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Reportaje:CUMBRE EUROPEA EN COPENHAGUE

La Babel europea

Nadie cree que la UE pueda trabajar con 21 idiomas cuando se unan los nuevos socios en 2004

"Buenos tardes en esta jornada histórica". La bienvenida del primer ministro danés resonó sobre las cinco y media de la tarde de ayer en siete docenas de auriculares traducida a 23 idiomas. La primera cumbre de los Quince con los nuevos socios y las negociaciones de adhesión prácticamente resueltas no sólo adoleció de la sobrecarga de tensiones que acompaña siempre a los momentos finales de estos tratos, muy polarizadas ayer por Polonia, sino que experimentó todo el estrés de los problemas operativos que deberá afrontar la Unión Europea ampliada.

Son todos ellos resolubles porque, cuestiones de espacio aparte, ninguna dificultad técnica insalvable se opone a que cuantas personas quieran puedan dialogar en lenguas tan minoritarias como la de Estonia, practicada cotidianamente por 1.400.000 personas, o el esloveno, que es el vehículo comunicativo de dos millones de almas.

Los líderes seguirán hablando en su propia lengua y las directivas se traducirán
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El rumor electrónico de la nueva Babel europea pesa, sin embargo, sobre el balance de este teatro político ambulante que son los consejos europeos. El de ayer entró en el Guinness de los récords por su generosidad estadística: los 28 líderes convocados llevaron tras de sí a más de 1.000 delegados y más de 3.000 periodistas, con un gasto en seguridad de 9,8 millones de euros derivado de la movilización de 6.000 policías durante sólo dos días.En el Bella Center de Copenhague, un centro de congresos protegido por 3,5 kilómetros de alambre de espino en un frío descampado de la periferia de la capital danesa, se utilizaron 10.000 sillas y 4.800 líneas de RSDI, y se consumieron 80.000 cubiertos y 45.000 cafés preparados por 80 cocineros y servidos por 150 camareros.

No hubo escasez ni apreturas. El problema es lo que cuesta la fiesta, y el coste es también la amenaza que pesa sobre la Europa de las 28 culturas. Pocos creen que en la UE vaya a seguir trabajando en 21 lenguas cuando, en mayo de 2004, los 10 primeros nuevos socios tomen posesión de sus asientos en el Consejo. El amor por el multilingüismo y la pluralidad cultural chocan inevitablemente con la resistencia de los contribuyentes netos a la Unión, como Alemania u Holanda, que no quieren hacerse cargo de la factura.

Pero, por otro lado, todos quieren llevar sus señas de identidad a Europa -el almuerzo de ayer, por ejemplo, fue aderezado con pimientos de Turquía, según rezaba el menú- y esa actitud crea otros problemas. Es claro que Holanda, aun siendo contribuyente neto, difícilmente tomará partido porque se impongan las lenguas mayoritarias. La debilidad del alemán frente al inglés como lengua franca ha creado también algún problema en el proceso de creación de la Patente Europea, que sigue inconcluso precisamente por los reparos lingüísticos que plantea España.

La opinión más común indica que al final, la Babel comunitaria que ayer se puso de largo en Copenhague seguirá existiendo al menos en los consejos europeos, donde los líderes exigirán ser interpretados en su propia lengua, y en la traducción de normas y directivas, que cualquier ciudadano tiene en principio derecho a reclamar en su idioma. Por lo que se refiere a otras áreas, el futuro de la multiculturalidad dependerá mucho de las perras.

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