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Tribuna
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Carta a un amigo europeo

Me preguntas qué está sucediendo realmente en Estados Unidos. A pesar de vivir en Washington, ya me gustaría saberlo. Si estuviese en Chicago, Los Ángeles, Omaha o Savannah, quizá no supiese mucho más. Nuestros medios, especialmente la televisión, se han vuelto, si cabe, más conformistas, más superficiales, más triviales. Los periódicos son un poco mejores (pero sólo uno de cada cuatro ciudadanos los lee). El propio defensor del lector de The Washington Post reprochó a sus colegas el haber mencionado sólo en una frase el hecho de que 250.000 manifestantes protestasen en Londres contra el apoyo prestado por Blair a Bush. Sin embargo, sus columnas estaban llenas de amargos ataques contra el líder extranjero que rivaliza con Sadam en la demonología de esta capital: el canciller Schröder. La edición impresa de The New York Times del 27 de octubre no consideró necesario informar de la marcha pacifista que tuvo lugar en Washington el 26 de octubre. The Times del 30 de octubre publicó un artículo titulado: 'La manifestación de Washington revela que el movimiento contra la guerra se ha revitalizado'. Aun así, la prensa nacional, regional y local deja claro que a la opinión pública -en la medida en que tenemos opinión pública- no le entusiasma la guerra contra Irak, y le preocupan cuestiones que no se encontraban en primera línea en la campaña para las elecciones celebradas ayer: el empleo, la educación, el seguro sanitario. Las encuestas de opinión, a veces, entrevén esas profundidades problemáticas. Sin embargo, buena parte de nuestra clase política prefiere quedarse en la superficie. Si el concepto filosófico de 'totalidad descentrada' tiene algún significado, debe de hacer referencia a nuestra nación. Sus conflictos culturales y sus cambios sociales sólo hallan expresión política, en todo caso, de una forma caricaturesca.

¿Qué se puede esperar si nuestro presidente y su Gobierno prefieren el dogma a la experiencia? Las distorsiones y exageraciones del presidente lo convierten en digno sucesor de Reagan, y sus mentiras recuerdan a Nixon. El secretario Rumsfeld ha percibido sabotaje, si no subversión, en el seno de la burocracia: se encuentra con que la CIA persiste en contradecirle. El secretario Powell, todavía desempeñando el papel de policía bueno entre sus colegas visiblemente más brutales, es el predicador del matiz dentro del Gobierno. Sus colegas (el vicepresidente Cheney, los profesores Rice y Wolfowitz) nos recuerdan al presidente McKinley, que pensaba que su deber era cristianizar a una Filipinas en su mayor parte católica, y al senador Henry Cabot Lodge, que se oponía a la Liga de las Naciones porque quería que Estados Unidos disfrutase de mano libre como la mayor de las potencias. Combinan el provincianismo pío con la arrogancia tecnocrática en una síntesis infame. Ese segmento de la nación que rechaza indignado la crítica al presidente ejemplifica el triste dicho: nadie se hizo pobre subestimando al pueblo estadounidense.

La clase gobernante, un término completamente estadounidense y absolutamente preciso, está dividida. Las opiniones de nuestra élite económica sobre la elección por parte de Brasil de su propio presidente o sobre el Estado del bienestar europeo denotan el derecho divino del capital. La élite es mínimamente competente en el análisis del riesgo, y escéptica respecto a los planes de redibujar el mapa de todo Oriente Próximo. Incluso las empresas petrolíferas (recuerden las voces de los agentes pagados por ellas, Baker, Kissinger, Scowcrort) temen los efectos que el caos geopolítico podría tener sobre su cuenta de resultados. De hecho, los indicios de flexibilidad en las recientes posturas de Bush (y el alza en el mercado de valores estadounidense) permite sospechar, por utilizar la jerga de los gánsteres, que 'hay apaño'. ¿Estamos todos inmersos en un gigantesco engaño con trasfondo electoral y petrolífero? Si es así, Brecht, que vivió durante un tiempo en Hollywood, es mejor guía para la historia estadounidense que los remotos antepasados puritanos de Bush.Los políticos son menos sinceros que los capitalistas y a menudo están peor informados. Los líderes demócratas de la Cámara y del Senado, Gephardt y Daschle, y todos los candidatos a la presidencia de 2004, excepto Gore y Dean, el gobernador de Vermont, votaron a favor de autorizar al presidente a declarar la guerra contra Irak. Temían parecer poco patriotas. Él los ha humillado completamente, manteniendo en secreto, hasta que capitularon, el programa nuclear norcoreano y su intención de unirse a China, Japón y Corea del Sur para negociar una solución del problema. Ha dividido a los demócratas tan eficazmente como ha dividido a los europeos. Los demócratas partidarios del libre mercado, agrupados en el Consejo de Líderes Demócratas, y muchos de los judíos partidarios del sistema del bienestar lo respaldaron. Los segmentos ecologistas, internacionalistas y redistributivos del partido (agrupados en el Caucus de Congresistas Negros, el Caucus Progresista, las organizaciones que participan en la Campaña a favor del Futuro de Estados Unidos y los sindicatos) se quejan de la falta de nobleza de los líderes en el Congreso. Esto favorecerá a Gore en el caso de que decidiera presentarse de nuevo a la presidencia. Como digno hijo de su padre senador, que fue aliado político de Humphrey, Kennedy y Johnson, Gore ha decidido, claramente, apelar a los militantes del partido. El gobernador Dean, completamente ignorado por los medios de comunicación, también obtendrá buenos resultados, especialmente en las primeras votaciones para la elección de candidatos que se celebrarán en Iowa y New Hampshire.

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En cuanto a las críticas presentadas por los 'expertos' de los centros de investigación (un 'experto' es un académico sin cultura), se podría citar a Dante: lasciate ogni speranza. Cuando Kissinger dejó su puesto de secretario de Estado en 1976, le preguntaron si esperaba que de las universidades salieran nuevas ideas sobre política exterior. Su respuesta fue, como siempre, brutal y no completamente falsa: dado que la mayoría de los profesores de relaciones internacionales querían ser secretarios adjuntos de Defensa o de Estado, ¿por qué iban a pensar de manera diferente a la burocracia? Hay personajes, como Joseph Nye, decano de la Escuela Kennedy de Harvard, y algunos estudiosos reflexivos que sí han leído historia. (Hay pocas pruebas de que Rice y Wolfowitz lo hayan hecho). Piensan que la nueva doctrina de Bush plantea exigencias imposibles al poder estadounidense. Diversos expertos en derecho internacional sostienen que destruiría todo lo que se ha avanzado en la moralización de las relaciones internacionales a lo largo del pasado siglo. Otros piensan que nuestras aspiraciones de profundizar la democracia en Estados Unidos se verían gravemente perjudicadas por un proyecto que inevitablemente militarizaría al país y convertiría a su Administración en un Estado policial. Ya hemos tenido mucho de eso desde el 11 de septiembre. Conservar nuestra Constitución y oponernos a la movilización de Bush en

pro de la hegemonía mundial son dos aspectos de la misma tarea. Hay, además, cierta resistencia intelectual en las universidades y en las publicaciones mensuales y semanales cultas. Eso explica los salvajes ataques ideológicos de la derecha, que han resucitado la retórica y las tácticas del senador McCarthy, el perseguidor de los 'comunistas' al comienzo de la guerra fría.

Muchos oficiales del Ejército y funcionarios de los departamentos de política exterior (CIA, Defensa, Estado) albergan dudas fundadas hacia la doctrina de Bush. Por supuesto, a ellos, la guerra y la ampliación del imperio les ofrecen oportunidades profesionales. Sin embargo, muchos de los oficiales, y sus colegas civiles del Gobierno, son verdaderos servidores públicos: de lo contrario, se habrían ido a Wall Street. Su sentido del decoro les ha llevado a escandalizarse por el hecho de que la Casa Blanca se haya apropiado de la política exterior para fines partidistas. Otros están indignados porque su competencia y sus conocimientos no se han tenido en cuenta. Todos ellos han sido la fuente de noticias de prensa en las que se contradice la información sistemáticamente errónea emitida por la Casa Blanca y el Pentágono. Si hubiese un control y una oposición más vigorosos por parte del Congreso, sabríamos mucho más de ellos. Sin embargo, ante la falta de protección del Congreso, no tienen mucha más alternativa que la versión estadounidense de exilio interior.

Para muchos estadounidenses de la sociedad civil, esta huida hacia el interior no es una alternativa: nuestro deber norteamericano es disentir. Bush puede contar con los protestantes fundamentalistas y su versión de yihad en rojo, blanco y azul, unos ocho millones. Sin embargo, los obispos católicos han predicado a los fieles (unos 75 millones) que no hay justificación para la guerra contra Irak, y las iglesias protestantes liberales o modernas, unidas en el Consejo Nacional de Iglesias (con 50 millones de seguidores), se han pronunciado en términos similares. Cierto que muchos judíos que en otro tiempo constituían la vanguardia de la reforma y luchaban por un mundo más justo se han retirado de estas alturas sublimes para concentrarse en la defensa de Israel, a pesar de que ese Estado se vuelve cada vez más desesperadamente opresor. Las energías religiosas todavía fluyen hacia la oposición al presidente y su partido. Nuestros historiadores insisten en el carácter religioso de los movimientos sociales estadounidenses: la propia revolución, el abolicionismo y la defensa de la Unión en la Guerra Civil, el populismo y el progresismo, el New Deal y la creativa turbulencia de los años sesenta. Ese milenarismo laico es visible de nuevo, en manifestaciones y marchas, en una expresión espontánea de protesta que está en todas partes, excepto en las pantallas de los informativos nacionales de televisión. La nación no se enteró de que muchas de las oficinas de distrito de los congresistas que habían votado a favor de la guerra contra Irak habían sido ocupadas. Me recuerda a los comienzos de la protesta contra la guerra de Vietnam que tuvo lugar hace una generación.

Es difícil predecir el resultado de las elecciones al Congreso y al Senado (en las que sólo se prevé que participen cuatro de cada 10 votantes), o si el hermano del presidente, el gobernador Bush, tendrá que abandonar su cargo en Florida. Algo se está moviendo, a pesar de las calumnias y las imbecilidades que marcan nuestras páginas de editoriales y buena parte del debate político. En el protestantismo estadounidense es importante la teología (ahora adoptada también por los católicos) del 'remanente salvador', los pocos que mantienen la fe hasta que las multitudes estén dispuestas a unirse a ellos. Las multitudes están inquietas, sus preguntas sobre Irak sólo en parte articuladas. Éstas, sin embargo, están ahí. Queda por ver lo eficaz que será el 'remanente salvador' de la democracia estadounidense, la vanguardia disidente, a la hora de convencer a sus conciudadanos de que planteen dichas preguntas, en contra de una Casa Blanca cada vez más autoritaria, chovinista y, también, cada vez más aislada del mundo.

Norman Birnbaum es profesor emérito del Centro de Derecho de la Universidad de Georgetown. Su libro After Progress: American Social Reform and European Socialism in the Twentieth Century será publicado en castellano por Tusquets.

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