Serrat, en su salsa argentina
Me lo habían comentado varios amigos latinoamericanos: para entender del todo lo que significa Joan Manuel Serrat hay que verlo actuar en Argentina. Vale que es catalán, añadían, pero en Argentina lo hemos adoptado como si fuera uno de los nuestros; para los argentinos es más que un cantante, es todo un símbolo. Iba avisado, pues, cuando hace unos días le vi actuar en el Rex de Buenos Aires, un teatro situado nada menos que en la calle de Corrientes, en pleno corazón del tango.
Debo advertir, para que no quede ninguna duda, de que iba doblemente avisado, ya que mi amigo Francesc Relea, el corresponsal de EL PAÍS en Argentina, que fue quien me llevó al teatro, lo había entrevistado hace un año y se quedó asombrado del fervor que levanta Serrat en Buenos Aires. "En el corto trayecto del Hotel Alvear a una cafetería", me contó Relea, "la gente se paraba a abrazarle, le felicitaban, le daban las gracias. Los taxistas lo saludaban al grito de '¡nano, nano!' y hasta hubo alguno que se bajó del taxi para darle un abrazo". El teatro Rex, no hace falta decirlo, estaba lleno hasta los topes, con mayoría de mujeres cuarentonas con aspecto de saberse de memoria todas las canciones de Serrat y todos los aspectos de la vida del nano. "Serrat lo es todo para nosotras", me explicó una de ellas con un hablar atropellado por los nervios. "Él vino a actuar aquí por primera vez en los años de la dictadura, jugándose la piel, y no lo hemos olvidado. Siempre que vuelve lo recibimos efusivamente. No hay otro como él".
Desenfreno con Serrat en Argentina. Al 'nano' los porteños lo consideran uno de los suyos. Ser catalán allí es un grado
El espectáculo empezó con puntualidad porteña (es decir, 20 minutos después de lo anunciado). El ambiente parecía frío, pero cuando apareció Serrat en el escenario fue el delirio. El público puesto en pie, mujeres histéricas, gritos de "maestro", "genio", etcétera, y una cerrada ovación. Serrat lo agradeció con canciones, que es lo que tocaba. Cantó varias de su nuevo disco, Versos en la boca, y ofreció unas cuantas de su repertorio histórico, ese que la gente se sabe de memoria y casi no le deja cantar. Fue entonces cuando una ola sentimental invadió la platea y los anfiteatros de una marea inequívocamente serratiana. Mediterráneo levantó un aplauso sin fin, a pesar de que ese mar quede tan lejos de Buenos Aires, y la machadiana Caminante no hay camino hizo que todos se pusieran en pie. "Los argentinos necesitamos a Serrat en momentos como éste", me contaba un amigo porteño. "Él sabe darnos esperanza cuando las cosas van mal. Desde la malaria del corralito que este país vive casi sin esperanza, y es por eso por lo que la visita de Serrat nos reconforta. En este momento en el que la clase política está tan desprestigiada, estoy seguro de que si Serrat se presentara a presidente ganaba de largo. La gente confía en él". Serrat lo sabe. Sabe que es un fenómeno en Argentina, más que un cantante, un símbolo, y es por ello por lo que se permitió algunos guiños a su público porteño. Fue en la única canción en catalán del repertorio: La cançó del lladre, una canción popular del siglo XVIII. "En aquel siglo", dijo, "los ladrones iban embozados, pero ahora me temo que no sólo van a cara descubierta sino que salen en la televisión y en los periódicos como personas importantes". No hizo falta más: todos supieron de qué hablaba y rompimos en un gran aplauso. En la calle, aquella misma mañana, había podido ver cómo en el caluroso verano de Buenos Aires seguían las manifestaciones frente a los bancos al grito de "chorros, chorros, chorros, devuelvan los ahorros". El país está jodido, pero queda la esperanza, eso que tan bien sabe darles Serrat.
Al terminar el recital fue el delirio. Los pasillos laterales se inundaron de fans cuarentonas con ganas de ver de cerca al ídolo e incluso alguna logró subir al escenario para darle un beso o entregarle una carta. El público, puesto en pie, gritaba como si estuviera en la cancha del Boca: "Oé, oé, oé, oé, nano, nano...", y muchos de los asistentes le lanzaban gritos de "gracias". Serrat, desde el escenario, lo agradeció con unos cuantos bises y lanzando besos al que ya es su público de toda la vida.
En los camerinos, al ver que Serrat hablaba en catalán con algunos amigos, una porteña comentó: "Esto es catalán. Deben de ser sus parientes. Me encanta oír hablar en esta lengua". Lo que no consiga Serrat...
Para acabar de rizar el rizo de la auténtica dimensión serratiana, al día siguiente, mientras pasaba el control del aeropuerto para subir al avión de Ushuaia, un policía echó un vistazo a mi pasaporte y comentó: "Otro catalán". Al preguntarle si venían muchos por allí, comentó: "Es como una invasión". Por suerte, cuando ya temía que iba a ponerse a hablar de las Malvinas, suavizó el gesto y añadió: "Son ustedes bienvenidos, especialmente si son como Serrat".
Curioso cantante, curioso símbolo Serrat, venerado incluso por los policías. Desde luego, mis amigos argentinos tenían razón: sólo cuando ves a Serrat ante su público argentino puedes darte cuenta de hasta dónde llega el fenómeno. Serrat, la esperanza.
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