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Reportaje:

Duerman tranquilos, Sarkozy vigila

El ministro del Interior francés se ha convertido, con su discurso de ley y orden, en el político más popular del país

El viernes pasado, entre las brumas matinales, Nicolas Sarkozy culminaba siete meses de gestión al frente del Ministerio del Interior francés, abandonando un castillo de la periferia de París donde acababa de lograr un pacto con diez organizaciones musulmanas. El pragmatismo y la capacidad de acción del número dos del Gobierno le han convertido en el personaje más popular de la política francesa, desatando la especulación sobre sus ambiciones como futuro presidente de la República.

Sarkozy pertenece a la misma generación que José María Aznar, pero es difícil encontrar talantes tan distintos en la derecha europea. Este último, rectilíneo y reconcentrado en sí mismo, tiene un estilo opuesto al de aquél, un político "a la americana", encarnación del discurso de ley y orden, combinado con el aprovechamiento inteligente de la televisión.

El ministro no pierde ocasión de machacar lo que queda del espíritu de izquierdas

El secreto del ministro francés consiste en representar el papel de protector de la mayoría silenciosa. Lleva una agenda de infarto. Cuando no visita una comisaría atacada, desmonta el centro de refugiados del Canal de la Mancha, consciente de que la población de Calais quería sacárselo de encima (con el aplauso del alcalde comunista y de un diputado socialista); sin olvidarse de abroncar a los departamentos con mayor delincuencia o de presentarse en Córcega cada dos por tres, por más bombas que coloquen los independentistas.

Tampoco se asemeja a los políticos tradicionales de su país. Nada de cultivar el misterio al estilo de De Gaulle y Mitterrand, o incluso de Chirac, poderosos en el arte de navegar entre la complejidad y el secreto. El cerebro de Sarkozy elabora soluciones pragmáticas y los efectos se prolongan gracias a su disposición a "estar en todo", tranquilizando al personal incluso cuando insinúa que le conviene estar alerta por Navidad. "Duerman tranquilos, Sarko vigila", ironiza un diario de París. Sobre todo, los franceses aprecian que se enfrente a la inmigración sin complejos. Este delicado problema es su fuerza. Sarkozy es hijo de un inmigrante húngaro y forma pareja humana y política con su mujer, Cécilia, hija de una española, ambos claros ejemplos de integración bien lograda.

No contento con promover una ley contra okupas, prostitutas, vagabundos y otras categorías sociales, la policía de Sarkozy organiza redadas periódicas de rumanos o búlgaros. Y lejos de suscitar la piedad hacia estas "pobres gentes", las reivindicaciones de tipo garantista escasean. Los "guiñoles" presentan al ministro viendo rumanos por todas las esquinas, pero él no pierde ocasión de machacar, intelectualmente, los restos del espíritu de izquierdas o del tradicional compromiso con los derechos humanos, que se resisten a desaparecer entre algunos magistrados o en asociaciones sensibles a estos temas.

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Tampoco permite que le acusen de nazi. Hace dos semanas tuvo la oportunidad de escenificar lo que le separa de la extrema derecha, en un debate televisado con Jean-Marie Le Pen, el ultra que expulsó de la política al socialista Lionel Jospin el 21 de abril. Sarkozy estaba echándole en cara a Le Pen la inutilidad de sus reclamaciones para restablecer las fronteras y de repente le recordó lo viejo que es: "¡Usted ha conocido la línea Maginot, señor Le Pen!", le soltó en directo a un hombre de 74 años, ante siete millones de telespectadores. Un golpe que sus colaboradores juzgan magistral para demostrar lo anticuada que se ha quedado la ultraderecha.

El modelo de Sarkozy es Giuliani. Pero al francés no le basta una ciudad dotada de grandes poderes de policía, salvo que esa ciudad sea toda Francia. Sarkozy ha abandonado la tradicional reivindicación derechista de descentralizar las competencias de seguridad y las ha concentrado en su ministerio, unificando Policía y Gendarmería: 250.000 personas a sus órdenes. Se opone a toda policía especializada, incluso de carreteras, confiando más en que sus servicios manejen los nuevos radares con los que se pretende disuadir a los "homicidas" del volante.

Al comportarse de este modo, Sarkozy llena tanto espacio en la derecha francesa que los otros grandes tenores empiezan a incomodarse. Jacques Chirac se abstiene de jalearle, pese a que el ministro del Interior es el principal instrumento de sus promesas electorales contra la inseguridad. El jefe del Gobierno, Jean-Pierre Raffarin, opta por decir que los éxitos de Sarkozy también son suyos, pero sin duda será él quien se desgaste en las batallas del año próximo para recortar las pensiones y alargar la edad de la jubilación. Mientras, Alain Juppé, presidente de la UMP -el partido mayoritario-, se resiste a dar juego a los hombres de "Sarko" en el aparato partidista.

Nicolas Sarkozy corre tantos riesgos a la vez que necesitará mucha suerte para no caerse de la bicicleta mientras pedalea cada vez más deprisa. Por el momento, él y su mujer -asesora del marido en el Ministerio del Interior- actúan como verdaderas estrellas: son la pareja de moda.

Sarkozy (segundo por la izquierda), tras visitar la Gran Mezquita de París.
Sarkozy (segundo por la izquierda), tras visitar la Gran Mezquita de París.AP

Radicales y moderados en el Consejo Musulmán

Varias tendencias ideológicas tendrán sitio en el futuro Consejo Musulmán de Francia, en proporciones dosificadas por Nicolas Sarkozy, muñidor del pacto que pone en marcha el proceso de designaciones.

Hay un claro reconocimiento a la Gran Mezquita de París, influida por Argelia y de carácter moderado, pero también a la Unión de Organizaciones Islámicas de Francia (UOIF), inspirada por los Hermanos Musulmanes egipcios, y a la Federación Nacional de Musulmanes de Francia (FNMF), dominada por marroquíes. Entre las tres sumarán más de dos tercios del Consejo.

Dos de los miembros del Consejo Musulmán serán elegidos y un tercio cooptado, un complejo procedimiento para intentar que haya puestos para todos y que ningún notable se quede fuera.

Además del rector de la Gran Mezquita de París, Dalil Boubakeur, como presidente, las dos vicepresidencias saldrán de la UOIF (influida por los egipcios) y de la Federación de Musulmanes (marroquí). El secretario general será del comité coordinador de musulmanes turcos.

Entre los 16 miembros del órgano ejecutivo figuran personalidades que se mostraron reticentes hasta el final: el rector de la Gran Mezquita de Lyón, Kamel Kabtane, y el gran muftí de Marsella, Soheib Bencheikh.

La presencia femenina en el futuro Consejo Musulmán se ha resuelto con Betoule Fekkar-Lambiotte, la única mujer que había participado en las negociaciones previas. Ella temía un "islam comunitarista, que no concede papel alguno a las mujeres en el espacio público".

Las mujeres representan el 50% de la población musulmana, evaluada entre cuatro y cinco millones de personas en Francia. Para algunos, el hecho mismo de incorporar a mujeres supone un gran avance, y el ministro Sarkozy se ha implicado en la "cocina" del pacto para asegurarse de que Betoule Fekkar-Lambiotte tenga plaza en el Consejo Musulmán de Francia.

Además del órgano ejecutivo, existirá una especie de asamblea o parlamento de 206 miembros, elegidos por las 1.500 mezquitas.

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