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Reportaje:

La fiesta más triste

El alcalde de Belén anula, de acuerdo con los partidos políticos, todas las celebraciones civiles

"Éstas son las peores navidades de nuestras vidas", afirma Hanna J. Nasser, de 62 años, alcalde de Belén, con los ojos puestos en las calles semivacías de una ciudad atemorizada (35.000 habitantes) y asediada por el Ejército israelí. Este año no habrá árbol de Navidad en la plaza de la Natividad, ni villancicos e iluminaciones; lo han decretado así el Ayuntamiento y las fuerzas políticas, aunque tratarán de mantener las celebraciones religiosas. "Éste ha sido también el peor año de la historia de Belén. El Ejército israelí nos ha ocupado en cinco ocasiones y en algunos casos nos ha mantenido bajo el toque de queda durante meses. El 70% de los habitantes está en paro. La miseria ha entrado en nuestras casas. La principal fuente de ingresos, el turismo, ha desaparecido. ¿Cómo quiere que podamos celebrar la Navidad?", dice el alcalde.

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La desesperanza se palpa en cada rincón. La crisis es patente en los comercios vacíos con las puertas entornadas o cerradas y en las calles oscuras, donde las farolas permanecen apagadas porque la compañía eléctrica israelí ha decidido cortar el servicio por falta de pago.

Las penurias las notan especialmente los más débiles, como Nasser Alawy, de 34 años, guía turístico, que asegura: "La última vez que ejercí mi oficio fue hace más de un año". Ahora Nasser forma parte de esa legión de desesperados que deambulan sin rumbo fijo por la plaza de la Natividad, ante la Basílica de Belén, con la esperanza de que aparezca un autobús enorme, blanco, nuevo y reluciente, cargado de turistas. Un sueño.

A pesar de este panorama tan desolador, el municipio de Belén, de acuerdo con la comunidad franciscana, ha pactado salvar lo único que les queda; la fiesta religiosa, la misa de Nochebuena, incluida la recepción y la procesión que el día 24 por la mañana se hace al patriarca latino, Michel Sabah, que, como todos los años, viene de Jerusalén Este y es recibido en los límites de la ciudad.

El pacto ha sido difícil. Grupos radicales cristianos se habían aliado con los militantes fundamentalistas islámicos para boicotear las celebraciones, incluso habían anunciado marchas de protesta. El padre franciscano Artemio Vitores, de 54 años, oriundo de Palencia, superior de Terra Sancta, y máximo responsable de la comunidad de 31 religiosos que custodian Belén, ha tenido que emplearse a fondo. Cuando todo parecía perdido, Artemio se fue a Ramala a entrevistarse con Yasir Arafat, a quien pidió su apoyo para que las festividades pudieran llevarse a cabo.

"Es cierto que nos preocupa salvar las fiestas religiosas, pero también nos preocupa la miseria de nuestros feligreses. Los franciscanos de Belén se han comprometido con 600 familias necesitadas, cuyo único ingreso son esos 400 shekels (120 euros) que les damos todos los meses. ¿Pero cuánto tiempo podremos estar así?", se pregunta. En un gesto de solidaridad, el franciscano ha decidido cancelar la cena que todas las nochebuenas, después de la misa, se daba a las autoridades palestinas.

Cuando acaben las fiestas, los vecinos más desesperados de Belén volverán a salir furtivamente de sus casas antes de que llegue el alba, desafiando el toque de queda, para cruzar a pie las montañas, a campo traviesa, por el Wadi Nar, en un viaje clandestino hacia el Jerusalén Este. A espaldas de los soldados, en un esfuerzo titánico que a veces les lleva más de dos horas, estos nuevos peregrinos abrigan un único objetivo: ganarse un salario.

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