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Columna
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Sigue la enajenación

No sé si es consciente la gente, eso que ahora ampulosamente se llama "sociedad vasca", de que lo que Ibarretxe dijo hace unos pocos días en San Sebastián, antes de comenzar en Gran Bretaña su viaje por el extranjero. Eso de buscar siete empresas por cada una que se marche (declaración grave donde las haya, porque reconoce que se pueden ir empresas) es favorecer la neocolonización de Euskadi, dejando pequeño aquel pasado histórico de las explotaciones mineras británicas y franco-belgas en la Margen Izquierda del Nervión. Cuando vinieron entonces aquellas compañías extranjeras no existía un tejido empresarial autóctono, ahora, si no lo echa, sí.

No sabe Ibarretxe, aprendiz de brujo, con qué cosa tan serias está jugando. Su plan, que en lo político goza de serios detractores, empezando por los dos grandes partidos españoles, en lo económico -salvo fanático empresario íntimamente conchabado con el poder nacionalista- goza también del rechazo de la corporación empresarial vasca, que sabe que el 54% del mercado está en España y que sólo el 15% está fuera de la UE. Que sabe, también, que casi todas las empresas importantes vascas tienen parte, o gran parte, de sus instalaciones productivas en zonas del resto de España. El secesionismo va salir caro.

El precio de la enajenación ideológica y política es la enajenación económica y su secuela de pobreza

De todas maneras, no habría que extrañarse de que determinadas empresas extranjeras, ante la posible desertización empresarial de Euskadi, estén interesadas en venir. Todo un espacio libre de la competencia de las anteriormente afincadas, salvo las que tengan razón social europea y contemplen como un serio inconveniente que el País Vasco se quede fuera de la UE. Quizás los británicos sean menos sensibles a ese riesgo tras haber decidido quedarse fuera del área euro, lo que provocó serios problemas a las empresas automovilísticas alemanas que se consorciaron con las británicas. Paradojas de la vida, los nacionalistas irlandeses buscando desembarazarse del control económico británico e Ibarretxe planeándoles las oportunidades de Euskadi para paliar los efectos de la huida de los autóctonos. (Otra paradoja, para otro artículo, es que se ha hecho más por el euskara en veinte años de autonomía que en la República de Irlanda, con ochenta de independencia, por el gaélico; lo que no hace axiomático que la independencia fortalezca el idioma nacional).

No es de sorprender el rechazo corporativo del empresariado vasco al Plan Ibarretxe (otra cosa es encuestarlos uno por uno), porque éste supone una auténtica, y traumática, revolución en la estructura económica del País Vasco tan íntimamente unida, formando parte de ella, a la del resto de España. Supone un riesgo desmesurado, y el riesgo en economía es, de entrada, costo; el que conlleva la ruptura de unas relaciones económicas históricas y fuertemente urdidas. Una ruptura que ofrece, a la postre, la posibilidad del exilio como única manera de sobrevivir, y abre por el contrario la puerta al aventurero empresario extranjero dispuesto a aprovecharse de la desertización empresarial que el plan Ibarretxe pudiera propiciar. No creo que la sociedad vasca, los vascos y las vascas, sean conscientes de este disparate propuesto, porque las sociedades nacionalistas, esas hordas apasionadas, sólo son conscientes de los desastres hasta que éstos se han producido en toda su dimensión. Ciertamente fatalista.

El precio de la enajenación ideológica y política es la enajenación económica y su secuela de pobreza, por mucho empresario extranjero que venga a ocupar el espacio de las empresas que aquí surgieron. Nunca lo ocuparán del todo. Euskadi se vende, es el precio de la secesión. Y se sigue consintiendo disparates tras disparate.

Si la generación jelkide anterior a nuestro lehendakari hubiera observado la última etapa del franquismo para proceder a la ruptura con el Estado español, y no para prepararse para ser alcaldes y consejeros, probablemente entonces, en la antesala de la Transición, hubiera tenido algo de sentido todo el proceso secesionista que ahora se plantea. Pero prefirieron con buen criterio sumarse a la Transición y capitalizar el Estatuto. El tiempo perdido no pasa en balde: España es un Estado democrático en la UE, en la OTAN, en el Consejo de Seguridad de la ONU, aunque como miembro no permanente, y ningún país occidental va aceptar el disparate del señor Ibarretxe, porque el estatus quo es una ley sagrada que cumplen todos ellos. Eso por quedarse preparando las oposiciones a alcaldes y consejeros. La búsqueda del tiempo perdido no es factible en política salvo que se propugne una solemne reacción.

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