Garbanzos
Nunca me gustaron los debates sobre cómo se gastarán los dineros públicos. Quizás porque entiendo poco o nada de números. Hubo una vez, y esto ya es prehistoria, que Manuel Fraga habló en el debate de garbanzos, lentejas, habichuelas. Juro que me identifiqué con él, aunque sólo fuera por la forma. Los debates de los presupuestos, además de tediosos, con cifras y más cifras bailando en la atmósfera, es como rezar el rosario en familia, por su monotonía. Llega un momento en que das unas cabezaditas. Y eso que en el debate andaluz del pasado miércoles subieron al estrado tres mujeres con ganas de pelea.
Prometía ser un espectáculo a lo Gran Hermano (GH), por un lado, a la Operación Triunfo (OT), por otro e incluso alguien pensó, Antonio Romero, por ejemplo, que Sardá y Boris Izaguirre vagaban por las Cinco Llagas, con sus CM. No fue para tanto, pero ya se sabía de antemano que todas (os) llevaban la lección aprendida, sobre todo la señora Martínez, master en el difícil arte de estar siempre pendiente de la yugular de Manuel Chaves. Estuve pegado como dos horas al televisor. Y aprendí mucho. No de números, que para eso están los especialistas, sino en las caras, las miradas, las sonrisas, los sueños, las cabezaditas, las bocas abiertas de tedio, el sarcasmo y la incredulidad y hasta algún despistado, aún más que el que escribe, con periódico abierto y de forma poco discreta. Todo un arte parlamentario. Pediría al realizador de Canal Sur TV unas pasaditas por las caras de sus señorías en próximos debates.
Mientras que Magdalena Álvarez, de rojo subido, con ganas de guerra y dispuesta a fajarse con quien fuera, hablaba de las cuentas andaluzas, porque domina el terreno que pisa, la señora Martínez, de negro, con mirada dura, guerrera también, parecía no haber hecho los deberes. Se veía ya en el debate de investidura y a tenor de sus palabras, sus promesas y propuestas casi en San Telmo, cuando aún se está en la cuarta estación del personal Via Crucis y en las Cinco Llagas. Y Concha Caballero, peleándose todo el tiempo con su pelo, soltaba latiguillos y repetía, como no podía ser de otra manera, las dos últimas palabras.
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