Un hermano en Guantánamo
Después del colosal atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, el periodismo occidental consiguió una proeza. Consiguió convertir en drama humano una explosión abstracta que entró por nuestros ojos en forma de ficción televisiva. Durante días y días, en efecto, los medios se llenaron de rostros y de historias concretas que consiguieron traducir la auténtica medida humana de aquel horror que inicialmente había parecido de película. Ante nuestros ojos comparecían los muertos de Manhattan. Decenas de rostros con sus vidas corrientes, sus entrañables sueños truncados, sus desconsolados familiares. Entre ellos estaban los padres de los españoles desaparecidos, desencajados por la horrible espera, contando entre sollozos la historia de sus hijos. Los interesantes recursos con que el periodismo personalizó aquella tragedia no tuvieron, sin embargo, continuidad en la guerra de Afganistán, cuyo enorme sufrimiento humano apenas transcendió la muralla de lo abstracto. De vez en cuando veíamos sangre, destrozos, lágrimas, pero siempre eran anónimas. Eran gentes sucias las que sufrían. Hablaban lenguas extrañas, habitaban en lugares polvorientos que no conocíamos, ninguna de sus casas destrozadas había salido en las películas.
Ahmed lleva un año secuestrado por el ejército americano, ante la total indiferencia del Estado español
Todo este preámbulo viene a cuento de la historia de Ahmed Abderrahman, ciudadano español preso en Guantánamo, aislado, torturado, vejado, enjaulado, conculcados todos sus derechos, acusado de formar parte de Al Qaeda. Ahmed lleva un año secuestrado en un campo de detención por el ejército americano, ante la total indiferencia del Estado español. Ahmed no es un español de origen immigrante: nació en Ceuta, la españolísima Ceuta. La hermana de Ahmed vive en Girona y trabaja en una conocida pizzería. Se llama Nayat Aderrahman, tiene 21 años y está casada con Mohamed Sadak.
He estado en su piso para hablar de su hermano. Es un pisito, limpísimo y blanco, de una sola habitación. Nayad parece una chica alegre. Habla un castellano primoroso y se defiende en catalán. Se toca con un velo negro, pero viste a la occidental, con pantalones. Sus ojos chispean con gracia infantil: habla del niño que espera y de las bromas que le hacen sus compañeras de la pizzeríaa cuando ella les habla en catalán. Mohamed es más serio. Tiene unos 27 años. Realizó estudios en Tánger. Viste un jersey azul marino de cuello alto que, gracias a su barba recortada y sus medidas palabras, le da un aspecto profesoral. La situación de esta joven pareja recordaría la de tantas otras que, no sin arduo esfuerzo, inician una esperanzada vida en común. Pero sobre sus ya frágiles espaldas ha caído el peso de la tremenda situación del hermano. Desde este pisito, con sus vidas precarias y humildes, lejos de la Ceuta natal y familiar, intentan defender (con la inestimable y desinteresada ayuda del célebre abogado Javier Nart) los derechos básicos de Ahmed, extirpados por la voluntad de un gigante.
La mayoría de los miembros de la familia Abderrahman están sin trabajo en Ceuta. Buscando el sustento, algunos de ellos llegaron hasta Cataluña. Ahmed, el de Guantánamo, estuvo trabajando de camarero en Girona y de panadero en Cassà de la Selva. No acabó de encontrar estabilidad y regresó a Ceuta. Intentó ser funcionario, sin conseguirlo. Había sido un buen estudiante, cuenta Nayat, con su cálida mirada de hermana: "Era serio y responsable. No se metía en conflictos. Era un chico listo. Le gustaban las matemáticas". Se marchó a Londres. De vez en cuando llamaba a su mamá. De repente, no supieron más de él. Hasta que su foto apareció en la tele el 31 de enero del 2002. Había sido detenido en Pakistán y trasladado a Guantánamo. "No podía creerlo".
Nayat y su marido intentan desde entonces que el gobierno español le preste ayuda consular. Francia y Suecia, por ejemplo, defienden con encono a sus presos de Guantánamo. Pero España está haciendo la vista gorda. Por imperativo legal, debería "defender los intereses y llevar una eficaz política de protección de los ciudadanos españoles en el exterior". Funcionarios consulares han realizado solamente dos visitas a Guantánamo en un año. La primera sirvió para determinar la ciudadanía española de Ahmed Abderrahman. La segunda, para nada.
Nayat no afirma la inocencia de su hermano. No pide su libertad. No sabe qué hizo. Pero sabe que le han conculcado los derechos básicos. Se sorprende de la campaña política y solidaria que obtuvo aquel español de Miami condenado a muerte, que consiguió la libertad y ahora es famoso. No pide tanto. Pide únicamente que se aplique el derecho internacional, que se restablezca el derecho a la defensa de Ahmed, a un abogado, a un régimen de visitas. Pide saber de qué se le acusa. Y pide un trato digno como persona que es. No pide su libertad, sino que la detención se ajuste a las normas internacionales y no a la arbitrariedad del ejército americano. Pide la dignidad a que todo preso tiene derecho. Y tutela judicial. Según el informe que ha presentado Javier Nart al ministerio de Ana Palacio (que no ha tenido respuesta), se están violando todas las normas internacionales. Los tratados obligan al Estado español a defender a sus presos. Y a Estados Unidos le obligan a aplicar las leyes de guerra y las resoluciones internacionales sobre derechos humanos, civiles y políticos, sobre la ilegalidad de tortura y las penas inhumanas o degradantes, sobre los principios que protegen a los presos. No puede entender Nayat por qué razón el Estado democrático español ha abandonado a este hijo de Ceuta. "Un moro menos", dice Mohamed, el marido, que deben de pensar en el Ministerio de Exteriores. Un hombre que amasó el pan entre nosotros lleva un año torturado. ¿Por qué en este caso dejamos en el congelador la indignación democrática que produjo el caso Lasa y Zabala y la piedad que nos producen las víctimas de ETA?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Comandos terroristas
- Opinión
- Detenciones
- Españoles extranjero
- Al Qaeda
- Política exterior
- Estados Unidos
- 11-S
- Atentados terroristas
- Islam
- Gobierno
- Administración Estado
- Migración
- Grupos terroristas
- Relaciones exteriores
- España
- Proceso judicial
- Administración pública
- Terrorismo
- Demografía
- Política
- Religión
- Sociedad
- Justicia