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LA COLUMNA
Columna
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Prohibidas las preguntas

Josep Ramoneda

SE ACUSA al presidente del Gobierno de buscar réditos electorales a su política antiterrorista. ¿Qué partido no trabaja mirando de reojo al electorado? ¿Acaso no es por razones electorales que el PSOE no se desmarca de la estrategia de Aznar en la cuestión vasca? No son las intenciones, sino las políticas, lo que hay que juzgar. No porque todos los políticos se muevan por ambición; por ejemplo, hay que descalificar lo que hacen. Toda estrategia política tiene una argumentación -una doctrina, en los momentos hiperideológicos- que la acompaña. Los políticos buscan consenso para sus estrategias en la opinión: el apoyo de la ciudadanía es un bien no sólo necesario, sino deseable. Para conseguirlo tratan de llegar a la razón y a los sentimientos de los ciudadanos. Lo sentimental tiene mala reputación, pero poco se puede entender de la política si a gobernantes y gobernados se les juzga sólo por la estricta racionalidad de sus comportamientos. El calculador Aznar no está exento de las pasiones interiores, como todo mortal.

En la construcción del discurso legitimador de su política antiterrorista, Aznar está dando pasos que producen cierta perplejidad, tanto desde el punto de vista moral como desde el político. En el ámbito español: las movilizaciones antiterroristas de los últimos años, a partir de Ermua, han contribuido sin duda al reconocimiento de las víctimas del terrorismo, una deuda de la transición en la que hubo momentos en que pareció como si fueran un estorbo. Pero una cosa es el reconocimiento y otra la patrimonialización. Y Aznar ha cruzado esta frontera más de una vez. La más reciente, en Barcelona. Los sufrimientos del PP no justifican establecer un rango y poner a los suyos a la cabeza de las víctimas. No es sólo inaceptable políticamente -rompe el espíritu de cualquier pacto antiterrorista-, sino que es insoportable moralmente. No puede haber víctimas de distintas clases. Ni puede hacer un presidente del Gobierno de la condición de víctima una bandera partidaria, porque está tomando el nombre de los que sufrieron en vano.

En el ámbito global: Aznar viene desplegando un discurso antiterrorista mimético del de Bush. Un discurso basado en la amalgama, en la creación de un gran magma del mal, que es el terrorismo sin distinción de lugar, de conflicto y de situación. A la que hay un atentado, sin formular pregunta alguna se le incorpora directamente a la imprecisa red del terrorismo fundamentalista. La culminación de la adhesión de Aznar a la doctrina de Bush la hemos visto en su incondicional adhesión a la solución definitiva que Putin escogió para acabar con el secuestro de un teatro de Moscú.

Desde este ocaso de la razón ha construido Aznar las piezas básicas de su argumento. La primera es una pregunta: '¿Cuál era la alternativa a lo que ordenó Putin?'. La respuesta la da el mismo presidente: 'La alternativa no podía ser dar la razón a terroristas armados dispuestos a morir y a llevarse por delante a quien fuera necesario para lograr sus objetivos'. No hace falta incidir demasiado en las enormes trampas lógicas del razonamiento. Es evidente que la solución Putin no era la única. Para poner diversas opciones sobre la mesa se convocaron a varios expertos. Que la opción Putin era mejorable lo demuestra la muerte de un centenar de rehenes y la ejecución sumaria de varios terroristas adormecidos por el gas. Un gobernante demócrata debería tener alternativa ante estas ejecuciones de Estado. Aznar, no. Y -segundo pilar ar-gumental- cierra terminantemente todo debate: 'En materia de terrorismo no se pueden diferenciar causas y razones, porque el origen del terrorismo es el fanatismo'.

La primera condición para resolver un problema es analizarlo con rigor. Mal principio. poner cosas tan diversas en un mismo saco. ¿Es lo mismo realmente la acción de unos terroristas de un país como Chechenia, que ha sido arrasado por Rusia, que, pongamos por caso, la acción de unos terroristas en el marco de un país democrático como España en que se respeten las leyes y los derechos humanos? Moralmente, la acción terrorista puede ser igual de condenable; pero políticamente son situaciones imposibles de equiparar. Para Aznar, esta distinción -o cualquier otra- no es pertinente. A la que en un conflicto interviene el terrorismo, deja de tener causas y razones, deja de tener perfil propio: entra en el gran barullo terrorista. Y contra él vale todo. Es la doctrina Bush, asumida por Putin, que Aznar aplaude. ¿Obnubilación mental o cinismo autoritario? Quedan prohibidas las preguntas. El que levante la mano es terrorista.

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