Los sicarios abren sucursal en Madrid
Apesar de su juventud y de lo incómodo del viaje, el padre John Haider Pardo Zamudio voló desde Bogotá hasta Madrid vestido como un cura de los de toda la vida. Ya en el aeropuerto de Barajas, la policía española no se percató de que su pasaporte era tan falso como su alzacuello, y le dejó pasar. Unos días más tarde, el 17 de octubre de 2000, el falso cura, de 27 años, fue sorprendido cuando intentaba atracar a un joyero madrileño. Al verse acorralado, John Haider metió su mano debajo de la chaqueta, sacó una pistola y disparó, pero no consiguió escapar. Fue detenido y enviado a prisión. Tuvieron que pasar todavía unos meses para que se descubriera toda la verdad. El tal John Haider tampoco se llamaba así. Su verdadero nombre era Juan de Jesús Lozano Velásquez, y estaba siendo buscado en Colombia por matar a 11 personas en un bar de Bogotá llamado Reminiscencias.
Su sangre fría es tal que sus víctimas nunca llegan a sospechar que van a morir. Quedan con ellas en cualquier sitio, las tranquilizan con buenas palabras hasta que de pronto sacan sus pistolas y las acribillan
La historia de John Haider o Juan de Jesús, que aún continúa en una cárcel de las afueras de Madrid, coincide bastante con el perfil de los nuevos sicarios. Se parecen a sus antecesores -aquellos asesinos a sueldo que venían, mataban y se iban- en que son muy jóvenes y muy violentos, adoran los nombres exóticos y el dinero fácil, suelen ser devotos de un santo o de una Virgen, y mantienen una relación con el crimen que bien podría resumirse en la frase que le dijo uno de ellos al periodista colombiano Alonso Salazar: 'Uno aprende a matar sin que eso le moleste el sueño'.
Pistolas y santos
La diferencia principal estriba, por tanto, en que los nuevos sicarios viven aquí. Madrid, con 19 colombianos asesinados en 2001 y siete en lo que va de año, se ha convertido ya en la sucursal de los sicarios en Europa. La policía española, que contemplaba esa nueva realidad desde un aparente letargo, despertó de forma brutal el 12 de agosto pasado. Aquella mañana, dos sicarios colombianos buscados por un asesinato muy reciente abrieron fuego contra los policías que iban a detenerlos. Mataron al jefe de Homicidios de Madrid e hirieron a dos de sus agentes. Uno de los delincuentes -Carlos Arturo Bermúdez, un ex policía con diversas órdenes de busca y captura en su país- también murió en la refriega, y el otro, un tal John Danilo Porras, de 23 años, fue detenido. En el piso que compartían, camuflados entre inmigrantes honrados de los que a su vez se aprovechaban, la policía encontró tres pistolas, media docena de teléfonos móviles y una estampa de san Onofre.
Así, crimen a crimen, la policía ha ido confeccionando una suerte de retrato robot, un perfil aproximado del nuevo sicario colombiano asentado en España. 'Suele ser un tipo', explica un oficial de la Guardia Civil, 'que sale huyendo de su país, bien por causas pendientes con la justicia, bien por problemas con bandas rivales, y que aterriza en Madrid con un pasaporte falso y la necesidad de abrirse camino de la única forma que sabe. Yo detuve a uno que me dijo: 'Mire, agente, yo ya tengo 30 años; si me hubiera quedado en Colombia ya estaría muerto, así que todo lo que consiga vivir aquí es de propina'. Por eso, lo primero que procuran es agenciarse un arma, normalmente pistolas pequeñas, del calibre 6,35 o 7,65. Hacen su trabajo a la manera de allí'.
Los mismos métodos
Es ahí, en la forma de actuar, donde apenas hay frontera entre el pasado y el presente, entre Bogotá y Madrid. La noche del pasado 23 de junio, antes de convertirse en John Haider, Juan de Jesús Pardo Zamudio participó en una pelea en el bar Reminiscencias de Bogotá, un garito de 50 metros cuadrados donde bebían y bailaban unas 100 personas. Pardo Zamudio, también conocido por Juancho, El Pecoso o El Mono, no se llevó la mejor parte, así que alcanzó la puerta como pudo y desde allí avisó: 'Ahora van a ver lo que les viene'.
Según la fiscalía de Bogotá, Juan de Jesús regresó unos minutos después, pero ya con una metralleta Uzi. Disparó 65 proyectiles. Once personas murieron.
'Aquí actúan igual', sostiene un oficial de la policía especializado en la lucha contra la delincuencia organizada y violenta, 'son contratados por los jefes del narcotráfico para dar un escarmiento a quien no paga una deuda. Antes tenían que pagarle el viaje a un sicario para que viniera a hacer su trabajo, pero ya no es necesario. El asesino que viene, mata y se va sólo existe en las novelas. Aquí ya hay mano de obra suficiente. Y yo le puedo asegurar que hacen bien el trabajo. Su sangre fría es tal que sus víctimas nunca llegan a sospechar que van a morir. Quedan con ellas en cualquier sitio, a veces hasta en una cafetería; las tranquilizan con buenas palabras, hasta que de pronto sacan sus pistolas y las acribillan. Otras veces lo hacen más a las bravas. Llegan en una motocicleta, ocultos bajo los cascos, y el de atrás ni siquiera pone el pie en tierra. De una u otra forma, casi nunca quedan testigos. Y cuando los hay, jamás tienen ganas de hablar'.
Se mueven alrededor de determinados locutorios, de ciertas discotecas, de algunas agencias de viajes. La policía lo sabe, pero le resulta tremendamente difícil penetrar en su círculo. Utilizan expresiones de allí, palabras en clave, teléfonos móviles que compran por la mañana y tiran por la tarde. Cuando en vez de matar mueren, la policía sólo puede fiarse de sus huellas dactilares para conectarlos con su verdadero pasado.
Sólo a veces, cuando el trabajo escasea, aceptan encargos ocasionales: atracan bancos, roban apartamentos, desvalijan a joyeros. En eso precisamente estaba John Haider la mañana que le detuvieron. Fue condenado a siete años y ahora espera la extradición en una cárcel de Madrid. También allí practica el difícil equilibrio de los sicarios. De lunes a sábado, es el jefe indiscutible de su patio. Los domingos, va a misa. No hay que olvidar que John Haider fue cura durante un vuelo entre Bogotá y Madrid.
Una mancha de sangre
LO DICE UNO DE LOS 81.709 inmigrantes colombianos que viven regularmente en España: 'A veces siento vergüenza de decir de dónde soy'. A muchos de los 38.000 colombianos que aún esperan legalizar su situación les pasa exactamente lo mismo. Son muy pocos los sicarios que viven en España, pero la brutalidad de sus crímenes ha salpicado el buen nombre de Colombia, y ya se sabe que las manchas de sangre son muy difíciles de quitar. Para intentarlo, el embajador en España, Álvaro Villegas Villegas, no sólo ha reforzado su agregaduría policial para ponerla a disposición de las autoridades españolas. También ha encargado a la Universidad Pontificia de Comillas y a la Autónoma de Madrid que hicieran un retrato muy preciso de los colombianos en España. El estudio deja claro que el aporte que sus compatriotas hacen a la economía y a la convivencia es más positivo que negativo, pero las secuelas de la mala imagen también se hacen notar. Un 44% de los encuestados admite que su situación actual no coincide con las expectativas que albergaba antes de viajar a España, y un 46% valora la posibilidad de regresar.
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