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Columna
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La mala uva

"He conocido antes a gente como usted. No es que pregunte nada; usted se limita a cantar una especie de canción: ¿adónde vamos a llegar? Usted no quiere saberlo. La gente se está moviendo, yendo a distintos lugares. Hay gente muriendo a su alrededor. Quizá usted muera pronto, pero no sabrá nada. He visto demasiados tipos como usted. No quiere saber nada. Lo único que quiere es cantarse una nana para quedarse dormido: ¿adónde vamos a parar?" La regañina se la echa el ex predicador Casy al propietario de una gasolinera en Las uvas de la ira, esa novela tan citada como poco leída de John Steinbeck, cuyo centenario estamos celebrando. Steinbeck habría puesto entonces el dedo en una llaga que todavía sigue abierta.

Vivimos tiempos de cambio y movimiento tal y como los que se dieron en la época de las uvas. Y de la ira. Tiempos mucho más parecidos a ellos de lo que cabría suponer porque la novela trata de un éxodo rural masivo parangonable a la emigración hacia las tierras prometidas que se da hoy con las consiguientes secuelas de hambre, hacinamiento, pérdida de identidad, explotación de la mano de obra, etcétera. Sólo que en medio de todo ese movimiento hay quien no se quiere enterar de nada y se limita a repetirse una cantilena -¿adónde vamos a llegar?- para fingir que le preocupa el problema, pero, sobre todo, para no interesarse por nada. Y ahí nos toca la fibra. La nuestra vasca de aquí.

Según una encuesta realizada en 1999 y dirigida por el sociólogo Javier Elzo que se acaba de publicar, nos vamos deslizando paulatinamente hacia el desinterés. Al menos en cosas como la política. Tanto es así que los asuntos políticos nos interesan menos que en 1995, fecha en que se realizó la encuesta anterior. Pero es que además no nos interesan casi nada. La política es lo que menos atrae nuestro interés en una lista de que comprende, por orden de importancia: la familia, el trabajo, los amigos y conocidos, el tiempo libre, la religión y, claro, la política, que ocupa el último lugar. Por decirlo lisa y llanamente, la política nos interesa menos de la mitad que, por ejemplo, el txiki-park, el lanzamiento de rabiosa o ese ocio creativo llamado Gran Hermano.

Pero, ¿qué quiere decir eso? Las encuestas suelen permanecer mudas cuando se les interroga sobre aquello que no preguntaron. Así, se puede entender que nos atraiga más la parte festiva de nuestro vivir que la parte que entendemos como más exigente. El problema se da cuando se pretende desarrollar un campo en detrimento del otro. Parece razonable que la política, entendida como la actividad propia y exclusiva de nuestros políticos, produzca repelús a la vista de la maña que se dan a la hora de manipular, mentir e intoxicar. Pero es que la política no es sólo aquello que compete a los políticos, cuyo papel se debe limitar a la administración de los asuntos de la polis -o de la república, por decirlo en latín- en la medida en que les hemos dado poder para ello, no, la política es aquello que nos afecta y requiere como ciudadanos.

Y aquí es donde se comprende mal y se admite peor que nos dejemos enganchar por los asuntos de la Real o del Athletic, aunque también por los de la malacología o el senderismo, en detrimento de aquello sin lo cual no puede haber ni gusto por el fútbol ni posibilidad de desarrollar una familia, porque como decía el ex predicador Casy, a nuestro alrededor hay "gente se está moviendo" y "hay gente que está muriendo". Que sólo pueda hablarse de un 4% de ciudadanos que consideran esencial la política para su vida puede significar mucho o puede no significar nada, porque ese 4% representaría poco más o menos el número de políticos profesionales, altos cargos y funcionarios de primera del país.

Lo que hace madurar las uvas de la ira es que la mayoría del 96% restante prefiera practicar el avestrucismo. Que es otra clase de política, aunque a sus practicantes les parezca que no. ¿Acaso no sería más saludable practicar una política más activa y encaminada a destruir todos los espejismos y todas esas amenazas terroristas que nos impiden desarrollarnos como seres humanos, es decir como seres civilizados?

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