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Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA
Tribuna
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Fraga Desprestige

¿Cuántas condenas de muerte ha firmado este hombre? El maestro Josep Benet me lo explicaba tiempos ha: "Franco establecía un pacto de sangre con sus ministros y todos, en un momento u otro, firmaban una sentencia de muerte". Dada la larga, espesa y activa permanencia de don Manuel en la primera línea de la dictadura, el don las habrá firmado prácticamente todas, entre ellas las de Grimau y las de Granados y Delgado, y si no firmó la de Puig Antich debió de ser porque, en aquellos esos tiempos, lo habían enviado de embajador al Reino Unido. Firmar una sentencia de muerte, aunque sea bien acompañado de los otros ministros de Paco, debe de ser algo tremendamente duro, enfrentado uno mismo a la decisión firme y rotunda de mandar matar a otro ser humano. Sólo con un alma polar, un pulso inflexible y una falta absoluta de conciencia puede alguien dormir con eso. Sin duda, Fraga duerme bien.

También caza, cosa nada extraña para alguien que cazaba "maleantes" en las manifestaciones de protesta de los años de la ira. Y caza cuando quiere, porque así cazan y así duermen los amos de antes, los viejos propietarios feudales que sabían suyas haciendas, tierras y vidas. Si la democracia ha hecho agua en algunas zonas débiles de su casco, ha sido ahí, en las cuentas con el pasado, tan indulgente con los verdugos que lo ha acabado siendo, ella misma, con las víctimas. Burla del pasado, estafa de la memoria y desprecio al dolor, Manuel Fraga se ha mantenido en el poder, a pesar de haber mandado matar. Sólo por eso, ¿cómo podemos decir a otros pueblos que nuestra transición fue ejemplar? ¿Y cómo es posible que esos Garzones que cazan cazadores por los Chiles del lamento nunca hayan mirado hacia don Manuel? Y eso que se entretienen en tierras cercanas, martillos de herejes de indómitas Vascongadas. Fraga es una herida abierta en la dignidad, y una se pregunta qué deben de sentir los familiares de tantas víctimas cuando le ven paseando su oronda figura en los telediarios. Sólo porque hasta hoy llega la derrota, y la derrota es silencio, deben de callar tanto...

Ahora el viejo trasatlántico tiránico da muestras de casco oxidado, aunque, cuidadín, dista mucho de estar agujereado. Como si la marea negra que no existe, aunque exista tanto, movilizara a su paso algo más que desolación, como si la vieja alma gallega empezara a despertar de ese sueño de dominio, servidumbre y maltrato que ha sido su pesado sueño de estos años. Mujer esclava en el maltrato, como tantas mujeres maltratadas. Pero han tocado la tierra, la tierra profunda, la que dibuja rías y costas y alimenta familias y da carácter a la historia. Han manchado de negrura espesa la piel más profunda del cuerpo colectivo, y ésa es una herida que despierta lo más dormido. Como pasa con el agua en otros lares, el agua que convierte al Ebro en la última gran épica de una tierra sin épica, la tierra manchada gallega es una mancha que parece que no se borra a la perversa manera de los viejos caciques. Ya sé que puedo pecar de optimista, ergo de ingenua, y que una cultura del caciquismo, perfectamente engrasada, estructurada y milimétricamente organizada, no acaba con una revuelta, por muy seria que sea. Y sé también que muchos pescadores esperan la ayuda pública, que seguramente lloverá a cántaros, como siempre lo han esperado todo, a golpe de miedo, resignación y sumisión. Pero algo se mueve incluso en el corazón mismo del dominio, y no hay que olvidar la máxima de la esclavitud: cuando se vislumbra la libertad, nunca más se puede vivir sin ella.

¿No es libre Galicia? Ha votado ya muchas veces, como todos. Y dicen que la democracia es inapelable. Dicen... Sin embargo, la permanencia de Fraga en el poder y, con él, la estructuración de un poder local y provincial perfectamente feudalizado, con sus privilegios, sus intereses, sus castigos y sus prebendas, sus amigos y sus demonizados, su dominio de la prensa y su minucioso control civil, un poder tan cercano al de la juventud fraguiana, quizá sólo matizado por el engorro de tener que aguantar a los disidentes en la calle -no todas las calles son ya suyas-, no denota una sociedad libre. Ya sé que no podemos buscar pajas en el ojo ajeno, con esa política de la subvención, el maniqueísmo, el amiguismo y el control civil que hemos vivido por tierras catalanas, pero los abusos del pujolismo no son, para nada, nada, nada, comparables al dibujo totalitario del fraguismo. Lo de aquí es abuso. Lo de allí es cultura. No en vano, Pujol ha luchado por la democracia y Fraga se ha pasado la vida combatiéndola, despreciándola y ahora usándola en propiedad.

¿Hablamos de responsabilidades? Son tan transparentes como negra es la culpa. Por mucho que Aznar dispare hacia arriba con la esperanza de darle a un Zapatero volador y por mucho que Rajoy se pase el día subiendo y bajando la escalera, vano ejercicio para intentar no ser manchado, el fuel ha llegado a La Moncloa, ha ennegrecido la España va bien, ha roto los diques de exculpación y ha hecho emerger lo evidente: después de la culpa del Prestige, la historia de estas semanas ha sido una loca, descontrolada, irresponsable y mortífera acumulación de culpas patrias. Y no está claro que Galicia tenga tanto estómago para tanta indigestión. Quizá, como los árboles milenarios y milenariamente castigados del bosque del Señor de los Anillos, Galicia empieza a mover raíces. Empieza a estar cabreada.

Pero el don caza. Como siempre ha hecho, cazando almas, matando alas, segando esperanzas. Es el cazador que más piezas le ha robado a la libertad. Sin embargo, hoy los disparos le huelen a pólvora en el mismísimo..., y nada empieza a resultar tan fácil. Ojalá, por el roto hecho a la memoria, por el deber que tenemos con el dolor antiguo, por la Galicia que amamos, ojalá ese viejo, inflexible y tiránico cazador sea finalmente un cazador cazado. Alguien se lo debe a la dignidad colectiva.

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