Rufufú revisado
Por esas cosas de la casualidad, coinciden en estos días en las carteleras españolas dos películas que tienen la misma inspiración: tanto El robo más grande jamás contado, de Daniel Monzón, como esta Bienvenidos a Colinwood parten de la misma película, aquella Rufufú de Mario Monicelli, uno de esos títulos de finales de los años cincuenta con repartos que parecen sencillamente insuperables: Marcello Mastroianni, Vittorio Gassman, Renato Salvatore, Claudia Cardinale y el gran Totó, nada más y nada menos.
Y si en la película española de Monzón, la de Monicelli se hacía presente sólo en algunos breves homenajes, en ésta, obra, por cierto, de dos italoamericanos, Rufufú es sencillamente la matriz: aunque se ambiente en los Estados Unidos, en un barrio depauperado de Cleveland (por cierto, en la misma época que la obra que sirve de inspiración), sus referencias a bromas sobre orígenes geográficos italianos, cambiadas por otras más globales (hay aquí italianos, negros, eslavos y hasta un hispano), lo cierto es que estamos ante un remake en toda la línea.
BIENVENIDOS A COLINWOOD
Directores: Anthony y Joe Russo. Intérpretes: Luis Guzmán, Sam Rockwell, George Clooney, William H. Macy, Michael Jeter, Jennifer Espósito, Andrew Davoli. Género: comedia criminal, EE UU, 2002. Duración: 85 minutos.
Un breve papel
Producida por un George Clooney que se reservó, por cierto, el papel más breve y al tiempo más jugoso, el del imposible experto en grandes robos que asesora a la panda más improbable para que roben una casa de empeños (el que en Rufufú encarnaba Totó), la película mantiene un cuidadoso respeto por el original. Hay, por tanto, en ella los mismos hallazgos del guión y la misma galería de simpáticos aunque extraviados atracadores: un fotógrafo fracasado preocupado por los lloros de su bebé, un boxeador chulo aunque en el fondo sentimental, un elegante donjuán enfermo de celos que no deja que su hermana salga a la calle y un desgraciado que, con sus confidencias, precipita toda la acción.
Como ocurre muchas veces, Bienvenidos a Collinwood plantea un viejo dilema: para qué volver a rodar una película si nada nuevo se dice sobre su argumento. La respuesta es obvia: para bien poco. Y, sin embargo, los Russo, que han podido gozar de las ventajas de la independencia, sin hipotecarse a caprichos de estrellas, realizan los mínimos retoques como para reivindicar una cierta autoría.
Los actores están, como en Rufufú, espléndidos; y lo que hacía reír en el filme de Monicelli, por fortuna, sigue funcionando aquí por todo lo alto. Es cierto, la original era, y sigue siendo, superior; pero si no se conoce, es ésta una excelente ocasión para la risa y el regocijo.
Babelia
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