'Blowing in the wind'
Los que ya hemos sobrepasado los 50 recordamos, no sin añoranza, aquellos años del decenio de los sesenta en que disponíamos de himnos para utilizarlos como incruenta arma de protesta. Era un lenguaje casi universal. Cuando la guerra de Vietnam aún no había finalizado, cantantes como Joan Báez o Pete Seeger removían la sensibilidad de norteamericanos al brindar temas y melodías que también nos servían en otras partes del mundo para expresar la rabia y la disconformidad juvenil contra situaciones de un mundo que evidentemente no nos gustaba. Así fue como en la universidad gallega convertimos un "We shall overcome" en "Venceremos nós". De aquel mismo momento y escenario quedó en la memoria otro himno que lanzaba a los vientos preguntas incontestadas. Era un tema de Bob Dylan que tras una retahíla de interrogantes incómodos y un tanto desesperanzados repetía machaconamente: "La respuesta, amigo mío, está en el viento" ("Blowing in the wind").
La realidad de las últimas semanas, la pesadilla inacabada de una marea oscura y pestilente que aniquila la vida del océano y desgarra, tanto económica como ecológicamente, las costas de Galicia, me trae inevitablemente a la cabeza aquel himno de juventud. Sobre todo, al sentir que -ahora sin metáfora alguna- nuestro destino está en el viento, y también al comprobar que, lamentablemente, están en el aire otra vez muchas preguntas que debieran tener respuesta. Que tienen respuesta. Se refieren a la responsabilidad de que sucedan estas cosas, a las condiciones de los buques, a las rutas que recorren, a la capacidad de sus tripulaciones, a la naturaleza y propiedades de los materiales transportados, a la iniciativa y las decisiones en momentos de peligro, al desamparo de los puertos y pueblos de la costa, a la vulnerabilidad de la vida en lugares heridos con impunidad ya varias veces. Hay preguntas sobre la falta de inteligencia, de claridad; las más duras se refieren a la carencia de sensibilidad, al silencio, a la ausencia. A la insoportable soledad provocada por el silencio.
Los medios de comunicación, que siguiendo su inexcusable función social buscaban informaciones, han comprobado estos días, por ejemplo, la dificultad de obtener la opinión de los ingenieros de algunos astilleros, de biólogos de centros de control marino, de físicos titulares en institutos de meteorología y hasta de técnicos de departamentos universitarios con programas que modelizan las dinámicas de fluidos. Son demasiados expertos silenciosos o silenciados. Los ciudadanos han sentido la fuerza de un poder invisible que oscurece y dificulta la visión, no ya de las imágenes que nos ayudan a prevenir el futuro, sino también de las que describen el presente. Quizás esta oscuridad es la señal más evidente de una auténtica marea negra sobre el océano de la información. Una negrura inodora pero igual de pestilente y peligrosa que la que puede derivarse de un vertido de petróleo.
En aquella canción de los sesenta, Bob Dylan se preguntaba, entre otras muchas cosas:
"Yes, 'n' how many times can a man turn his head, pretending he just doesn't see?".
("Sí, y ¿cuántas veces puede un hombre girar la cabeza haciendo creer que no ve?").
La respuesta, amigo mío, está en el viento. Dejemos para este final una brizna de ilusión al pensar que, al menos, los vientos de lejanas tierras han traído a esta esquina del Finis Terrae señales de solidaridad, cariño y comprensión.
Ramón Núñez Centella es director del Aquarium Finisterrae.
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