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Columna
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Playas de Madrid

Ruiz-Gallardón no iba a perder esta oportunidad. Antes de que se fuera a Galicia ya le imaginaba en su despacho de la Puerta del Sol rabiando de impotencia. El presidente de Madrid es, por encima de todo, un animal político, y si hubiera estado en los zapatos de Fraga, en los de Aznar o en los de cualquiera de sus ministros, al primer vómito del Prestige monta un gabinete de crisis en la lonja de Muxía y se pringa hasta las cejas de chapapote. Estaba muy reciente la fulgurante recuperación de Schröeder por calzarse las botas de goma y tomar personalmente las riendas durante las inundaciones en Alemania. Conociendo a Ruiz-Gallardón, bastante discreto ha sido ante el espectáculo de indolencia que dieron quienes debieron ponerse al frente de la marcha para afrontar una catástrofe ecológica sin precedentes en nuestro país. Toda una exhibición de continencia, en línea con su actual condición de hijo pródigo, que finalmente no se resistió a quebrar viajando a Santiago antes de que lo hiciera el propio José María Aznar. La coartada se la proporcionó Florentino Pérez cuando ofreció al Real Madrid para jugar un partido en favor de los damnificados. Yendo de la mano del presidente blanco, disimulaba un poco la afrenta a su jefe de filas, por entonces todavía obstinado en no visitar las costas gallegas.

Lo cierto es que el plan de ayuda dispuesto por el Gobierno de Madrid para participar en los trabajos de limpieza librará al candidato a la alcaldía de la capital del desprestigio que está sufriendo el Partido Popular por la torpeza y falta de liderazgo, mostradas especialmente en La Moncloa. Es más, desde esta semana las playas de Corrubedo serán como un pedazo de Madrid. Allí clavarán la bandera roja de las siete estrellas y habrá sin duda un seguimiento mediático de los trabajos de recuperación de aquel espacio natural.

Gallardón pondrá todo su empeño en demostrar que no todos son iguales en el PP y que organizando bien la acción combinada de los profesionales de Protección Civil y de Bomberos con los voluntarios madrileños se puede ganar la batalla al fuel. Ignoro lo que tardarán en limpiar aquello y si aparecerán o no nuevas manchas que alarguen la operación, pero tengan por seguro que cuando los contingentes enviados vuelvan a Madrid aquellas playas estarán como una moña. No es casualidad que, tan sólo unos días después de ir Ruiz-Gallardón, Mariano Rajoy convocara a los presidentes de todas las comunidades autónomas para repartirse oficialmente el esfuerzo en las costas gallegas. A pesar del lío que se ha hecho, Rajoy es el único miembro del Gobierno que tuvo al menos la decencia de dar la cara desde el principio, lo que, según los sondeos de opinión, le está salvando de la quema ante los ciudadanos. Es el caso opuesto a Álvarez Cascos, cuyo chulesco proceder no ha podido resultar más nefasto, y del propio Aznar, que tuvo la desfachatez de argumentar que no quería herir la sensibilidad de los marineros para no pisar la costa por miedo a que le tiraran el chapapote a la cara. Todos los que han estado en la zona afectada son testigos de hasta qué punto aquella gente agradece el estar junto a ellos ayudando o participando siquiera de su angustia. "No nos dejéis solos", les decían llorando dos vecinas de Cangas de Morrazo a los periodistas de la SER que montaron sus informativos nacionales junto a la lonja. La presencia activa de los medios de comunicación, la del Rey y la del Príncipe no ha herido ni molestado a nadie, que se sepa. Bien al contrario, ha conseguido atraer al máximo la atención contribuyendo a proyectar la dimensión real de la tragedia y generando una marea de solidaridad en todo el estado. El fenómeno de los voluntarios, que en Madrid ha prendido con especial intensidad, será lo único bueno que nos deje este desastre. Ejemplo a retener para todos en un país cuyos gobernantes han ofrecido una imagen deplorable de ineptitud e inoperancia ante esta crisis y donde, paradójicamente, sólo ha dimitido un diputado socialista en la Asamblea de Madrid por decir una estupidez intrascendente en conversación privada. El chapapote ha embetunado de pies a cabeza a quienes intentaron quitarse el muerto de encima. Les tiñen manchas muy negras, más difíciles incluso de borrar que las que limpian los madrileños en las playas de Corrubedo.

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