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Entrevista:ELIOT WEINBERGER | Ensayista y traductor

'El libro tiene hoy la caducidad de un yogur'

'Soy neoyorquino de nacionalidad', dice Eliot Weinberger (1949). 'Y todo lo que pase al lado oeste del río Hudson no es responsabilidad mía', añade riendo. El gran ensayista literario estadounidense, intelectual vinculado a la mítica editorial New Directions, traductor de Borges, Paz, Huidobro y Bei Dao al ingés, editor de la clásica Una antología de la poesía norteamericana desde 1950 (1992), ha venido a Madrid para presentar (hoy, en el Círculo de Bellas Artes, a las 20.00) su reunión de ensayos, poemas y latigazos titulada Rastros kármicos (Emecé), una joya impredecible, llena de divertimento y sabiduría, que rinde homenaje a la poesía, los viajes y las ideas de 'los otros', desde Confucio a Pound, de Islandia a India o Angola, del haiku a Matteo Ricci y los esclavos.

Pregunta. Perdone, pero el título del libro... Kármicos...

Respuesta. Eso es culpa de la new age, que secuestró la palabra karma, palabra de la Edad Antigua que significa 'rastro de una vida anterior'. Me parecía que debía rescatarla. Una de las funciones de la literatura es precisamente lo que Confucio llamó la rectificación de los nombres. En la antigua China, el poeta y consejero del emperador garantizaba que, en un Gobierno justo, las palabras significaran su sentido. Cosa que ahora no pasa en absoluto.

P. John Berger ha escrito que el poder ha secuestrado las palabras importantes.

R. Claro. Por eso a Berger no lo publican ya en Estados Unidos. Ni a Gore Vidal. Salvo en Internet, que es la gran fuerza democrática que nos queda, el único foro cultural que recoge opiniones disidentes.

P. ¿Karma se podría traducir por jondura?

R. Probablemente. Si entiendo bien el cante jondo, su profundidad consiste exactamente en golpear las notas de algo muy profundo, muy arcaico, las emociones humanas más durables e inmutables.

P. Lo que rastrea su libro...

R. Sí, trato de bucear en lo arcaico. Ya lo hicieron el modernismo en los años veinte y la contracultura en los sesenta. Y siempre es una manera de criticar el mundo actual. La búsqueda de la esperanza y el humanismo suele suponer el retorno a una imagen más o menos utópica del hombre, una vuelta al otro, a lo no actual, y casi siempre está motivada por un presente catastrófico.

P. ¿Y hay muchas conexiones entre la poesía de hace 1.500 años y la que se escribe ahora?

R. Las historias no cambian. Los pecados del hombre, la ira, los celos, el odio, la venganza, el amor, el dinero, siguen siendo los mismos. Lo esencial no cambia. En Islandia, en Japón o en India. Pero pasa una cosa. Los poetas del siglo XX aprendieron mucho de los arcaicos para escribir su poesía. Pound, sin ir más lejos. Y en cambio los narradores no han aprendido tanto de las viejas narrativas. No les vendría mal aprender algunas cosas de las sagas islandesas: era una prosa limpia, sin ripios, desnuda, nada artifical. Muy moderna.P. Usted vuelve a los otros y no mira dónde están.

R. Escribo sobre dos cosas y por dos cosas. Ensayos literarios, por curiosidad, y ensayos políticos, por indignación. Éstos son literarios, pero mi gran interés es el otro, y como el otro siempre ha sido manipulado por el poder, es muy difícil separar qué es político y qué no. Trato de entender cómo los otros son nosotros, y en ese sentido el libro es muy político: el gran desastre del mundo actual es el racismo y el etnocentrismo.

P. ¿Y eso se cura viajando?

R. Ayuda. Yo viajo mucho, aunque paseando por Nueva York veo a casi todos los pueblos del mundo. Y oigo sus lenguas.

P. La globalización convive con el ascenso de lo étnico.

R. Vivimos un momento muy parecido a la teoría del Big Bang. El universo se expande y se contrae al mismo tiempo. La cultura es universal y los conflictos étnicos se recrudecen. Pero hay que ser cautos con la distorsión de esos conflictos que ejerce el poder. Por ejemplo, los fundamentalistas islámicos, judíos y cristianos tienen mucho más en común entre ellos que con el resto de sus propios pueblos. Bush y Bin Laden son los dos lados de una misma moneda. El verdadero choque de civilizaciones es el que hay entre un fundamentalista y un cosmopolita, no entre un musulmán y un cristiano. El problema es que en Estados Unidos parece que sólo votan los fundamentalistas, ese 30% de fanáticos cristianos, proabortistas, partidarios del rifle... Los demás vivimos en la gran apatía.

P. ¿No hay oposición?

R. La gente tiene miedo. Los demócratas son muy débiles, desde Reagan quieren ser más republicanos que los republicanos, y pierden siempre, salvo Clinton, que tenía una gran capacidad para parecer todas las cosas a todo el mundo. Los demócratas están a la derecha de los conservadores europeos. Y los republicanos, un poco a la izquierda del Frente Nacional. No hay izquierda en Estados Unidos. Sueño con el día en que tengamos un presidente tan izquierdista como Chirac.

P. Será que estamos en guerra...

R. En el comienzo de la cuarta guerra mundial. La tercera fue la guerra fría, que no fue nada fría: hubo guerras en todas partes. Ésta será la guerra del petróleo, y me temo que Europa va a pintar poco: no tiene petróleo.

P. ¿Y la cultura estadounidense no reacciona?

R. La poesía parece un baile: hay tantas variedades que la palabra poesía ha perdido todo su sentido: hip-hop, salsa, kathak... Los intelectuales públicos no existen: sólo hay especialistas. Se traduce muy poco: 250 títulos al año, contra 300 que se traducen al árabe, según la ONU. Los novelistas no hablan de política, ni escriben en los periódicos, ni les hacen entrevistas. Se dedican a sus libros. Y hoy los libros tienen la caducidad de un yogur.

Eliot Weinberger, ayer, en Madrid.
Eliot Weinberger, ayer, en Madrid.LUIS MAGÁN
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