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Crónica:A pie de obra | TEATRO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Por amor al Arte

Marcos Ordóñez

Uno. Sigo con los cómicos argentinos, la gran esperanza del teatro español. La semana pasada recibí, vía Festival de Otoño, dos nuevas dosis energéticas: el desbordante Enrique Pinti en el Albéniz y La escala humana, de Daulte & Spregelburd & Tantanian, que sacudió como un vendaval La Cuarta Pared (y las otras tres). Después de Faros de color, de Intimidad, de Gore, me hice la promesa de correr a ver todo lo que hiciera Javier Daulte. Tras La escala humana, extiendo el juramento a cualquier trabajo de Alejandro Tantanian y Rafael Spregelburd. Los tres son autores y directores. Tantanian, bonus track, es cantante. Y Spregelburd, un pedazo de actor: el agente Norberto Suardi de La escala. Poéticas: "El teatro no debe transmitir ideas, sino inventarlas" (Daulte). "Cada obra debe crear gramáticas desconocidas" (Spregelburd). La escala humana, coproducida por el Hebbel Theater de Berlín, se ha convertido en la piedra de toque de la última dramaturgia argentina, con un éxito arrasador. Es una obra brillante, inteligente, rebosante de humor y misterio, sin falsas profundidades: una tragedia divertidísima, o una comedia con los pies en el abismo, a caballo entre Serial Mom, de John Waters, y el primer teatro (The House of Blue Leaves, Landscape of the Body) de John Guare. La noche de La Cuarta Pared fue una auténtica fiesta, un placer instantáneo y continuado, sin altibajos. Hay textos y compañías que exhalan una confianza deslumbrante en sus propios procedimientos, y eso se transmite en el acto al espectador: la seguridad, desde el minuto dos, de saber que estás en buenas manos; la felicidad de poder decirte: "Que me lleven donde quieran".

Les cuento la historia. Un padre muerto, una madre reloca, tres hijos más disfuncionales que los Tannembaum. Un mal día, Mini, la madre, decapita a una vecina en el mercado porque "insistía en llamar pimientos a los ajíes, costumbre que me enferma". Nene, el menor, cita a Husserl: "La percepción crea la forma. Muchos vieron algo, por tanto nadie vio nada". Leandro y Silvina, más prácticos, optan por recuperar el cadáver, trocearlo y enterrarlo en el jardín. Comienzan los planes delirantes: un falso mapa de los restos, con nombres clave de funciones trigonométricas. Pero Mini, asesina en serie y en serio, vuelve a matar a una vecina que no paraba de hablar. Entra en escena un policía, Norberto Suardi, presunto amante de la madre. Los chicos, por supuesto, sospechan que su amor es una tapadera para investigar los crímenes, y mientras ensayan en el garaje su canción estrella (Dulce escalera, psicopop) despliegan toda su energía neurótica en una carrera contra reloj a fin de a) fabricar un complicado artilugio para interceptar el teléfono familiar de Suardi y descubrir su impostura, b) cargarle el segundo crimen al hijo mongólico de la vecina muerta y c) hacer que el propio Suardi descubra a la víctima y a su asesino, construyendo una perfecta coartada para la madre. Naturalmente, esto es sólo el principio. Ya sabíamos que Daulte tiende a contar historias de amor a través de relatos policiales y que, como afirman sus compinches, "las cosas poco importantes ocupan todo el tiempo el lugar de las cosas muy importantes, y hay que estar muy despierto para poder distinguir unas de otras". Es decir, que la emoción brotará en los intersticios del caos (la fantástica escena en que los chicos interceptan la confesión suicida de la mujer de Suardi) y las revelaciones de la "novela familiar", el saco de frustraciones, culpas y modelos pervertidos, estallarán, como un relámpago de purísima lucidez, justo antes del sorprendente apocalipsis final. Nunca había visto algo así: actores lanzando misiles cómicos con los ojos llenos de lágrimas. ¡Y qué actores, amigos! Un quinteto de funambulistas sin alambre: Gabriel Levy (Leandro), María Inés Sancerni (Silvi), Héctor Díaz (Nene), Rafael Spregelburd (Suardi) y la diminuta y descomunal Mónica Raiola como Mini. Es un pecado que esta compañía y esta función sólo hayan estado cuatro días en Madrid.

Dos. Segundo pecado capital: que Enrique Pinti haya estado únicamente dos días en Madrid. Desbordando el Albéniz, eso sí, con su Serenata Argentina. Otro monstruo, en este caso veteranísimo, del teatro porteño. Una máquina teatral (tres mil funciones de Salsa criolla), una ametralladora verbal de humor crítico y feroz empeñada en seguir llamando a las cosas por su nombre.Los americanos, que clasifican a los monologuistas cómicos en dos modelos, el self-deprecating comic, que se pone a parir a sí mismo, y el Insult comic, que pone a parir al resto del universo, lo tendrían crudo con Pinti, porque mezcla ambos formatos (su sangre judía y su sangre italiana) a la velocidad de la luz y de modo felizmente inextricable. Pinti es una lengua libre que, a lo largo de dos horas, desgrana dos números maestros: sus aventuras como dinosaurio en el mundo moderno y su peculiar Historia Acelerada de Argentina (de Perón al corralito) para uso de taxistas españoles. Tanto Enrique Pinti como el equipo de La escala humana ejemplifican lo que nos decía hará dos semanas Eduardo Pavlovski: "En nuestro país, el Arte se ha convertido en una forma de resistencia". Resistencia frente al caos organizado y la conspiración anestesiante; artistas del día a día, practicantes de un Arte humilde escrito con mayúsculas y entendido en su sentido más amplio: pasión, coraje, necesidad. Para sentirse vivos y peleando, para gozar del trabajo bien hecho, para seguir en la brecha. Por amor al Arte.

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