El diluvio y la política
Nada parece satisfacer tanto a los ciudadanos -en especial, si son españoles- que la designación con nombres y apellidos (e inclusive NIF) de sus concretos males. En 1933, cuando muchas cosas empezaban a ir mal durante la II República, Fernández Flórez embistió contra Azaña, presidente del Gobierno y nada dispuesto a abandonarlo: "Si viniese el Diluvio", escribió, "Azaña se dejaría crecer unas barbas patriarcales para ocupar el puesto de mando en el Arca de Noé. Los primeros días diría que el agua era útil para los campos. Luego, que las cataratas favorecen la producción de la energía eléctrica. Después, que se trataba de un proyecto genial de ampliación del Atlántico"; todo antes que reconocer la realidad. Fernández Flórez fue cruel e injusto pero sus palabras adquieren una extraña resonancia de verdad, años después, aplicadas a la catástrofe ecológica gallega. Hay que evitar la excesiva personalización de las culpas pero tampoco hay que dejarse envolver ni por la presunción de un Mal inevitable que siempre nos acecha ni por la madeja enmarañada de las respuestas de los especialistas. De caerse en esos peligros, la cuestión del Prestige acabará ahogada por la propia saturación de noticias.
Antes de que suceda esto habrá que empezar por aceptar la existencia de culpas colectivas. Una vez más, nuestro sistema político se muestra incapaz de actuar como, ante un interrogante de futuro, se haría en otras latitudes. No ya una catástrofe natural sino un problema como la inmigración habrían dado lugar a la redacción de un Libro Blanco por comisiones independientes y con audacia de especialistas. Aquí eso ni siquiera se ha juzgado como una seria posibilidad, con lo que corremos el peligro evidente de la repetición.
El grueso de las otras culpas recae sobre quienes ejercen el gobierno, pero conviene matizarlas. Se habla de desidia pero convendría más bien explicar su actitud por ensimismamiento. Ineptitud ostentosa sólo se ha producido en el caso del ministro Matas y procede de la dislalia: en tardía declaración confundió "evolución" con "evaluación" y "afección" con "afectación". Para él sería aplicable la regla de Pérez de Ayala: un hombre público que queda mal en público es peor que una mujer pública que queda mal en privado. El pecado de ensimismamiento es habitual y más grave: lo cometió UCD con el asunto de la colza y los gobiernos socialistas a partir de 1993. Consiste en olvidarse de los gobernados y perderse entre las minúsculas minucias de los gobernantes. Por razones que derivan de una inminencia sucesoria omnipresente reina una especie de parálisis decisoria que, en este caso, ha bordeado lo inadmisible. No es que se haya actuado mal, sino que durante dos semanas no se ha sabido siquiera quién tenía que mandar. Tampoco tiene el Gobierno derecho a quejarse de la oposición. A ella sólo se le puede achacar haber entrado en una especie de puja por ver quién quiere ayudar más a Galicia. Pero ha hecho una crítica muy de fondo que sería deseable persiguiera con tenacidad. ¿Es cierto o no que la furia privatizadora ha desmantelado el salvamento marítimo? De ser así -hay que probarlo- nos volveríamos a topar con el pecado capital de nuestros gobernantes.
Cuando la única razón para la esperanza la justifican los voluntarios, hay motivos de profunda preocupación y pena que nacen no sólo de la naturaleza destruida, sino de la política democrática de bajísimo nivel. Fraga ha tenido una trayectoria controvertida pero sus adversarios más acérrimos tienen que reconocer, al menos, su responsabilidad en la conversión a la democracia de la derecha. En sus memorias, al tratar de la crisis de Matesa en 1969, un momento decisivo en su biografía política, alude a que unos trataron, "con gran resentimiento, de echar tierra al asunto" pero él mismo propuso "luz y taquígrafos", es decir, transparencia. Su versión es admisible: por vez primera en el franquismo un escándalo tuvo tratamiento público. Por eso resulta particularmente doloroso lo que hemos contemplado en estos días: a Fraga se le puede perdonar una descarga de adrenalina pero no una mentira.
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