"Vivimos bajo una enorme presión para olvidar, para seleccionar los recuerdos"
John Berger (Londres, 1926) acaba de sacudir algunas conciencias dormidas con el artículo ¿Dónde estamos?, análisis poético y muy crítico a la vez sobre este confuso tiempo que nos arrolla, en el que denuncia cómo el poder de las grandes democracias ha secuestrado el sentido de las palabras importantes. Ahora, su nombre vuelve a primera línea editorial con los rescates, uno literario y otro documental, de dos viejos y entrañables libros suyos. Por un lado, Alfaguara reedita Un pintor de hoy, su primera novela. Publicada en 1958, cuando "era un joven motero, mujeriego, flaco y tímido", narra la historia ficticia de Janos Lavin, pintor húngaro y comunista exiliado en Londres desde los años treinta, que busca un espacio para crear y sólo encuentra guerra fría y muerte. Retrato del artista emigrado, novela de gran aliento político, Berger recibió críticas terribles en su día porque se atrevió a mostrar cierta simpatía por el enemigo soviético en plena época del hielo. "Una de las reseñas dijo que el libro sólo lo podía haber escrito otra persona aparte de mí: Goebbels de joven, y la presión obligó a mi editor a retirarla de las librerías", recuerda Berger, por teléfono, desde su casa de campo en la Alta Saboya.
"Cuando te haces viejo entiendes que la vida sólo está completa con sus heridas"
"Estamos en una cultura que dice que si no compras no cuentas, que los pobres no importan"
La segunda recuperación, en Huerga y Fierro, es Un séptimo hombre, un libro de 1973 en el que el escritor y poeta traza, al alimón con las fotografías de su amigo suizo Jean Mohr, el perfil de la emigración europea en los años setenta. Un libro, como el otro, muy pegado a su tiempo, que se abre, igual que el otro, a nuevas lecturas en este otro tiempo de ahora mismo.
Pregunta. Los dos textos parecen muy distintos pero tienen bastantes cosas en común. ¿Quizá, sobre todo, el exilio?
Respuesta. Bueno, el exilio, o mejor la emigración, son las experiencias fundamentales del siglo XX. Pero además tienen otras cosas en común: los dos son de hace 30 o 40 años, y los dos reflejan una misma imagen, la del escritor que no sabe del todo lo que hace. A menudo, los escritores creemos estar haciendo una cosa y después descubrimos que hicimos otras. Por ejemplo, Un séptimo hombre parecía en su día una especie de intervención política en la sociedad y la economía, pensábamos que era un panfleto muy práctico, incluso pusimos al final una lista de las asociaciones de emigrantes europeas. Ahora, tanto tiempo después, la situación de esos trabajadores ha cambiado, hay problemas nuevos, las estadísticas están desfasadas, y el libro es otra cosa: una especie de álbum de familia de la emigración. Me imagino a los hijos y los nietos de aquellas personas viendo en el libro cómo era la vida de sus padres. ¡Ahora es una especie de memorial íntimo, cosa que jamás sospechamos en el momento de hacerlo! En cuanto a Un pintor de hoy, que empecé a escribir hacia 1954, antes incluso de la revolución húngara, sin prever qué podía pasar después, resulta que la guerra fría acabó y el libro ahora se lee de una manera distinta. Es un libro sobre la lucha de un artista por hacerse un tiempo y un espacio donde crear. Y dado que la vida no facilita nunca el arte, aunque el arte ayude a sobrellevar la vida, y aunque la vida del artista a veces sea fácil, Un pintor de hoy trata básicamente sobre esa lucha que todavía permanece. Pese a que las cosas en el este de Europa hayan cambiado mucho.
P. En el prólogo de 1988 cuenta que el libro fue tachado de comunista, de afecto al totalitarismo.
R. Sí, aunque yo nunca lo vi así. Cuando lo escribí, había estado dos o tres veces al otro lado del telón, no en Hungría, pero sí en Moscú, y sabía las tensiones que había, conocía cosas sobre la opresión, aunque no todo, y no sólo por lo que leía, sino por lo que observé, intuí o escuché a los artistas en Moscú. Por otra parte, después de la guerra mundial, casi todos mis amigos en Londres eran emigrados del este de Europa que habían huido del fascismo. Así que yo sabía bien que las etiquetas simples no eran verdad, y por eso mi juicio sobre los individuos que las llevaban tampoco podía ser simple. Hoy, por cierto, muchas de las acusaciones hechas contra ciudadanos alemanes o rusos por colaborar con sus regímenes se han demostrado absurdas. Ahora sabemos que en aquel momento todo el mundo intentaba buscar la salida del laberinto, y que esa salida no se encuentra nunca fácil, limpiamente, porque los laberintos siempre obligan a negociar esquinas.
P. Y en el fondo la novela trata hoy sobre la libertad de creación.
R. Sí, muchas de las anotaciones del diario de Lavin sirven para cualquier artista. Él habla de pintura figurativa, pero lo que dice es aplicable a los que hacen impresionismo, abstracción, instalaciones... Las etiquetas no importan. La lucha real por encontrar la abertura a lo que el artista quiere expresar es la misma, no importa el estilo.
P. Importan las heridas que se hace uno en esa lucha...
R. Hace unos años escribí un libro de poemas que se titula Páginas de la herida: antología poética. Creo que mis viejas heridas siguen ahí, mezcladas con otras nuevas, y supongo que cuando eres joven ves esas heridas de manera distinta, crees que pueden matarte, piensas en el drama de la lucha y en el drama del final, mientras que cuando te haces viejo, como yo ahora, sólo ves tu vida completa con las heridas, entiendes que el proceso de sobrevivir es aprender a vivir con las heridas. Lo cual no quiere decir que la vida sea sólo heridas, porque vivir está siempre lleno de sorpresas, como el apoyo tan profundo que se dan unas personas a otras, por no hablar del milagro de levantarse cada mañana y ver el cielo.
P. Ha dicho que la novela supuso su despedida de la pintura. Pero sigue dibujando, ¿no?
R. ¡Sí, pero no es lo mismo! No puede tomarse uno en serio como pintor trabajando a media jornada. ¡Pintar es una actividad full time! En ese sentido, lo dejé para siempre. Pero dibujar dibujo mucho, se puede dibujar a media jornada, espontáneamente. Y el dibujo es extremadamente importante para mí. Ahora mismo, en esta habitación, estoy rodeado de dibujos. En las paredes hay seis de su compatriota Marisa Camino, uno mío... Es un paisaje de la costa atlántica gallega...
P. Tan actual estos días...
R. Sí, gracias a la locura de este mundo, ahora está llena de petróleo y de actualidad. El dibujo son unas olas rompiendo. Le he pegado encima un trozo de encaje blanco. Y la tinta negra se desborda por los agujeros...
P. Las fotos y el texto de Un séptimo hombre enseñan lo pobres que éramos los europeos del sur hace sólo 35 años. El libro parece una invitación a recordar, ahora que la memoria parece flaquear y cuando otro sur más pobre viene hacia nosotros.
R. No creo que el problema sea que tenemos una memoria frágil, sino la enorme presión que sufrimos para seleccionar nuestros recuerdos, para olvidar deliberadamente unas cosas y recordar otras. Vivimos en una cultura que dice que el mercado manda, que si no compras no cuentas, que los pobres son prescindibles. Si vives en un país que dice eso, y esto es un fenómeno nuevo, hay una presión enorme para olvidar cosas. El tiempo en que éramos pobres, por ejemplo. Y esto está muy conectado con lo que hablábamos antes. A veces, la gente trata de olvidar sus heridas; otras, las recordamos, reconocemos que son nuestras, que nos enseñaron cosas, cosas diferentes a unos y otros... Y así, creo yo, llegamos al entendimiento cabal de lo que es la vida, una mezcla de dolores y alegrías. Pero en una cultura que promete curas todo el tiempo, y buena salud, y cómo ser rico y saludable, olvidar las heridas es como decir: "Olvidemos cómo es la vida del resto de la gente que habita el mundo, y olvidemos incluso cómo vivíamos nosotros mismos antes".
P. Llama la atención, en la novela, la invención del diario de Janos Lavin, ese viejo truco literario del manuscrito encontrado casualmente.
R. Es un libro filosófico y político, que habla de la incertidumbre ante lo que pasará mañana. Y en ese sentido el diario era estupendo porque habla de lo que pasa hoy, ahora mismo, pero no sabes lo que pasará después, mañana. El diario establece una tensión, no la tensión del drama policiaco clásico, la del thriller, sino la de dejar al lector en el suspense de lo que va a pasar. Y finalmente ese falso diario que escribí tenía la cualidad de parecer real. Incluso hubo gente de Hungría que me escribió preguntándome dónde podían ver las obras de Lavin. Y yo no había estado nunca en Budapest. Si volvemos atrás para conseguir que esta conversación sea circular, podría decir que las entradas del diario tienen la calidad de un dibujo, su suavidad. Que ese diario no es una pintura, sino varios dibujos.
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