La democracia argentina, en peligro
La victoria de Lula en Brasil ha dejado en la sombra, momentáneamente, la situación de Argentina. Sin embargo, aunque Brasil es mucho más poderoso, ni él ni el conjunto de Latinoamérica pueden conquistar la mínima autonomía política si la crisis general de Argentina desemboca en una catástrofe, es decir, en la caída de la democracia en ese país, lo que haría desaparecer el Mercosur, y más completamente porque Chile, que se acerca a él en este momento, es más frágil que antes, sobre todo políticamente, desde el descubrimiento de importantes casos de corrupción en la mayoría parlamentaria, y porque Paraguay escapará difícilmente a una solución autoritaria.
Desde luego, no hay nada más importante que la extraordinaria aparición en Brasil de una gran exigencia de cambio social y de democracia. Estas dos tendencias siempre han parecido contradictorias en el conjunto de la América Latina que sólo creía en la revolución. De ahí cuarenta años de rupturas, fracasos, violencia, brutales vueltas atrás. En su lejano Chiapas, Marcos fue el primero que rompió con las guerrillas y proclamó la necesaria alianza de la defensa de las comunidades indias y la democratización de México. Pero el refuerzo de Brasil, gracias a F. H. Cardoso y al éxito de su política local -eliminación del analfabetismo, disminución masiva de la mortalidad infantil, programa de viviendas populares- permite hoy día a una de las grandes potencias ascendentes del siglo XXI entrar en un camino que la historia ha demostrado que es el único que lleva a un desarrollo duradero.
Si recuerdo aquí la enorme importancia de la elección de Lula es para mostrar que el peligro que amenaza a Argentina, país más pequeño y cuya producción es más débil, es tan grande que una catástrofe en Argentina tendría tanto peso como el triunfo de Lula en Brasil. Ahora bien, esta catástrofe puede producirse en un futuro muy próximo, en el momento de las elecciones. Esta hipótesis siniestra es casi evidente: ¿cómo podría una crisis económica y social sin precedentes, que ha llevado a la miseria a la mitad de la población y ha ido acompañada de una descomposición de los partidos políticos, no tener consecuencias inevitables para el conjunto del régimen político? El paso de De La Rúa a Duhalde, y después de éste a Menem, seguramente no puede llevar a Argentina a nuevas soluciones. Cuando la sociedad ya no está bajo control, cuando miles de personas llegan por la mañana desde las afueras de Buenos Aires para buscar migajas de comida en las papeleras antes de marcharse por la noche, cuando los movimientos de protesta y sobre todo la organización de parados -piqueteros- paran la circulación y organizan manifestaciones justo delante de la Casa de Gobierno, ¿se puede creer que basta con que la devaluación del peso permita al comercio exterior no derrumbarse para que el orden político se restablezca por sí mismo? Para evitar una ruptura política mayor se necesita una ayuda internacional masiva que permita a Argentina recuperarse. Ahora bien, el FMI ha querido castigar a Argentina, y la política económica norteamericana ya no está dirigida por grandes personalidades como J. Rubin o L. Sumners; su nivel de pensamiento y de acción ha descendido en gran medida con el cambio de presidente y, a pesar de la buena voluntad de Lula, es difícil que Brasil pueda enderezar por sí solo la situación de Argentina. Es más, a lo lejos se oye el ruido creciente del yacimiento de gas boliviano, que quiere apoderarse del mercado brasileño antes de conquistar California. Aún no han desaparecido todas las esperanzas de salvación, pero hay que tener el valor de decir que la salida más verosímil de la crisis actual es un golpe de Estado civil, sin más, que prescindiría de la Constitución, un Gobierno por decretos-ley y la liquidación por la fuerza de los movimientos de piqueteros. Y como éstos son militantes muy activos, no hay que excluir la hipótesis de un enfrentamiento violento entre ellos y la policía o el Ejército. La sangre podría correr por las calles de Buenos Aires si interviniera el Ejército, aunque lo hiciera menos directamente que en 1976.
Los medios dirigentes nacionales y el conjunto del orden establecido argentino no son partidarios de la ruptura de la democracia. ¿Pero no es una de las razones principales de la crisis el hecho de que Argentina no controle sus capitales y su patrimonio? Éstos pertenecen en gran medida a grupos financieros que actúan fuera del país, y se sabe que si repatrian su fortuna, el peso de la deuda exterior del país desaparecería casi completamente. Estos grupos financieros, que tienen poderosos aliados fuera del país, son los que tienen más interés en una ruptura de las instituciones, y todo indica que los candidatos que tienen más posibilidades de ganar en las próximas elecciones primarias del Justicialismo -y no hay candidatos fuera de éste- son parte importante de este plan. Carlos Menem, cuyas posibilidades en este momento son mayores, porque la opinión pública recuerda con nostalgia el tiempo en que el peso valía un dólar -política, de hecho, responsable del agravamiento de la crisis- hacía pensar a los argentinos que eran ricos.
Lo que da hoy día la impresión de que una política autoritaria no es posible es que a los movimientos populares, como los de los parados, se añade el de la clase media, el de los "ahorristas", cuyos haberes han sido congelados y por lo tanto en parte destruidos. Pero se puede suponer que un Gobierno autoritario ofrezca compensaciones a quienes golpean las cacerolas y que esta pequeña burguesía se convierta a su vez en un gran apoyo para una práctica de represión frente a las revueltas populares.
De hecho, la mejor protección contra un golpe de Estado es la lentitud de los cambios: aplazamiento de las elecciones, lenta puesta en marcha del plan de salvamento del FMI, recuperación progresiva de la economía gracias a la devaluación, ayuda de Brasil, cuya economía es mucho más poderosa que la de Argentina. ¿Pero puede ésta instalarse de forma duradera en la caída que ha sufrido sin seguir vaciándose de sus fuerzas vivas y sin conocer las tensiones que hacen al país cada vez más ingobernable? El futuro de Argentina depende ante todo de la decisión del FMI: ¿piensa que ha castigado lo suficiente a Argentina? Y el Gobierno estadounidense, ¿está decidido a salvar a este país mientras que su atención se centra por completo en Oriente Próximo? El futuro del continente dependerá tanto de la supervivencia de Argentina como del uso que haga Lula de su formidable victoria. La opinión internacional debería medir mejor los riesgos que supone para todo el continente la peligrosa situación actual de Argentina.
Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.
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