El nazismo está de moda
El nazismo está de moda. En los últimos cinco años se han editado en España una treintena larga de libros sobre Hitler, el régimen nazi o el Holocausto. Esta prolífica reflexión indica que nos enfrentamos a un tema que no se reduce a su carácter de hecho histórico. Hay una cuestión esencial que divide a los analistas: el nazismo, ¿fue una anomalía, una horrible excepción, o fue la erupción violenta de consistentes realidades precariamente contenidas bajo una delicada capa de cultura democrática? Según la conocida tesis de Goldhagen (que estos días publica en España una obra sobre la actitud de la Iglesia católica ante el nazismo), el Holocausto fue un acontecimiento sui géneris, una cuestión específicamente alemana; sólo pudo darse en Alemania, y en ningún otro lugar, merced a una singular combinación de tres factores: 1) un antisemitismo ampliamente compartido entre la población; 2) el triunfo de los antisemitas más violentos, que se hicieron con el poder del Estado y convirtieron en núcleo de la política estatal la solución final al problema judío; y 3) un país con la suficiente capacidad militar como para poder enfrentarse a cualquier otro país. A partir de ahí su conclusión es que aquellos 'alemanes corrientes' que se convirtieron en ejecutores fríos y eficaces de un programa genocida, lo hicieron no al verse forzados por un régimen totalitario, sino porque, 'tras haber examinado sus convicciones y su moralidad, tras llegar a la certeza de que la aniquilación en masa de los judíos era correcta, los perpetradores no quisieron negarse a cometer el genocidio'.
Frente a esta tesis en cierto sentido tranquilizadora (no puede ocurrir de nuevo, no puede ocurrir aquí), Browning situa el problema del nazismo precisamente allí donde Goldhagen pretende hallar su explicación: 'El problema fundamental es explicar por qué unos hombres corrientes -formados en una cultura que tenía sus propias particularidades pero que sin embargo estaba dentro de las establecidas tradiciones occidentales, cristianas y de la Ilustración-, bajo circunstancias concretas, llevaron a cabo por voluntad propia el mayor genocidio de la historia de la humanidad'. Sobre este telón de fondo, la lectura de las memorias de Speer, quien fuera arquitecto predilecto de Hitler y ministro de armamento del Tercer Reich, resulta enormemente esclarecedora. Al tomar la palabra ante el Tribunal de Nürenberg que lo condenaba a veinte años de prisión, declaró: 'La de Hitler fue la primera dictadura de un Estado industrializado en estos tiempos de técnica moderna, una dictadura que, para ejercer el dominio sobre su propio pueblo, supo servirse a la perfección de todos los medios técnicos. Las dictaduras de otros tiempos precisaban de hombres de grandes cualidades incluso en los puestos inferiores; hombres que supieran pensar y actuar por su cuenta. El sistema autoritario de los tiempos de la técnica puede prescindir de ellos; los medios de telecomunicaciones permiten mecanizar el trabajo del mando inferior. La consecuencia de todo ello es el tipo de hombre que se limita a obedecer órdenes sin cuestionarlas'.
Las palabras de Speer alimentan la obsesión intelectual de Bauman: la posibilidad del genocidio burocratizado. También es esta la preocupación de Browning: 'En toda sociedad moderna, la complejidad de la vida y la burocratización y especialización resultantes atenúan el sentido de la responsabilidad personal de aquellos que ejecutan la política oficial. Dentro de prácticamente cualquier colectivo social, el grupo de iguales ejerce una presión enorme sobre el comportamiento e impone normas morales'.
Señala Kershaw que el régimen nazi sólo podría haber tenido lugar en un país moderno, culto, tecnológicamente avanzado y sumamente burocrático. También señala este autor que si la dictadura de Hitler tiene, 'mucho más que la de Stalin o la de Mao, el carácter de un paradigma del siglo XX', es porque 'mostró de lo que somos capaces'. Es por eso que no parece muy apropiado reducir el Holocausto a mera singularidad alemana. Somos 'hijos de Eichmann', o cuando menos 'hijos del mundo de Eichmann', nos recuerda Günther Anders. No deberíamos dar la espalda a esta realidad.
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