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Reportaje:LOS SUCESORES | PREPARANDO LAS URNAS

Rajoy: el chapapote como símbolo

Mariano Rajoy es, como Rodrigo Rato, un hombre cuya actividad política anterior a su puesto de ministro ha quedado sepultada bajo la gestión gubernamental. No son muchos los que recuerdan, por ejemplo, que fue él quien dirigió las dos campañas electorales triunfantes del Partido Popular, en 1996 y 2000. Lo cierto es que a una larga carrera en Galicia unió desde 1990, cuando Aznar llegó a la presidencia del partido, su actividad como vicesecretario general del PP.

Su paso por el Gobierno, a diferencia de Rato, le supuso el acceso a múltiples campos de la acción política. Pasó de Administraciones Públicas a Educación y Cultura, y más tarde, ya como vicepresidente primero en la segunda legislatura, desde el Ministerio de la Presidencia hasta el Ministerio del Interior, para seguir como portavoz del Gobierno y ministro de la Presidencia... a virtual ministro de Chapapote.

Será difícil que Rajoy consiga borrar la impresión desastrosa que ha quedado de la conducta del Gobierno en el mayor desastre ecológico de la historia de España
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La impronta de la gestión del accidente del Prestige marcará a Rajoy, para bien o para mal. Si se hace caso de las encuestas, no es Rajoy quien ha salido peor parado de los dirigentes del Partido Popular relacionados con el asunto. El hecho de que Rajoy asumiera el protagonismo después del origen de los acontecimientos -orden de alejar el barco hacia mar adentro- en los que el ministro Francisco Álvarez Cascos jugó el papel central, y su propio talante, más elegante y cortés, le han permitido transmitir el mensaje de que, al menos, da la cara.

Será difícil que Rajoy consiga borrar la impresión desastrosa que ha quedado de la conducta del Gobierno tanto en la gestión de los hechos que originaron el mayor desastre ecológico de la historia de España, como lo definió José María Aznar, como de aquellos que ocurrieron con posterioridad. A dos meses del comienzo del desastre, todavía es difícil establecer una secuencia razonable de cómo ocurrieron los hechos y de la responsabilidad de cada uno de los participantes en ellos. Esto es algo que inevitablemente la justicia tendrá que establecer.

¿Podrá Mariano Rajoy, con la carga del chapapote sobre sus espaldas, ser el sucesor de Aznar? A primera vista, parece una quimera. Pero aquellos que se consideran amigos de Rajoy dicen que no será ésa la razón por la que, en todo caso, el político gallego será descartado en la sucesión. Estas gentes sostienen que, en rigor, Rajoy se hizo cargo del ministerio del Chapapote porque Aznar le confió esa tarea sabiendo de antemano que no sería él su sucesor.

Pero ¿y si la paciente y modesta labor de Rajoy termina para granjearle la simpatía incluso de aquellos que nunca olvidarán la gestión del Gobierno popular? Lo más lógico es que incluso en la citada hipótesis, el candidato a sucesor sea una de las personalidades menos contaminadas con el desastre como tal y más relacionado con los esfuerzos económicos para paliar sus efectos, como sería el caso, cómo no, de Rodrigo Rato.

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