Playas esplendorosas
Leo hace unos días en su periódico que el señor ministro de Defensa dice, tras sobrevolar el litoral gallego, que sus playas están esplendorosas (sic). Por más que uno lo intente no acaba de adivinar qué pretende su excelencia con estas declaraciones. Se pueden hacer toda clase de conjeturas, tratar de buscar entre las piedras qué ánimo se esconde detrás de estas palabras; quizás un efecto motivador, un aliento hacia la superación del drama.
Dios sabe qué demonios cruzó por la mente de tan insigne personaje antes de atreverse a lanzar este mensaje. ¿Es acaso una táctica producto de alguna lección magistral de las que estos pretendidos líderes aprenden en las escuelas de alta dirección para convencer y alcanzar el éxito ante las masas? Ni por esas. No hay forma humana de entenderlo. Por más vueltas que se le dé a este asunto, la cosa no pasa de ser un insulto a la dignidad del pueblo gallego.
Efectivamente las playas gallegas son, como dice el diccionario para el término que el señor ministro ha empleado, impresionantes por su belleza y grandeza. Lo son, pero no lo están, que parece confundir lo uno con lo otro. Lo son, pero sin el chapapote, señor ministro. Con esta desgraciada catástrofe ni las aguas ni las playas tienen la brillantez o luminosidad que se supone a lo esplendoroso. Si acaso, las irisaciones del aceite flotando sobre las aguas, el único brillo que se puede ver estos días en la costa gallega.
A esas playas esplendorosas tienen que acudir a diario miles de manos voluntarias a arrancar lo que este lamentable accidente está arrastrando hasta ella. Por cierto, en los primeros días con mayor celeridad y prontitud que el departamento que el señor ministro dirige. Los medios son los que son, aunque podrían ser mejores en un país eminentemente marítimo, al menos por su geografía. La gestión pública del caso ha sido un rosario de errores y desaciertos, y ahora viene el señor ministro a poner la guinda.
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