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Europa y 'la otra Europa'

Últimamente he recorrido la mayoría de los países que son nuevos candidatos a ingresar en la Unión Europea en la primera o segunda hornada, especialmente los antiguos países del bloque del Este. Se pueden establecer ya ciertos puntos comunes en sus expectativas, sus esperanzas o sus temores. A medida que se aproxima "el acontecimiento", por fin se deja de esperar la luna y las ilusiones dejan paso a un cierto realismo. Finalmente se cae en la cuenta de que las condiciones previas que plantea Bruselas no tienen nada de sentimentales y que nadie está dispuesto a cerrar los ojos ante la obligación de responder a ciertas exigencias.

En cualquier caso, las reacciones netamente antieuropeas cada vez son más débiles o limitadas. No se hacen oír más que entre los restos de una determinada izquierda que aún tendría cuentas que arreglar con el pasado o entre los medios nacionalistas o ultraconservadores como, por ejemplo, la "Liga de las familias polacas" u otras organizaciones o partidos semejantes, generalmente minoritarios. Por otra parte, en la marejada proeuropea cada día hay más prudencia; se ven incluso aparecer ciertas aprensiones que, en resumidas cuentas, son deseables y positivas. La voluntad de "escapar a cualquier precio" -de liberarse del pasado y su pesada carga- se conjuga con la de "entrar cueste lo que cueste" y convertirse por fin en miembro de una Europa unida. Hay en ello, evidentemente, precipitación, improvisación, irreflexión, falta de costumbre; de todo, en definitiva.

El primer grupo de candidatos planteará seguramente menos problemas que el segundo, pero los suficientes como para que estos últimos prolonguen su espera mucho más de lo previsto. Las cuestiones reales del segundo grupo no se plantearán definitivamente sino en función de las experiencias, buenas o sobre todo malas, que se habrán extraído de los primeros admitidos. Esto, con seguridad, no será ni fácil ni mucho menos cómodo.

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Transiciones más largas de lo previsto. Nadie se esperaba que las transiciones debieran ser tan largas, lentas y agotadoras. En la euforia que siguió a la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento de la URSS, todo parecía estar al alcance de la mano. Las privatizaciones han sido más o menos escandalosas, incluso en la República Checa, en Hungría o en Polonia, sin hablar de Rusia, Rumania, etcétera. Malta y Chipre no conocen esta clase de problemas, pero, sin embargo, abarcan un espacio menos importante. En cualquier caso, estas dos islas constituyen sendas anclas lanzadas al mar Mediterráneo y ese gesto podría incluso tener en el futuro un significado más que simbólico. Europa olvida o ignora "la cuna de Europa": el Mediterráneo. Ha hecho falta más tiempo del que se creía para recuperarse de los regímenes del llamado "socialismo real": nivel de producción, intercambios, seguridad social, jubilaciones, etcétera. Un país como Eslovenia, que a menudo se cita como un buen modelo de transición, ha tardado más de siete años en alcanzar el nivel... que tenía en 1990. La ayuda enorme que había proporcionado Alemania Occidental a su hermana mal casada con el Este muestra bien la magnitud de los medios que necesitan estas transformaciones estructurales. El trabajo preparatorio no se habrá concluido en todas partes en el momento de la admisión de los candidatos en la Unión y es previsible que en años venideros haya más de una dificultad inesperada. Habría que contar con ellas desde ahora.

Nuevas fronteras. La nueva Unión Europea, la que contará con 10 miembros más de aquí a diez años, tendrá la obligación de ser una guardiana severa de las nuevas fronteras. Tengo dificultad para imaginarla. Es difícil ver a aquellos que habían vivido este problema hasta ayer mismo, que estaban acostumbrados a las fronteras estancas o poco permeables, frontera que era necesario violar a veces con astucia o fuerza, como nuevos guardianes en la entrada. Las fronteras deberán hacerse mucho más acogedoras y franqueables que antes. No sé si los responsables de decidir tendrán la suficiente comprensión para plantear estos problemas y resolverlos satisfactoriamente. Será costoso y probablemente desagradable.

Entre la Unión Europea y la OTAN. A menudo se establece un nexo entre el ingreso en la Unión Europea y la presencia en la OTAN, nexo que no debería ser indispensable ni sobre todo evidente. ¿Verdaderamente se debe pasar por el purgatorio de una alianza militar que ha perdido a su adversario real para merecer ser admitido al examen? Da la impresión de que es exigido, sin que se sepa exactamente por quién. Admiro las reacciones, desgraciadamente no demasiado numerosas, que se han manifestado en contra de una exigencia semejante más en los medios culturales que políticos de algunos países candidatos. Ello probablemente tiene que ver con el hecho de que la Unión Europea en sí misma no está pensada en función de la cultura, sino sobre todo de las relaciones económicas, estatales, incluso estratégicas. En última instancia, se trata más bien de someterse a la voluntad de Estados Unidos que de sostener realmente un proyecto europeo propiamente dicho. Se puede entrever ahí una sombra de la guerra fría, de ciertos tipos de alineamiento de una época pasada. No sé por qué eso debería ser un criterio (inconfesado) para formar parte de la nueva Unión.

Cuestiones culturales. En las instituciones europeas que han preparado la admisión de diez nuevos países en la UE -no podemos ignorar ni sus esfuerzos ni alguna de sus competencias en la materia- las cuestiones de la cultura se han planteado raramente, y sin convicción. Por otra parte, vivimos una época en la que los intelectuales europeos, debido a los errores que se les imputan, con razón o sin ella, procuran evitar compromisos demasiado directos o explícitos. Los de la ex Europa del Este todavía no se han recuperado de todo lo que les sucedió. Ni unos ni otros parecen en este momento tener vela en el entierro y no buscan demasiado tenerla. Esto no quiere decir que no se tengan ideas u opiniones sobre el tema. He intentado durante más de un desplazamiento por las regiones del este de Europa recoger y clasificar en forma de alternativas las diversas maneras en que Europa es vista por la otra Europa: sería deseable que la Europa venidera fuera menos eurocentrista que la del pasado, más abierta a los demás que la Europa colonialista, menos egoísta que la Europa de las naciones, más consciente de ella misma y menos sometida a la americanización; sería utópico esperar que se volviera, en un tiempo previsible, más cultural que comercial, menos comunitaria que cosmopolita, más comprensiva que arrogante, menos orgullosa que acogedora, más la Europa de los ciudadanos que se dan la mano, menos la "Europa de las patrias" que tanto se han construido guerreando unas con otras, y, a fin de cuentas, más socialista con rostro humano (en el sentido que no hace mucho daban a este término ciertos disidentes de la ex Europa del Este) y menos capitalista sin rostro. Aña-do que somos poco numerosos quienes pensamos aún en cierta

forma de socialismo. Ello aún da miedo a mucha gente, tanto a los intelectuales nacionales como a las capas medias de la población.

La mirada de Rusia. Rusia ya no es -y eso parece evidente- lo que fue hasta ayer la Unión Soviética, a pesar del hecho de que sigue pretendiendo desempeñar el papel de gran potencia y hasta cierto punto consigue serlo. De su evolución interna dependen muchas cosas. Podemos imaginarnos diversas Rusias futuras en función de su pasado, de su fuerza, de sus adversidades. ¿Será una verdadera democracia o una simple "democratura"? ¿Tradicional o moderna? ¿"Santa" o profana? ¿Ortodoxa o cismática? ¿Más "blanca" que roja o a la inversa? ¿Menos eslavófila que occidentalista o viceversa? ¿Tan asiática como europea o lo contrario de uno y otro? ¿Una Rusia que "la razón no sabría abrazar y en la cual sólo se puede creer" (como decía magníficamente el poeta Tiutchov en el siglo XIX) o bien aquella "robusta y de gran culo" (tolstozadaia) que cantó Alexandre Blok durante la Revolución? ¿"Con el Cristo" o "sin la cruz"? ¿Simplemente rusa (ruskaïa) o "de todas las Rusias" (vserossiskïa)? Sea lo que sea aquello en lo que se convierta, deberá contar con todo lo que le deje la ex Unión Soviética, y todo aquello de lo que ésta le ha privado, quizá para siempre.

Nosotros, los nacidos en el Este y formados en la otra Europa, debemos enunciar interrogantes análogos ante tantos comportamientos conservadores, actitudes tradicionalistas, opacidad en la manera de gobernar o gestionar las cosas, falta de transparencia o estados mentales retrógrados que resurgen en muchos países al mismo tiempo europeos y apartados de Europa. Sobre todo allí donde el déficit de tradiciones democráticas parece evidente, donde los derechos del hombre continúan siendo escarnecidos y el Estado de derecho está lejos aún de constituirse. Por ejemplo, es útil observar cómo Serbia o Croacia acogen con hostilidad las inculpaciones procedentes del Tribunal Internacional de La Haya y se niegan a entregar a quienes, según toda evidencia, habían cometido crímenes, como Karadzic, Mladic y sus semejantes. Muchos acusan a Europa de incitar contra ellos a ese tribunal.

Contradicciones de los Balcanes. Un pasado lejano y numerosos acontecimientos recientes han dejado en los Balcanes heridas que continúan sangrando: la Albania de Enver Hoxha, la Rumania de Nicolae Ceaucescu, la Bulgaria de Todor Jivkov, una Yugoslavia no hace mucho bastante más próspera que los demás "países del Este", arrasada en la actualidad por las últimas guerras balcánicas... Y se extiende aún más lejos, yendo de un país a otro: malentendidos entre Serbia y Montenegro, conflictos entre los kosovares albaneses y serbios, separación de nacionalidades en Bosnia-Herzegovina, relaciones tensas entre Grecia y Turquía, relaciones ambiguas entre Bulgaria y Macedonia, la cuestión húngara en Transilvania, rumana en Moldavia, griega y turca en Chipre, macedonia en Grecia, serbia en Croacia, turca en Bulgaria; más de dos millones de exiliados o "desplazados", mil y una maneras de asumir una "identidad poscomunista", de plantear e intentar resolver la sempiterna "cuestión nacional" y la de las minorías, o bien de revisar fronteras consideradas "injustas" y "mal trazadas", de sufrir o rechazar la famosa "balcanización" que, a semejanza del Destino en las tragedias nacidas bajo los cielos de esta península, continúa separando lo que parecía indivisible.

Las divisiones se hacen allí sin que quede gran cosa por dividir. Se ha creído conquistar el presente y no se logra dominar el pasado. En muchos de estos países ha sido necesario defender un patrimonio nacional; actualmente es necesario, en muchos casos, defenderse de ese mismo patrimonio. Ello vale igualmente para la memoria: se debía salvaguardar, y ahora parece castigar a aquellos mismos que la habían salvado. Muchos herederos se quedan así sin herencia.

Pedrag Matvejevic, ex yugoslavo de origen croata, es profesor de Lengua y Literatura eslava en la Universidad de Roma La Sapienza.

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