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Helga Schneider novela la tortuosa relación con su madre nazi

Helga Schneider (Polonia, 1937) se enteró a los 34 años de que era hija de una antigua miembro de las SS y celadora en el campo de exterminio de Birkenau. Era 1971, y se encontraba con su madre por primera vez desde 1941. Schneider descubrió con horror que su madre no sólo reconocía su participación en el holocausto sino que mantenía intactas sus ideas nazis. En 1998 accedió a volver a ver a su madre, ya anciana. Ahora lo cuenta en Déjame ir, madre (Salamandra en castellano; Empúries en catalán), una novela en la que vuelca sus sentimientos contradictorios.

Helga Schneider escribió su primer libro autobiográfico, Il rogo di Berlino (1995), en italiano. También el que ahora se traduce en España. Vive en Italia desde 1963 y allí, dice, decidió "empezar una nueva vida". Entre 1971, año del primer reencuentro con su madre, y 1995, cuando empezó a escribir sobre ello, quiso olvidar: "Aunque yo hiciera como que no existía, mi madre estaba ahí. Con dolor, regresé a mi pasado y empecé a recordar todos los detalles". Durante esos años, albergó toda suerte de sentimientos contradictorios que todavía no se han resuelto: "Deseaba querer a una madre, pero no a esa madre. No es posible olvidar: aunque la rechazara, ella siempre estaba dentro de mí. Despreciaba a esa mujer que había abandonado a su familia para entrar en las SS, y al mismo tiempo, sentía rabia porque no conseguía odiarla y, así, olvidarla definitivamente".

Forzar el odio

En Déjame ir, madre Schneider relata su segundo encuentro, cuando su madre vivía en una residencia de ancianos en Austria. Con un estilo directo, en el que prima el duro enfrentamiento dialéctico entre las dos mujeres, la autora deja fluir toda esa rabia. La fuerza a hablar de su paso por Ravensbrück y Birkenau, de su trato con las presas, de los demenciales experimentos científicos con cobayas humanas, de las cámaras de gas. "Me dijo cosas tan terribles que parecía que finalmente podría odiarla, regresar a casa y no volver a pensar en ello. Pero me derrotó porque no lo conseguí. Incluso cuando supe que había muerto, me dolió. Es algo extraño".

En las páginas del libro se lee también la inquietud de alguien que duda sobre la posibilidad de tener algo de esa mujer insensible al dolor humano: "Yo siento que soy absolutamente diferente a ella, pero los genes están ahí...", señala.

También da voz a "una minoría de la población alemana, que sufrió mucho bajo Hitler y durante la guerra" mientras muchos otros entraban dentro de "una especie de locura colectiva y colaboraban en sostener un régimen criminal y terrorista".

Y concluye: "Cuando era pequeña se me decía que no tenía que pensar, sólo saber. Y lo que nos enseñaban era que los judíos eran los culpables de todo. Después de la guerra, cuando se empezaron a saber cosas, se dijo basta, no hablemos más. Pero yo sí he querido preguntar. Y advertir, en mis libros, sobre cómo los mejores sentimientos pueden verse alterados por una mala ideología".

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