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Columna
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El tratamiento

Quizá ha sido Madrid el último refugio de la cortesía en el trato que se gastaba entre las personas. De la expresión coloquial, 'Le digo a usté, guardia', para reforzar una opinión, hasta el piropo callejero, que mitigaba la procacidad vulgar tras una valla de respeto: 'Tiene usté los ojos más grandes que los pies'. Jardiel Poncela, tan integrado en la ciudad que asumió el desgarro de la capital, nos obsequió con la comedia Usted tiene ojos de mujer fatal. Hubo un bolero mansamente imprecatorio que acusaba: 'Usted es el culpable de todas mis desdichas, de todos mis quebrantos...'. El 'vos' murió con el siglo XIX aunque, ciertamente, ha permanecido y permanece en Francia, donde las personas de alcurnia aún se traten así, incluso en la intimidad, lo que no impide que se odien, se engañen y se traicionen. Y que incluso se amen, que de todo hay.

Alguno de mis contemporáneos habrá tratado de usted a sus progenitores; en tiempos de estudiante de bachillerato, los profesores, tanto en el colegio privado como en el instituto donde lo acabé, llamaban de usted a los alumnos, y por el apellido, el que distingue y encaja a los humanos civilizados. El especificado como nombre de pila era el que también se inscribía en el Registro Civil para identificar a las personas como pertenecientes a una familia, junto al patronímico que atribuía la paternidad. Los más antiguos son los más comunes: Fernández, de Fernando; Martínez, de Martín; Pérez, de Pero o Pedro; Suárez, de Suero,... El nombre completo era lo que nos definía y otorgaba la inicial dignidad humana. Tener mal nombre o nombre desconocido significaba el rechazo de la sociedad. Era tan necesario que a quien no lo tenía, por haber sido abandonado o confiado a un establecimiento benéfico, le entregaban uno gratis. Claro que solía ser Expósito, lo que no arreglaba el asunto. Hoy se dejan en otros lugares y dudo de que prosperaran denominaciones como 'Contenedor', 'Vertedero' o 'Solar'. En la América hispana es frecuente encontrar a personas de rasgos y carácter fuertemente indígena que ostentan apellidos de raigambre peninsular; en muchas ocasiones les vino de haber sido cedido por algún magnate, generalmente alto dignatario de la Iglesia, que lo legaba colectivamente al ser bautizados y no disponer de genealogía civil, por modesta que fuese.

El comunismo y el fascismo adoptaron maneras igualitarias e instalaron el tuteo y la camaradería. Tomemos en cuenta que el usted era un tratamiento obligado con las personas de algunos títulos, incluso hereditarios. El bachiller era llamado oficialmente, en nombre del Rey y creo que eso sigue, de usted, como anejo a su grado académico.

Creo que, en nuestros días, el único lugar donde se da un trato ceremonioso al prójimo es en las sedes parlamentarias, para reconocer la dignidad del interpelado, aunque se traten de estúpidos, prevaricadores o mentirosos. Han desaparecido los rimbombantes apelativos de excelentísimo e ilustrísimo señor, que sólo se emplean en las esquelas mortuorias. Durante un breve periodo fui designado miembro de un fantasmal Consejo Nacional de Prensa, que llevaba implícito la dignidad de ilustrísimo señor. Por aquel tiempo me regalaron un cachorro de perro, al que le impuse el nombre de Ilmo en conmemoración. Se lo regalé a mi buena amiga, la actriz María Mahor.

El tratamiento se apeaba con la mesura, armonía y delicadeza con que descabalgaba el caballero de fina raza de su montura de paseo. El tú indicaba confianza y afecto. Es sumamente difícil utilizar el tuteo con estricta educación y se ha diluido la brutalidad de quienes se dirigían a personas, transitoriamente subalternas, con el '¡oye, tú!'. El salto ha sido ancho y de forma universal nos vemos despojados de nuestro apellido. En todas partes, en el centro de salud, en la sucursal del banco, en los concursos de la tele, en las oficinas públicas nos llaman, con desconcertante familiaridad, por nuestro nombre de pila. Quizá para establecer diferencias algunos padres propinan a sus retoños esos nombres de la elaborada mitología vasca, o pidan el patronímico a las estrellas de cine. De ahí los Kevin y Johnatan Pérez y las Nevenkas o Melanias Rodríguez. Me hablaron de un niño en cuyo DNI figuraba: Montgomery Carballeira. La mejor razón que se me ocurre para que hayan desaparecido, prácticamente, las Pilares, las Marías, los Pepes y los Pacos de antaño. Cuestión de tratamiento.

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