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Reportaje:REPORTAJE

El creciente éxodo de ecuatorianos deja el país vacío

El último que se vaya, que apague la luz", puede leerse en una pintada en la ciudad de Cuenca (Ecuador). El autor quiso dejar constancia, en clave de humor negro, del éxodo de ecuatorianos que en los últimos dos años ha vaciado amplias zonas del país andino. En los años setenta, cuando los militares golpistas se adueñaron de América Latina, alguien pintó la misma leyenda en el aeropuerto de Montevideo, que no alcanzaba a engullir los miles de uruguayos que huían de la dictadura y del desastre económico.

Hoy, en las provincias del sur de Ecuador de Azuay, Loja y Cañal hay localidades donde sólo quedan mujeres, ancianos y niños. Los hombres emigraron en busca de trabajo y dejaron atrás a miles de familias desintegradas. Se dice que hay más de dos millones de ecuatorianos en el exterior, de una población de casi 13 millones. Puede que sean más. Entre 300.000 y 400.000 están en España, el destino preferido actual de estos nuevos fugitivos, por delante de Italia y Estados Unidos, aunque este país alberga la mayor colonia, superior al millón. Al observar los recursos de Ecuador cuesta comprender de qué huyen sus habitantes. Un país con una producción petrolera capaz de cubrir el año próximo más del 60% del presupuesto del Estado tendría que vivir sin sobresaltos.

Carmen Pineda: "Los chicos de la escuela tienen algún familiar al otro lado del Atlántico. Se sienten solos, sin afecto, rinden menos y les cuesta integrarse"
Los emigrantes que han regresado al país han comprobado que, con la dolarización, la vida está cada vez más cara en Ecuador
Uno de los pilares de la economía son las remesas de los emigrantes: superan los 1.500 millones de dólares al año y constituyen la segunda fuente de divisas tras el petróleo
Sólo aquellos que reciben una oferta de trabajo en firme logran la luz verde de las autoridades españolas para obtener un visado

La ola migratoria, consecuencia de la grave crisis que padece Ecuador, ha provocado diversos cambios en la estructura social del país y, lo que es más notable, se ha convertido en uno de los pilares que sostienen la maltrecha economía. Las remesas de los emigrantes superan los 1.500 millones de dólares al año y constituyen ya la segunda fuente de divisas después del petróleo.

Magdalena Guamán, de 37 años, conoce el sabor agridulce del exilio. Lo probó durante seis meses en Madrid, de donde regresó hace poco. Cuenta maravillas de España, de la familia que la contrató y de los niños que cuidaba. "Todo el mundo me trató divinamente, pero el amor por mis hijos me iba matando. Me dije: estoy viva, sólo los muertos acaban dejando a los hijos así, como lo había hecho yo. Y decidí regresar".

Volvió tan convencida a su país que ahora, si pudiera, colocaría un cartel inmenso en lo más alto de Quito "para que lo vieran todas las madres". Con una frase sencilla: "No abandonen nunca a sus hijos". Junto a los buenos recuerdos en Madrid conoció a "gente desesperada, que está sufriendo mucho y que no regresa por cobardía". Muchos de los que no tienen papeles, cuenta Magdalena, están endeudados hasta las cejas por el dinero que les prestaron para viajar y que no pueden devolver. "Tienen miedo de volver y ser tratados de cobardes o fracasados, y además sin posibilidades de pagar a los usureros que reclaman el dinero con altos intereses".

El sur de Quito

Magdalena Guamán ha recuperado a sus tres hijos -Pablo (12 años), Ricardo (11) y Bernardo (8)-, con los que vive en uno de los barrios pobres del sur de Quito. Pero no ha logrado la reunificación familiar. Su marido, José, vive en Nueva York desde hace año y medio y después de una aventura dramática. Quería llegar a la ciudad estadounidense deslumbrado por las películas que le contaba su hermano, que vive allí. Contrató a un coyotero para que le consiguiera traspasar ilegalmente las distintas fronteras. El tipo le garantizó el viaje a cambio de 9.500 dólares. "Estos coyoteros viven como reyes. Basta con ver sus casas. En Cuenca hay un montón de ellos", dice la mujer.

José zarpó del puerto de Manta en una embarcación con otros 60 ecuatorianos a bordo. El primer destino fue El Salvador. Allí cambiaron de barco y se dirigieron a México. La última etapa, ya por tierra, les llevó hasta Estados Unidos, pero tuvo mala suerte. Fue detenido en Colorado y deportado a México. Lo intentó de nuevo con ayuda del coyotero -ya había cobrado la suculenta paga-, y esta vez sí llegó al destino que ponía fin a un viaje de tres meses y medio.

A pesar de los buenos augurios del hermano, Nueva York no ha resultado ser ningún paraíso para José. "Todavía esta legalizándose, haciendo papeles", cuenta la esposa. "Es muy duro. La primera barrera es el idioma, que les inhabilita para un buen número de trabajos. Viven seis en una habitación. José se queja de la soledad y de la lejanía de la familia".

Magdalena retira cada mes los 600 o 700 dólares que le envía puntualmente su marido. Una cantidad superior a la que José ganaba como conductor en Quito. No le faltan ganas de regresar a su país, pero antes tiene que saldar la deuda con el coyotero. Además, los que han vuelto han comprobado que, con la dolarización, la vida está más cara que nunca en Ecuador. Un cartón de leche cuesta un dólar y medio, y el salario mínimo es de 140 dólares.

"Nos decían que en España pagaban bien, de manera que podríamos mejorar nuestra situación y comprarnos una casita. Pero no fue así. Ahora estamos endeudados y la familia rota". Enith Guamán, hermana de Magdalena, maldice el día que su marido se fue a España. Los 600 euros que gana no alcanzan para ir devolviendo el dinero que le prestaron para el viaje. Paga 200 euros de alquiler por el piso que comparte con cinco ecuatorianos, y envía a Ecuador unos 250 dólares cada mes, con los que tienen que vivir la mujer y cuatro hijas. En Quito era peón de la construcción y ganaba 80 dólares semanales.

Enith y Magdalena viven con sus hijos, siete en total, en una pequeña vivienda, a medio construir como todas las del barrio, que tiene una sala, y cuatro dormitorios. Pagan 50 dólares mensuales. La escuela del barrio, auspiciada por el movimiento Fe y Alegría, está en manos de monjas calasianas, entre las que hay dos españolas. La directora, Carmen Pineda, explica que buena parte de los 710 alumnos tienen a sus padres o a algún familiar directo al otro lado del Atlántico. "Los chicos se sienten solos por la falta de afecto y cariño, rinden menos y les cuesta integrarse". Hay casos de jóvenes que se niegan a hablar con el padre cuando llama por teléfono. "Es una actitud de rebeldía contra padres que han encontrado nueva pareja en España", dice la madre Carmen.

Sin ayuda de nadie

La labor de estas religiosas es la tabla a la que se agarran muchas de las familias del suburbio. En cuatro años han puesto en pie a pura minga (sin ayuda de nadie) una escuela donde pastaban las vacas, se encargan de la educación de los chicos, y cuidan de cerca, con ayuda de dos psicólogos, a las familias desmembradas. "Organizamos actividades, talleres por las tardes, y hemos creado microempresas en las que las mujeres comercializan artesanía, zapatos, muñecas y costura. Estamos logrando que recuperen su autoestima". La primera donación fue de una madre que emigró y nada más llegar a España envió 10.000 pesetas.

Aprovechando la ola migratoria han proliferado negocios de todo tipo, que en algunos casos rozan la ilegalidad y en otros son abiertamente delictivos. Las mafias y las redes ilegales que prestan dinero a intereses del 12% mensual (chulqueros), cruzan fronteras clandestinamente (coyoteros), expiden pasaportes falsos y prometen paraísos actúan con gran impunidad. La primera acción policial contra este tipo de actividades se produjo el mes pasado en Guayaquil, donde fue desarticulada una red de falsificación de documentos, entrega ilegal de permisos y pasaportes, y coyotismo. El cabecilla de la banda era el subjefe de Migración, el mayor Renato Noboa. En los alrededores de la Embajada de España en Quito abundan las agencias de viajes que ofrecen no sólo gangas en billetes de avión, sino todo tipo de trámites "para viajar sin problemas". Las casas de envío y recepción de dinero registran largas colas, especialmente los primeros días de cada mes.

La emigración no es ajena al imperio que ha levantado Héctor Delgado Alvarado, un ecuatoriano afincado en Nueva York, que empezó con una modesta agencia de envío de paquetes al extranjero, y hoy regenta agencias de viajes, casas de cambio y de giros, una cadena de radio y acaba de abrir el Delgado Bank. En total opera en 62 ciudades de Ecuador y tiene 30 oficinas en Estados Unidos. El Grupo Radial Delgado enlaza cada domingo durante una hora con Madrid para que los ecuatorianos envíen desde el Retiro sus saludos y mensajes.

Las largas colas que rodeaban día y noche la Embajada de España en la capital ecuatoriana han disminuido considerablemente. El Convenio de Migración firmado por las cancillerías de ambos países reduce el margen de maniobra para quienes pretenden obtener un visado. Sólo aquellos que reciben una oferta de trabajo en firme logran la luz verde de las autoridades consulares españolas. El mes pasado viajó a Quito un grupo de empresarios que seleccionó un contingente de 600 trabajadores para el sector agrario, hostelería y servicio doméstico. Juan Carlos Manzanillas, portavoz de la asociación de migrantes Rumiñahui, sostiene que la selección fue discriminatoria, porque "sólo se eligió a candidatos jóvenes". Fuentes diplomáticas españolas calculan que, a fin de año, más de mil ecuatorianos habrán viajado con un contrato de trabajo y su visado correspondiente. Una cifra muy por debajo de las expectativas que generó la firma del convenio y claramente inferior a los más de 20.000 inscritos en la oficina de selección de la cancillería ecuatoriana.

Rumiñahui critica lo que considera "leyes antimigratorias cada vez más restrictivas en los países receptores: circulan libremente los capitales, tecnologías, mercancías, pero no la mano de obra". La asociación de emigrantes ha hecho llegar a los dos candidatos presidenciales, Lucio Gutiérrez y Álvaro Noboa, algunas propuestas de largo alcance. "La migración no se va a revertir a corto plazo, gane quien gane las elecciones", opina Manzanillas. "Proponemos que las remesas de los emigrantes se dediquen al sistema productivo y no vayan sólo al sistema consumista. Para ello habría que promover microempresas que generen empleo, lo que permitiría pensar en el retorno de los emigrantes". La propuesta recoge la experiencia de creación de microempresas en El Salvador conocida como 2×1 -"por cada dólar que invierte un emigrante, el Estado pone dos"-, y sugiere que los países receptores incorporen políticas de codesarrollo para evitar nuevas oleadas migratorias

¿Por qué huyen los ecuatorianos? Sin duda de la pobreza, en la que se halla inmersa el 80% de la población. Pero sobre todo de la falta de perspectivas para las nuevas generaciones, debido a una crisis política que se prolonga desde hace una década. Las cifras son elocuentes. El salario mínimo es de 140 dólares mensuales, que cubre menos del 50% de la canasta básica familiar (de cuatro miembros), que es de 330 dólares de promedio. Esta cifra oscila según las ciudades y tiene que ver con la emigración. Concretamente, con el efecto inflacionario de las remesas que envían los ecuatorianos en el exterior. Por ejemplo, Cuenca recibe cerca del 50% de estos envíos, y es la ciudad más cara.

Un médico u otro profesional gana 125 dólares al mes recién salido de la universidad. Lo máximo que puede obtener es entre 300 y 500 dólares, incluso trabajando para una empresa privada. Sólo las multinacionales pueden pagar sueldos de 7.000 dólares, pero son casos excepcionales. Como contraste a los salarios de los profesionales, los políticos ganan más: un diputado ingresa 2.500 dólares; un ministro, entre 3.000 y 4.000 dólares; un general, 3.000 dólares, y el presidente de la República gana desde hace poco 8.000 dólares al mes.

Capital intelectual

"En estas condiciones, nuestro capital intelectual emigra", dice René Maugé, diputado de Izquierda Democrática y antiguo candidato presidencial. Maugé es el cuarto hijo de ocho hermanos. Dos de ellos viven en Estados Unidos. "Mi hermano mayor me dice: si tuviera 25 años menos me iría. Es ingeniero. Yo tengo 33 años de profesión como abogado. Si me jubilara hoy me corresponderían 30 dólares mensuales". En opinión de Maugé, lo que ocurre hoy en Ecuador tiene que ver "con el desfase que se ha producido en los últimos años en la estructura económica, generado por la producción petrolera. Los productos tradicionales de Ecuador empezaron a perder mercados, y en los últimos años las cifras de exportaciones, excepto el petróleo, son negativas (banano, café, cacao, algodón y camarón)".

Paralelamente, ha habido una explosión demográfica del orden del 3,5%. Jamil Mahuad llegó al Gobierno hace cuatro años apoyado por el sector financiero, que acabó condicionándole, hasta decretar un cierre de los bancos (el famoso feriado bancario, equivalente al corralito argentino) que supuso la pérdida de los ahorros de dos millones de personas y el empobrecimiento colectivo de la población.

"El poder político es eminentemente oligárquico. Las mismas familias tradicionales han dominado el poder independientemente de que hubiera elecciones. No hay, pues, una auténtica democracia, ni económica, ni social, ni política", apunta Maugé.

¿Hay esperanza? "Que gane Lucio Gutiérrez", exclama Magdalena Guamán. "Este Noboa [Álvaro], que ha nacido en una cuna de oro, no ha hecho en su campaña ninguna mención a los pobres. No tengo fe en él. En cambio, siento que Lucio habla con el corazón".

La diáspora colombiana

HUYEN DE SUS ALDEAS por la noche. En grupos pequeños para pasar inadvertidos. Son los miles de colombianos que escapan de la violencia y del permanente fuego cruzado entre la guerrilla y los paramilitares, que en lo que va de año se ha cobrado 16.797 vidas. Se desplazan del campo a la ciudad, y de su país, a otros vecinos. Los más afortunados consiguen llegar a Europa. Con el fin de las negociaciones de paz, durante la última etapa del Gobierno de Andrés Pastrana, en febrero de 2002, los desplazamientos de personas amenazadas se hicieron constantes, y en los últimos meses, tras la subida de Álvaro Uribe al poder y debido al recrudecimiento de la violencia, se han duplicado las solicitudes de asilo en los países de la región. "El número de desplazamientos, tanto internos como al extranjero, no para de aumentar", aseguraba esta semana en Madrid William Spindler, responsable del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), con sede en Venezuela, un país en el que viven cuatro millones de colombianos y otros dos millones se encuentran en la fronteras colombianas esperando entrar en Venezuela y en los demás países limítrofes, según estimaciones oficiosas del consulado colombiano. Sólo este año, 200.000 personas han huido del país.

Y las solicitudes siguen aumentando, según las cifras de ACNUR. Panamá, y en menor medida Perú y Brasil, son también tierra de acogida para los colombianos. Pero la extensión del conflicto a los países limítrofes hace que los refugiados no estén a salvo ni fuera de su país. "Hay presencia de grupos armados, tanto guerrilleros como paramilitares, en Panamá, Venezuela y Ecuador. Las amenazas llegan incluso a las grandes ciudades como Quito o Caracas", explica Spindler, quien asegura que esta situación ha dado lugar a reacciones xenófobas contra los colombianos en los países vecinos. "Nuestra labor es hacer comprender que estas personas son víctimas

de la violencia y no responsables de la misma. Sólo quieren salvar su

vida y volver cuanto antes a su país", asegura este trabajador de Naciones Unidas.

Entre los desplazados hay maestros, jueces, sindicalistas, defensores de los derechos de los indígenas, prostitutas, homosexuales y campesinos. De ellos, el 70% son mujeres y niños, y un tercio son indígenas y afrocolombianos, aunque sólo representan el 10% de la población colombiana. En las zonas de conflicto como Cesar, Santander, Arauca, Putumayo, Antioquia y El Chocó, cualquier persona es susceptible de ser amenazada. Spindler cuenta la historia de un mecánico, que se encuentra trabajando en su taller cuando llegan los guerrilleros y le dicen: "O me arreglas los camiones, o te matamos". El mecánico arregla los vehículos ante la amenaza de muerte. Días más tarde llegan los paramilitares y le dicen: "Estás ayudando a la guerrilla, nuestros enemigos. Tienes una hora para salir del país o te matamos". El relato de este mecánico no es un caso aislado. Los grupos armados que operan en el país convierten regularmente en su objetivo a cualquier persona de quien se sospeche que colabora o simpatiza con el bando contrario.

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