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Columna
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Atropellados

Supongo que recuerdan aquella anécdota en la que un inglés estrella su magnífico coche, en un pequeño camino comarcal, contra la carreta en la que viajaba pausadamente un pobre campesino. El impacto dejó despanzurrado en medio del campo al perro, caballo y campesino. El inglés, absolutamente desolado, se encuentra al chucho en un estado lamentable y, sufriendo por el triste estado del animal, le descerraja un tiro allí mismo para liberarle de un final doloroso. Más adelante está el caballo, tumbado y con una pata rota, lo que conmueve también los finos y delicados sentimientos del inglés hacia los animales, por lo que decide igualmente acabar con su vida mediante un certero disparo de escopeta. El campesino está peor, enredado entre unas zarzas, sin poder moverse, los brazos retorcidos, un ojo desencajado y sangrando por la cabeza. Cuando observa que la mirada triste y caritativa del inglés se dirige hacia él, llena de sufrimiento por el mal que ha causado y dispuesto a aliviarle de sus penas, le grita desaforado que no pasa nada, que está muy bien, sólo rasguños sin importancia, nada que no se arregle con unas cuantas tiritas aquí y allí. Le pide que siga su camino y se olvide de todo, que se encuentra perfecto y saludable como nunca.

Cada día me parece más inteligente la actitud del campesino atropellado. Llega uno a pensar que si en algún momento desgraciado te encuentras en medio de una situación límite, secuestrado o aterrorizado por grupos de fanáticos que creen salvajemente en su verdad, puede que lo mejor sea decir que no pasa nada, que ya pasará, que sólo es una experiencia más. Porque la tragedia ocurrida en el teatro ruso, el procedimiento empleado para liberar del terrorismo a ciudadanos secuestrados, siempre con la mejor intención y en nombre de la libertad, es para echarse a temblar. Resulta espantoso llegar a dudar si no sería mejor quedar tirado en el camino, como el campesino del cuento, a que intente salvarte otra pandilla de fanáticos.

Pero al margen de estos acontecimientos dramáticos, el tema se puede generalizar. Cuanto más criticamos situaciones de injusticia social, problemas urgentes y conflictos varios, cuantos más atropellos y abusos denunciamos, peor se ponen las cosas para todos nosotros. Por ejemplo, casi todos estamos de acuerdo en que la educación, en todos sus niveles, está en plena putrefacción. Cuando conseguimos que nos hagan caso, aparece una ley tras otra que empeora todavía más la situación. Igual que pedimos que la sanidad mejore en asistencia, investigación y racionalidad, pero logramos a cambio que se privatice un poco más cada día. Denunciamos el atropello que se está realizando con los ancianos, abandonados por la familia y sin la asistencia adecuada, y gracias a la denuncia logramos catering social, comidas a domicilio servidas en otro idioma. Es muy posible que nos estemos equivocando, que no sea bueno pedir ayuda y remedio para tantas cosas, porque la respuesta que obtenemos nos deja peor que estábamos.

O sea, que el inglés del cuento siga su camino porque al menos así conservaremos el perro, el caballo y parte de nuestra anatomía, que ya es mucho para los tiempos que corren.

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