Las bolas de fuel despistan a los aviones
"Los barcos pueden pasar diez veces por encima y no verlas", cuentan los técnicos franceses que vigilan el vertido
A 250 metros de altura, el avión de la brigada de vigilancia aeromarítima de la aduana de Mérignac (Gironada) sobrevuela el océano Atlántico.
Con la nariz pegada al cristal, Jean-Yves Thireau, el jefe de a bordo, Dominque Pinel, el piloto Alain Moresmau y Alain Grau, los encargados del radar, escrutan los reflejos verdes salpicados de espuma en busca de la contaminación del Prestige. "Cinco de unos cincuenta centímetros", lanza uno de los observadores, que precisa al mismo tiempo la latitud y la longitud. El avión da una media vuelta sobre el ala y se dirige al lugar indicado. Pero el rosario de placas que se veía claramente entre dos aguas ha desaparecido. "Se puede ver como mucho hasta 30-50 centímetros de profundidad", explica Jean-Yves Thireau. "Más allá se nos escapan". El sábado por la tarde, durante cuatro horas, la Cessna F 406 patrulló una zona de la costa entre Normandía y Bell-Île. Sus ojos avezados sólo localizaron algunos rastros de fuel, pero encontraron una gran cantidad de maderas, detritos, algas oleosas, plásticos e incluso un frigorífico, las "porquerías" de costumbre. Por el contrario, por la mañana, en una zona de búsqueda más al sur, descubrieron importantes concentraciones de bolas, consignadas enseguida en un informe remitido a la prefectura marítima al que están ligados en el marco del plan Polmar.
"El caso es más grave que el del 'Erika'. Hay manchas de una dimensión nunca vista"
Se trata de una auténtica guerra de guerrillas contra un enemigo incansable
La brigada cuenta con tres aviones, 13 marinos y 8 mecánicos que persiguen la polución desde el naufragio del petrolero de Bahamas el 19 de noviembre. Estos hombres fueron los primeros en sobrevolar el lugar del naufragio, en la costa de Galicia. Todos son veteranos de la aeronaval, y entre todos cuentan entre 9.000 y 12.000 horas de vuelo, y han estado presentes desde hace diez años en numerosas operaciones de contaminación marítima, en Francia y en el extranjero. Ellos sobrevolaron la marea negra del Erika en 1999. Su veredicto es unánime: "El caso del Prestige es más grave. En A Coruña se han visto manchas de 500 metros de largo y 300 de ancho, con un espesor de 50 centímetros, que no habíamos visto nunca en Bretaña", cuenta Dominique Pinel. Pero estos testigos añaden que no se puede comparar lo que están viviendo los gallegos con lo que deberán sufrir las costas francesas. "Allí se puede hablar realmente de una marea negra; aquí, en el estado actual de la situación, me parece un poco exagerado", explica Alain Grau. Un mes y medio más tarde, los aduaneros persiguen a lo largo de las costas francesas, de la mañana a la noche, ese mismo petróleo que habían visto salir del Prestige. Las manchas, entre tanto, se han dividido en múltiples pastillas, bolas o placas, que se esparcen a merced del viento y de las corrientes prácticamente por toda la costa atlántica.
Se trata de una auténtica guerra de guerrillas contra un enemigo incansable, que aparece un minuto en la cresta de una ola y se eclipsa después entre dos aguas antes de aterrizar en una playa, en alguna parte entre las Landas y la Vandea, con la siguiente marea. "La polución es más débil, pero más contaminante", cree Alain Moresmau. Por otra parte, los encargados del radar han abandonado su equipo de vigilancia, cámaras de vídeo, infrarrojos, radar, material sofisticado pero incapaz de localizar esta contaminación insidiosa. Sólo la observación visual y aérea es eficaz. "Los barcos pueden pasar diez veces por encima de una mancha y no verla", explica Jean-Yves Thireau.
El barco anticontaminación Alcyon, de la armada francesa, patrulla en busca de rastros. "En España han hecho un trabajo estupendo", explica Alain Moresmau. Pero hoy día, el Alcyon está desamparado frente a estas bolas incansables, igual que las chalupas de apoyo. El avión vuelve a Merignac, bordeando las playas en busca de depósitos. En vano. La marea alta envía olas al asalto de las dunas de arena, haciendo imposible la observación. Al retirarse, dejará un cordón de bolas que habrá que recoger a mano. Los hombres son tajantes: "Tendremos para dos semanas".
© Le Monde
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