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Columna
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Garzón y el sub

Tras casi dos años de silencio, se destapó el subcomandante Marcos con una carta enviada a los neozapatistas reunidos en Madrid, en la que arremetía contra los enemigos de los batasunos y de ETA y colocaba en la picota al mismísimo juez Garzón, al que califica de payaso, sin que los payasos entiendan por qué se utiliza su arte como un insulto. La primera homilía del sub dejó al personal, neozapatista o nozapatista, estupefacto. El adjetivo más condescendiente que mereció la misiva por parte de muchísimos seguidores del sub fue el de ligera o desinformada. Garzón respondió con otra carta en la que dejaba a Marcos para el arrastre y le retaba a un debate abierto, cara a cara, sobre las cuestiones que tan ligeramente había juzgado.

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Para empezar, Monsivais, maestro universitario del subcomandante y maestro de todos los seres a la vez racionales e insumisos, reprochó el desliz de Marcos sin retirarle su apoyo como símbolo y portavoz del neozapatismo. No fue el único mensaje lastimado que recibió el sub de sus cómplices intelectuales, sentimentales o estratégicos, entre los que me incluyo, y emitió otra carta que, ésta sí, demostraba su capacidad de distanciamiento, incluso de sí mismo. Asume el desafío de Garzón y propone las Canarias y la televisión como instrumentos de encuentro y debate sobre la cuestión vasca y pide a los etarras una tregua de 170 días.

También condena el terrorismo de ETA y marca distancias entre lo que significan ETA y el EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional). La batalla neozapatista es radical, pero jamás el EZLN ha practicado una lucha armada caiga quien caiga, mutilando para toda la vida a simples peatones de la historia o asesinando por delitos de opinión a ciudadanos de la izquierda desarmada. El problema no goza de suficiente conocimiento social ni de adecuado debate político, y ante la angustiosa falta de imaginación para salir del círculo vicioso trazado entre razón de Estado y razón electoral, un duro encuentro verbal entre Garzón y el sub no sería un Happy end, pero tampoco un espectáculo inútil. Aportaría la imaginación crítica de dos personajes esencialmente éticos y una audiencia que superaría, tal vez, tal vez, la de un Barça-Madrid.

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