliegue de refinada musicalidad y en ella, como notas en un pentagrama, se comprime la lenta y vigorosa sucesión de los sucesos y se construyen las solemnes escalas de las ceremonias, los paisajes, los choques y las composiciones de los intérpretes, que asumen su máscara de forma plena, radical, sin intentar dejar en la pantalla huellas de realidad, de naturalismo y de gesticulación blasfema.

El desarrollo de cada episodio de Dolls tiene -con total fidelidad a las ceremonias escénicas del Bunraku, de las que Kitano da una síntesis en la escena inicial- forma circular, lo que equivale a mover la secuencia sobre un tiempo o tempo de rondó, que -para Douglas Sirk, que conocía a fondo este misterioso correlato de formas- es la médula musical del melodrama noble, colindante con la tragedia. Y de ahí, de ese tiempo de rondó, saltan los hilos que conducen a una confluencia de formas -identidad entre poema trágico, pintura y música- que arrojan luz dentro del prodigio escénico que alberga este filme complejo y no fácil de ver, pero con gran poder de captura gracias a la sutileza con que inunda nuestros ojos con la luz una joya escénica remota y, sobre todo, gracias al portentoso ingenio visual que da alas a la insólita aventura y la hace elevarse a cine exquisito, de grande y rara nobleza.

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