Si se calla el tambor...
No acabo de entender cómo es posible que el Tambor de Oro, la distinción más representativa que la ciudad de San Sebastián otorga anualmente a ciudadanos vinculados con la capital guipuzcoana, haya quedado desierto este año por segunda vez en su historia, tras constituirse como tal en 1967. Y no acabo de entenderlo precisamente porque candidatos idóneos los hay, por encima de ideologías y partidos y, además, la ciudad de San Sebastián no se merece que la contienda política y la pugna electoralista se anteponga a la imagen misma de Donosti, a sus gentes y sus señas de identidad.
Sólo existe un antecedente histórico de una situación similar. Fue en 1984, cuando la Duquesa de Alba se quedó sin su premio pese a que el Centro de Atracción y Turismo (CAT), entidad municipal que otorga la distinción, consideró que la aristócrata era merecedora de él por veranear en ella todos los años. Es posible que en aquel momento la decisión fuese acertada, aunque desconozco si existían, como existen ahora, personas merecedoras del galardón.
Lo cierto es que este año la historia vuelve a repetirse y yo me pregunto, por referirme únicamente a un caso ejemplar, reconocido por todos los que repudian la violencia: ¿Es que Ernest Lluch, que mostró en incontables ocasiones hasta el día de su asesinato un apasionado amor por San Sebastián, no se merecía a título póstumo tal distinción? Lamentablemente, su incansable trabajo en favor de la concordia y de la paz, su demostrado cariño a esta ciudad, seguirá durmiendo el sueño de los justos mientras los políticos continúen a la gresca por arañar un sólo voto. Este año no será posible, aunque pienso que Lluch, tarde o temprano, también tendrá su Tambor. Lo mismo se podría decir de otros posibles candidatos cuyos méritos son indiscutibles. No hace falta ser un santo o un genio para amar San Sebastián y hacer gala de esa sensibilidad en cada circunstancia, sobre todo cuando uno no vive allí y pena por su paisaje, por su mar, por su gente. Otros lo han hecho antes y ahí están sus nombres, como el de Iñaki Gabilondo, donostiarra de nacimiento y merecedor del Tambor de Oro de 1989.
El Tambor de Oro premia el trabajo desinteresado de una persona u organización en la promoción de la ciudad, de su cultura, de sus raíces, de su carácter. Tradicionalmente, las deliberaciones han sido polémicas, pero el pueblo no entiende de rigideces ni de normas y hace ascos a las interpretaciones interesadas. Tal vez, por esto, la poesía podría ser en estos casos la fuente de reflexión donde los políticos encontrasen la motivación para realizar el esfuerzo necesario con el fin de buscar en esas parcelas íntimas de su sensibilidad el entendimiento que haga posible evolucionar a su conciencia hasta sacrificar si es necesario esos tímidos complejos ideológicos en favor de una forma romántica y altruista en beneficio de los sentimientos históricos de su pueblo.
Para los que amamos San Sebastián resulta todo un despropósito que el Tambor de Oro quede desierto. He defendido con vehemencia la que denomino teoría del político romántico. En mi libro Sueños de Libertad (Editorial Cambio) la he expuesto con amplitud. El pueblo necesita de políticos sensibles, capaces de interpretar el sentir de los ciudadanos, de abrir sus conciencias a las ideas y a la poesía y, en definitiva, a la vida, a los valores de libertad, paz y solidaridad que garantizan el bienestar social, la riqueza cultural e intelectual, la dignidad de la condición humana. Los políticos debieran en muchos casos a la hora de legislar aprender de la sensibilidad de los poetas para hacer suya la voz del pueblo, de esos poetas vascos que, como Gabriel Celaya, Blas de Otero o Bernardo Atxaga, fueron capaces de expresar con su obra todo su amor y toda su ideología, toda su plenitud vital, como yo pretendo expresar aquí, también con unos versos, mi amor por una ciudad, mi irrenunciable amor por San Sebastián en homenaje, humilde pero sentido, a mi Tambor de Oro imaginario, el pueblo vasco en su lucha por la paz, porque si se calla el tambor calla la vida...
Manuel Domínguez Moreno es escritor, y editor de Cambio 16.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.