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Crítica:CRÍTICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mensaje y tecnología

Hasta la fecha, el vídeo digital, en el cine español, había sido el soporte de algunas películas olvidables, de alguna fallida, aunque técnicamente solvente (La espalda de Dios, de Pablo Llorca), e incluso alguna francamente apasionante (Lucía y el sexo, de Julio Medem). Pero el soporte sólo de rodaje: a la hora de la proyección, lo que el público veía en las salas era la película pasada a material fotoquímico, toda vez que la tecnología de las salas aún no admite este tipo de películas. Hasta ahora, que por fin se estrena ésta, Entre Abril y Julio (las mayúsculas no son aquí banales).

¿Es tan importante que la proyección se haga según el formato original? Como ocurre casi siempre con los inventos llamados a modificar, de alguna manera, la historia de la imagen animada, la respuesta tal vez debería ser "sí". Pero lo que ocurre, y es ésta otra de esas leyes que indefectiblemente se cumplen, la experimentación tecnológica suele ir siempre más atrás, en cuanto al interés por lo que se ve, de lo contado. Y no es esta ópera prima el debú comercial de un probado ayudante de dirección y notorio cortometrajista, el madrileño Aitor Giazka, una excepción.

ENTRE ABRIL Y JULIO

Dirección: Aitor Gaizka. Intérpretes: Javier Albalá, Marina Seresesky, Pilar Punzano, Roberto Enríquez, Rebeca Jiménez y Marta Fernández Muro. Género: comedia. España, 2002. Duración: 90 minutos.

Porque más allá de su soporte, Entre Abril y Julio no deja de ser una comedia generacional más, llena de buenas intenciones, de eso no cabe duda, pero también de torpezas que nada tienen que ver con el medio que se utiliza (fallos de guión tan notorios como el final del filme, sin ir más lejos). Gags estirados y previsibles, soluciones sorprendentes que hacen poca gracia (a guisa de ejemplo, una chica consecuentemente lesbiana que acaba "convirtiéndose" a la heterosexualidad... con el más borde de la función) y un control deficiente del tempo narrativo hacen del filme un producto fácilmente olvidable.

Pero de hecho hay algo por lo que tal vez merezca, en el futuro, ser recordado un título tan endeble como éste: por la presencia magnética de una actriz aquí desconocida, la argentina Marina Seresesky, todo un descubrimiento. En la cuenta de su mirada, de su oficio, no de su personaje (una imposible musicóloga que prepara una tesis doctoral sobre la txalaparta y que responde al improbable nombre de Abril ¿entiende el lector lo de las mayúsculas?), hay que apuntar los pocos momentos de calidez, de intensidad, de verdad que la película transmite. Bienvenida sea.

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