Los discursos del miedo
El discurso político sobre la inmigración está construido sobre tópicos. Los más comunes son la avalancha, el conflicto cultural, el vagabundeo y la amenaza para el empleo de los autóctonos. Son todos falsos.
La población inmigrada representa en España el 3,2% de la población. La media europea es del 5%. Es cierto que en España el crecimiento se ha hecho en muy poco tiempo, pero ello se ha debido a una demanda creciente de mano de obra inmigrada. La inmigración siempre es función de la oferta de trabajo. Por tanto, nunca será una avalancha. Cuando la oferta caiga, la inmigración decaerá. Los inmigrantes no salen de su país por capricho. Van donde pueden encontrar trabajo.
Los comportamientos de la inmigración tienden a converger con los modos y usos del lugar en el que se instalan. Empezando por la tasa de natalidad. El fantasma de una población inmigrada creciendo a un ritmo muy superior a la autóctona se desvanece en muy poco tiempo. La concentración en guetos responde a una doble lógica económica y defensiva. Los inmigrantes coinciden, obviamente, en los lugares más baratos, y se relacionan prioritariamente con la gente de su propio país como modo de protección y ayuda mutua. Por eso las políticas locales, en relación con las escuelas y con la vivienda, son decisivas.
A corto plazo, a los gobernantes les resulta muy rentable cargar todas las inseguridades en el inmigrante como chivo expiatorio
Está de moda en la derecha europea el modelo Sarkozy, surgido de una campaña electoral en la que el juego sucio con el discurso de la seguridad permitió a Le Pen estar en la segunda vuelta
Atribuir la delincuencia a la inmigración -como si de un estigma étnico se tratara- y no contemplar las circunstancias en que cierta inmigración vive, es pura demagogia
¿Será capaz la izquierda de construir un discurso diferenciado sobre seguridad? Ésta es una de las incógnitas centrales de las próximas campañas
La población inmigrada no comunitaria, según un reciente estudio de Comisiones Obreras de Cataluña, tiene una tasa de actividad (78,9%) y de ocupación (70,2%) muy superiores a las de la población española. Es lógico: vienen a trabajar, y muchas veces sin la familia. Sus niveles medios de formación son superiores a los españoles, aunque -como especifica el citado informe-, en una primera etapa, los que tienen formación y los que no la tienen ocupan puestos de escasa cualificación.
Precariedad y temporalidad
En fin, estamos en un mercado laboral muy segmentado, con una economía sumergida importante y con mucha precariedad. Es falso, según el informe de CC OO, que "los inmigrantes quiten puestos de trabajo a los autóctonos y provoquen aumento de desempleo entre éstos". Lo que sí afecta es a las condiciones laborales. Algunos sectores se aprovechan de la inmigración para aumentar la precariedad y la temporalidad, y rebajar las condiciones sociales.
Sin embargo, es sobre estos tópicos, que he descrito como falsos, que el discurso político de la derecha construye una asociación entre inmigración e inseguridad utilizada sin ningún recato en campañas electorales. La inmigración como chivo expiatorio de una inseguridad que tiene múltiples causas.
Por supuesto, hay inmigrantes que cometen delitos. Pero atribuir la delincuencia a la inmigración -como si de un estigma étnico se tratara- y no contemplar las circunstancias en que cierta inmigración vive, especialmente aquélla más discriminada, es pura demagogia. Demagogia es capitalizar los sentimientos de rechazo hacia el otro que ciertos sectores de la población sienten ante la presencia de los inmigrantes (ante unos más que otros: en España, el principal objeto del racismo ordinario son los magrebíes) en interés político-electoral propio. Es decir, estimular el miedo, que es exactamente lo contrario de lo que debería esperarse de un liderazgo democrático. La criminalidad que pueda haber en la inmigración es fundamentalmente de dos tipos: bandas organizadas que nada tienen que ver con la inmigración económica, porque siempre el crimen es lo primero que se globaliza, y delincuencia callejera protagonizada por sectores en la marginación.
Sociedades que han alcanzado cierto grado de bienestar, como la española, generan hipocondrías y paranoias varias. A corto plazo, a los gobernantes les resulta muy rentable cargar todas las inseguridades en el inmigrante como chivo expiatorio. De esta forma se pasa de puntillas sobre el paro, sobre las dificultades de acceder a una vivienda, sobre la precariedad y la inseguridad en el trabajo, sobre la responsabilidad en los problemas de la sociedad de riesgo. Las causas de la inseguridad por arte de este discurso del poder quedan reducidas a dos: la delincuencia callejera y el terrorismo. Y contra ellas dos se construye un sesgado discurso de la seguridad.
Todo indica que éste va a ser el guión de la derecha para las diferentes campañas electorales anunciadas para el próximo año y medio. De hecho, ya habían lanzado el eslogan Menos impuestos, más seguridad. Aunque el Prestige, de momento, ha obligado a esconderlo en el cajón de las estrategias abortadas. Reaparecerá. El PP ya jugó la carta de la vinculación entre inseguridad e inmigración en 2000. Y hay quien piensa que a la mano dura, nada exenta de mensajes xebófobos, empleada en El Ejido debe parte de su mayoría absoluta. Pero el modelo de moda entre la derecha europea es el modelo Sarkozy, surgido de una campaña electoral en la que el juego sucio con el discurso de la seguridad permitió a Le Pen estar en la segunda vuelta. Chirac, haciendo desde la presidencia oposición a su Gobierno -de izquierdas, por la cohabitación-, convirtió la seguridad en tema central de campaña. Las informaciones sobre delincuencia urbana en las televisiones aumentaron en unas proporciones que en nada se correspondían al crecimiento real de la criminalidad. Se creó un clima de enorme inseguridad que se tradujo en las urnas. El susto que dio Le Pen al pasar a la segunda vuelta provocó un arrepentimiento súbito: los temas de violencia urbana desaparecieron de la pequeña pantalla. Chirac ganó y Sarkozy se ha convertido en el nuevo Giuliani: tolerancia cero, es la figura. El superministro del Interior machaca sin cesar a la izquierda y a los jueces garantistas en nombre de una seguridad que estaría por encima de los valores de la República. Es la estrella del Gobierno. Pero los demás ministros empiezan a estar preocupados, porque todo lo que Sarkozy contiene por un lado con su discurso autoritario, les explota por otros lados en forma de malestar y conflictividad social.
Un discurso diferenciado
El Prestige obliga a la derecha española a ser prudente con las promesas fiscales y frena algo el discurso de la seguridad, porque amplía su espectro. Al fin y al cabo, el Prestige es un ejemplo de que no es la delincuencia callejera la única amenaza a nuestro bienestar y a nuestra seguridad. Y sin embargo, volverán al discurso de la tolerancia cero a la que en Galicia baje la tensión. Es una arma eficaz electoralmente, porque a la izquierda le ha costado siempre encontrar la posición en esta materia.
La inseguridad ciudadana es un problema real, percibido en grado mayor por la ciudadanía como consecuencia de su magnificación calculada. En política, los problemas son lo que son y lo que la gente percibe. La izquierda debe ser capaz de afrontar la cuestión de la seguridad en su justa realidad y, al mismo tiempo, atender la sensación de la inseguridad de la ciudadanía. Pero ¿significa esto que la izquierda no tiene otra salida que ponerse a remolque del discurso de la derecha? La tentación existe. Entre otras cosas, porque es lo más fácil. Pero no está claro el éxito, porque puestos a competir por quién es más autoritario frente a la delincuencia, la derecha tiene todas las de ganar. Siempre ha sido vista como más fiable en este terreno.
¿Será capaz la izquierda de construir un discurso diferenciado sobre seguridad? Ésta es una de las incógnitas centrales de las próximas campañas. Para ello, lo primero es separar seguridad e inmigración, que es la clave del tramposo discurso de la derecha, y lo segundo, dar a la cuestión de la seguridad toda su amplitud: del paro a los accidentes del trabajo, de la precariedad laboral al Prestige. Restaurada esta elemental verdad de las cosas, ¿es posible construir un discurso sobre la seguridad urbana que tenga legitimidad para resistir a los bombardeos de la derecha? De que el PSOE demuestre que sí dependerán en buena parte sus posibilidades de éxito. Zapatero ha insistido reiteradamente en un pacto sobre la inmigración. Las necesidades del guión de la derecha lo hacen imposible. De matute, por la vía de la seguridad, el tema de la inmigración estará presente en todas las campañas. Y no precisamente para que tenga lugar el debate abierto y necesario sobre la inmigración en España que todos evitan por miedo. Miedo a que la ciudadanía les juzgue demasiado generosos.
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