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Columna
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La televisión y los aztecas

Juan Villoro

Los antiguos mexicanos escrutaban su destino en el espejo humeante del dios Tezcatlipoca. Quizá a causa de nuestros inauditos problemas de tránsito, los aztecas de hoy preferimos que las costumbres, los hábitos de consumo y la forma de votar se decidan en la pantalla de la televisión. Entre los cien millones de mexicanos hay tantos televidentes que el horario "triple A" abarca el día entero. No es de extrañar que la transición a la democracia fuera protagonizada por un hombre de carisma mediático, capaz de lucir natural dándole un biberón a un becerro o comiendo sandías con una tribu. Vicente Fox ganó la televisión antes que la presidencia.

La paradoja es que se ha vuelto indiferente al medio que lo encumbró. Es cierto que la época navideña otorga vacaciones de realidad y limita el sentido de la tragedia a morder peladillas en una temporada sin dentistas, pero esta paz de baja intensidad suele presagiar tempestades. El 27 de diciembre de 2002 un comando contratado por TV Azteca tomó las instalaciones de la televisora CNI. Las dos empresas sostienen desde hace años un litigio sobre la propiedad de Canal 40. Amparada en un laudo de la Corte Internacional de Comercio de París, TV Azteca tomó por la fuerza lo que considera suyo. Desconozco los pormenores legales del asunto y la competencia de una judicatura extranjera en el reparto de la mediósfera nacional. Lo alarmante es que una compañía aplique la ley al margen del Gobierno. Más extraño aún es que los días pasen sin que el presidente, el secretario de Gobernación o el secretario de Comunicaciones y Transportes muestren otra reacción que el silencio. De acuerdo con la sociología popular, una semana de indiferencia oficial equivale a un permiso en regla. Aunque más tarde opten por la deseable rectificación, Fox y su equipo han aprobado la ocupación armada de un canal independiente. Esto lleva a buscar motivos para el pasmo. Canal 40 se ha significado por su información crítica; su principal noticiero ha abierto un insólito espacio de discusión política. En sus días de heterodoxia, el disidente Fox se benefició de ese foro. Más allá de la disputa comercial, la inclusión de Canal 40 en la programación de TV Azteca significa la pérdida de una fuente de información alternativa. Así las cosas, el silencio del Gobierno se confunde con un voto de censura.

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No es la primera vez que el gabinete de la transición se paraliza ante un acto de fuerza. Los vecinos de San Salvador Atenco impidieron la construcción del nuevo aeropuerto de la capital armados de machetes; los campesinos de El Barzón entraron a caballo a la Cámara de Diputados; un grupo de ejidatarios de Morelos paralizó la autopista México-Cuernavaca; una comunidad de Milpa Alta sentenció a dos personas a la pena de muerte y algunos sectores políticos interpretaron el hecho como el exceso antropológico de una localidad con otros usos y costumbres. Sabemos que la vida mexicana será colorida o no será, ¿pero puede ser tan convulsa sin que haya sanciones? Ante la parálisis oficial, la ley se convierte en asunto privado. La ocupación de Canal 40 con un grupo de seguridad contratado por TV Azteca se inscribe en este paisaje. En el invierno de nuestro descontento, el Gobierno no termina de digerir el festín del cambio y parece esperar que las diferencias se diriman por asalto.

En una carta al presidente, escribe el presentador Ciro Gómez Leyva: "¿Puede alguien contratar una banda parapoliciaca y sin mandato judicial de por medio, secuestrar a punta de pistola unas instalaciones, agredir a siete personas, desaparecer una señal de televisión ajena y colocar otra a cambio sin que pase nada?". Las preguntas son, por supuesto, retóricas. México es el territorio del absurdo donde la comunicación se gestiona de ese modo. TV Azteca ha ofrecido trabajo al personal de CNI Canal 40 que se presente con su último recibo de nómina y su credencial correspondiente, una forma no muy oscura de reconocer que se trata de dos empresas distintas. Pero las sutilezas importan poco en este caso.

En Undestanding Media, Marshall McLuhan reinterpreta el mito de Narciso a la luz de la televisión. En la superficie del río, Narciso vio algo que lo encandiló, pero es un error suponer que se enamoró de sí mismo. La imagen le resultó cautivadora precisamente porque la tomó por algo ajeno sin saber que se trataba de su reflejo. La televisión produce una ilusión equivalente: disociados de sí mismos, los espectadores miran rarezas que son su espejo. McLuhan recuerda que "Narciso" y "narcosis" tienen la misma raíz griega. Las semejanzas adormecen. Tal vez esto explique el extraño caso de Vicente Fox. El cimarrón de la política mexicana gobierna como si siguiera en campaña. Un extraordinario productor de imágenes que evita tomar decisiones. Anestesiado ante el río del tiempo, se asume como puro reflejo y contempla las mil caras de su historia.

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Mientras, indiferente a la telesiesta presidencial, la realidad cambia con violencia. Ha querido el azar que el nuevo conflicto público se ubique en un canal de televisión. La indiferencia de Fox sugiere que le da lo mismo Canal 40 que TV Azteca con tal de verse transmitido. Pero lo que está en juego es más profundo. Si no despierta, será engullido por el espejo humeante que una vez le sirvió de nítido instrumento.

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