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Reportaje:

La aventura solidaria de un 'broker' arrepentido

Un madrileño adinerado abandona su vida acomodada en la capital para crear un centro hospitalario en Malaui

José María Márquez nació en Madrid hace 38 años. Vivía a todo tren en un lujoso barrio residencial de la capital. Tuvo la suerte de nacer en una familia adinerada. Su padre era psiquiatra y su madre poseía negocios y tierras. "Se podría decir que era el típico pijo madrileño, sí", reconoce. Pero un país africano, Malaui, le cambió la vida.

Estudió Derecho y Empresariales en ICADE y entró a trabajar en un banco holandés donde llevaba una floreciente cartera de negocios. Estuvo durante un año en Amsterdam, pero su cerebro navegaba más centrado en los cielos de África que en los brumosos canales de la ciudad de Rembrandt . "Llevaba ya tiempo pensando que podría utilizar todo lo que había aprendido para ayudar a otra gente". Con esta premisa como nuevo modo de vida, pidió una excedencia de un año a los banqueros holandeses y se marchó a Calcuta, donde trabajó durante seis meses en los centros de trabajo de la Madre Teresa.

En Malaui no sólo encontró una forma de ayudar a los demás, también a su mujer, y allí tuvo a sus hijos

Pero aquello no era suficiente. Necesitaba más. "Y un buen día, curiosamente en una visita a mi dentista, María del Carmen Navarro, una profesional que había creado una ONG de solidaridad con Malaui, me atrapó para siempre". No se lo pensó dos veces. Viajó hasta el país africano, le pusieron en contacto con religiosas locales y ahí empezó su aventura.

En 1997 ideó un proyecto para poner en pie una ciudad hospital entre las localidades de Salima y Nkhota Kota. Le entregó su idea a la ONG Manos Unidas, que al año siguiente había aprobado la construcción de lo que, poco meses después, se llamaría el Centro Alinafe.

Un lugar en medio de la nada, en el que aparte de un centro hospitalario, plantaron huertas, crearon unas dependencias para desnutridos y todo lo que podría ayudar a una población de más de 300.000 habitantes machacados por el cólera, la malaria, el sida o la tuberculosis.

Las fiestas de postín de la juventud de José María Márquez se convirtieron en actos solidarios en Madrid. Con todo el poder de convocatoria de su agenda, las de sus hermanos y amigos, organizó guateques para sacar fondos para ese lugar que en el idioma local significa "Dios está con nosotros". Compró furgonetas que sirven de hospitales móviles para ampliar el área de actuación del servicio que ya prestaba en Alinafe.

Más imaginación. Él y las más de 130 religiosas que colaboraron en la creación del centro decidieron que sería una buena idea apadrinar las camas del hospital. "Otros apadrinan niños, nosotros las camas por menos de un euro al día. De tal forma que financiamos los medicamentos que han de tomar los pacientes que pasan por esas camas al año. Luego, enviamos al padrino una carta en la que le contamos qué pacientes han pasado por ese lecho, cuántos han muerto, cuántos han salido por su propio pie... Es una forma más de que la gente tome conciencia de la muerte", explica Márquez.

Este madrileño, enamorado de África, cuenta innumerables anécdotas: "Una de las cosas que más me sorprendió al principio es que los enfermos sólo se atrevían a pasarse por el hospital por la noche. No sólo porque las fiebres suben muchísimo por la noche, sino para evitar la vergüenza de reconocer que acuden a la medicina del hombre blanco. Para evitar ser rechazados por los curanderos de sus tribus".

José María Márquez no sólo encontró en Malaui una forma de ayudar a los demás, de utilizar sus conocimientos de gestión para proyectos humanitarios, además allí encontró a su mujer, allí tuvo a sus hijos y algo más: "Yo, antes de ir a Malaui, no creía en nada. No creía en la gente, no creía en Dios, ahora sí".

Por el centro creado por este madrileño de pelo largo y cano han pasado más de 25.000 enfermos, 5.000 huérfanos, 600 discapacitados y visitan en sus casas a más de 30 enfermos de sida. Han construido pozos, dan trabajo a más de 50 personas. Todo con un presupuesto de 60.000 euros anuales para mantenimiento de las instalaciones. "Cada día que te levantas es una lección, y eso es lo que yo saco de rédito a este asunto", afirma.

Ahora, su hermano Javier va a tomar el testigo en Malaui. José María ha fichado por Cáritas y realiza proyectos de cooperación con Sudán. Pero no se olvida del lugar donde empezó. "Estoy conectado por correo electrónico constantemente con el centro y con mi hermano. Y sigo proponiendo todo tipo de soluciones para Alinfe".

Heredero, y hermano menor

Javier Márquez ha tomado el testigo de su hermano en Malaui, donde creó un centro hospitalario. Tiene 30 años y, como su hermano mayor, también estudió Derecho y Empresariales en ICADE, donde consiguió una beca de investigación para formación al profesorado. Unas vacaciones decidió ir a visitar "al loco de mi hermano para ver qué era lo que estaba haciendo en África". No había terminado la carrera y se embarcó hacia Malaui con su novia y con unos amigos.

También se quedó prendado. "Allí te das cuenta de que hay otras formas de vivir distintas a las que entendemos normalmente en las grandes ciudades". Además, descubrió que hay otra forma de ayudar: "Escuchar y llevar a cabo lo que ellos te piden. Los que tienen problemas son los que mejor saben cuáles son esos problemas y lo que necesitan para solucionarlos". Ahora Javier Márquez está encargado de que cada comunidad local de los pueblos a los que ayudan en Malaui cree su propia economía de subsistencia. "El problema con las hambrunas es que los habitantes sólo cuentan con una cosecha, la que tienen en la estación de lluvias. Lo que nosotros queremos es que cuenten con otra cosecha más al año y para eso les hemos suministrado bombas de agua y semillas". Los pueblos se agrupan y en lugar de hacer pequeñas huertas para cada uno, hacen una gran plantación que proporcione comida a muchos habitantes. "Así conseguimos no sólo que no mueran de hambre, sino que también aprendan lo que significa ser solidarios y demócratas". Ha logrado que se construyan más de 48 pozos que evitan que las aguas se infecten por sólo 5.500 euros.

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