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Columna
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Palas para todos

Uno, posible deformación profesional, anda siempre por los lugares públicos con la oreja tendida, para capturar alguna novedad o sorprenderse con los comentarios y consideraciones que los madrileños expresan sin rebozo. Un pueblo con espíritu crítico y donaire para enjuiciar los sucesos en torno, al tiempo que otorga el más amplio de los créditos a cuanto se produzca en su alrededor y no digamos si lo ha escuchado en la emisora favorita. El lugar de siempre más clásico, el eco y altavoz de todos los rumores es, sin duda, el mercado que aún queda en los barrios, donde una antigua y beneficiosa competencia mejora las ofertas de carnes, verduras, pescados y hortalizas. Tengo dos a mano: uno muy próximo, el de Barceló, escenario de los artículos de Almudena Grandes, y otro que me pilla de paso, el de la Paz, en Lagasca. Me gusta atravesarlos, oler las emanaciones portuarias donde despachan el marisco, las sardinas, el besugo de Nochebuena; la fragancia de las frutas del tiempo, de todo tiempo, el leve aroma de la charcutería, la valerosa supervivencia del puesto de flores. Y recrear la pupila con los tonos que ofrecen las naranjas, las mandarinas, el verde misterioso de la uva, ese violeta nazareno de las berenjenas y el ovalado amarillo del limón.

También contemplar, a hurtadillas, el afán de las compradoras avezadas, el reclamo de los entusiastas vendedores, el tímido merodear de quien lleva tasado el monedero. Incluso la débil exhalación del dudoso café espresso, sobre el mostrador vecino a la pescadería.

Sobre un fondo de desesperanza se desgañitaba el pescadero avalando, para la parroquia rumbosa de estas Fiestas, la excelencia y frescura de su mercancía. Contrariaba convicciones e intereses al informar a una señora de que los mejillones no eran gallegos. Ni las nécoras, los centollos, los percebes, cuando siempre proclamó -aunque fuese orillando la verdad- que todo procedía de las Rías Bajas. Comenta con su compañero de trabajo: "Se han pasao. Cuando aquéllo se arregle, a ver quién acredita otra vez el género gallego, que es el mejor".

Me referí a ello a la hora del vinito cotidiano. Un contertulio, hombre sentencioso que cree pensar con mayor profundidad chupando una cachimba apagada, expresó la opinión personal: "¿Por qué los sin papeles se han quedado también sin palas para quitar el chapapote?". Tras un breve silencio, hubo quien se adhirió a la cuestión: "Hombre, quizás habría estado bien que los que manejan los foros de emigrantes y les meten en las universidades les hubieran sugerido cooperar. Más útiles y fuertes que alguna gente de tierra adentro, que nunca tuvo en las manos esos utensilios. Y más simpático". Intervino otro: "Sin discriminaciones, ¿eh? Estoy seguro de que muchos negr..., quiero decir subsaharianos, o centroamericanos, rumanos, rusos o polacos hubieran prestado su brazo en ayuda del país donde quieren integrarse...".

El ejemplo solidario de tanta gente joven y no tanto ha sido emocionante y consolador, aunque no siempre la buena voluntad produce los efectos óptimos. Intermediarios precavidos advirtieron, en institutos y universidades, que el Seguro Escolar ampara presumibles secuelas del petróleo derramado. Tampoco es temerario afirmar que, dentro de unos años, sórdidos y memoriosos abogados gestionarán sustanciosas indemnizaciones por el pródigo impulso de hoy. Podemos imaginar que ya se están escribiendo novelas, guiones de cine o de seriales con la marea negra como fondo. Caben todas las elucubraciones, incluida la del submarino nuclear -americano, por supuesto- que, en las mismas fechas, emerge bajo un mercante en Gibraltar y provoca algo que nadie se atreve a mencionar. ¿Cuántas otras noticias en los medios han quedado arrinconadas bajo esta pleamar repetitiva de datos, testimonios, acusaciones y pobres argumentos?

La contrapartida de la ominosa catástrofe es, sin duda, el altruismo de quienes, no siendo su obligación ni su interés, allá fueron, entregando tiempo y esfuerzo. Curioso que haya quedado diluida la siempre abnegada actuación de la Cruz Roja y la de esos millares de ONG que se desviven por sobrevivir. Los voluntarios no sólo cosecharon chapapote, sino que permitieron a 250.000 personas -100 o 125.00 palas, más o menos- manifestarse atronadoramente en Santiago.

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