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Columna
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Doble jornada

Hay días que son como monedas, con dos caras. Días irónicos, en el sentido de reveladores de la naturaleza dual de casi todo. Este domingo 22 de diciembre es uno de esos días. Por la mañana la ilusión inconcreta, etérea, extravagante, inmadura por definición -hay sentimientos que o permanecen verdes o se pierden-, alegre. Por la tarde, la esperanza. Que más que ilusión es confianza detallada, concreta, madurada y seria -la esperanza siempre lo es: seria y formal-. Una doble jornada que reúne y resume además, de un modo excepcional, las dos caras de nuestra participación en la vida social; nos convoca como consumidores primero -la lotería tiene ese horizonte- y luego, por la tarde, como ciudadanos.

El lehendakari nos ha llamado a manifestarnos detrás de un lema simple, elemental: ETA Kanpora. ETA fuera. Hasta qué punto ETA sigue dentro lo hemos comprobado desgraciadamente esta semana, con el atentado previsto y con el asesinato consumado de Antonio Molina Martín. Hasta qué punto ETA sigue condicionando, no sólo la expresión sino la formación de un pensamiento libre, lo comprobamos cada día con sólo mirar por fuera y mirarnos por dentro. ETA ha colocado una pared en la vida social y en nuestras mentes, una pared que impide el juego, u otro juego que no sea ése: la pelota -el proyecto, el debate, la opinión, la actitud, el sentimiento- pegando una y otra vez contra el mismo frontón.

Yo tengo mis reservas pero no tengo dudas. Estoy con quienes creen que lo más grande de la democracia cabe en el respeto de lo más pequeño, de la diferencia mínima, del matiz. Y sin embargo no tengo dudas. A esa manifestación hay que ir. Precisamente por lo que el lema tiene de elemental, de prioritario, de previo y prehistórico. De condición -no de ingrediente- de la convivencia democrática. Hay que ir al lado de quien sea. ETA kanpora. Cuando ETA no esté, entraremos en la historia, en el argumento mismo, no en su prólogo. Nos instalaremos, legítima y radicalmente en el detalle. De momento, toca la movilización al por mayor. ETA fuera. Sin duda.

Pero con todo, a pesar de ese llamamiento a la cara civil de la población y de que en periodos preelectorales como éste se subraya y se apela a nuestra condición de ciudadanos, la mayor parte del tiempo sólo somos el otro lado de la moneda, la cara mercantil, contribuyente, consumidora. Valemos hasta donde alcanza nuestro poder adquisitivo. Interesamos en la medida en que nos caben más deseos, más viajes, más objetos, más comida, más libros sin leer y discos sin oír, más de lo que sea, más.

No insistiré en que la extensión de las Navidades es el plano exacto, milimétrico de una gran superficie. Pero en este día doble, irónico, mestizo, quiero hacer lo propio. Mezclar, introducir la lógica civil en la maraña mercantil. La ciudadanía en el código de barras. La insumisión política en el supermercado. Con una pregunta elemental: ¿por qué si somos, como consumidores, el fundamento, la viga maestra del sistema, éste nos trata tan mal?

Y es que sólo somos clientes mientras no hemos comprado o suscrito. Luego entramos en una categoría distinta, invisible o molesta. A la hora de reclamar o de aclarar o de compulsar la oferta con el servicio; o de descifrar el jeroglífico de la factura, todo cambia. Las flores se convierten en cardos; las líneas directas en laberintos. A los mensajes desnudos les salen prendas, cláusulas escondidas, letras menores. Y aquella celeridad se encola. Y las explicaciones que entendiste enseguida ya no las entiende ni el asesor que has contratado al efecto.

No exagero. Acudo a la metáfora, que es una manera doble de expresar el sentido. Para meter un poco de revolución en el corazón mismo del mercado libre, y tener la fiesta en paz. Paz para actualizar el pensamiento libre, ese que recuerda que tener es no necesitar, sentirse justamente colmado con lo justo.

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