Artista criminal
Uno de los retratos más troglodíticos y exuberantes que se han hecho de un artista presenta a Louise Bourgeois (París, 1911) como una mujer salida de un cuadro de Groz, toda una dama de ciudad cuya mirada y expresión son más bien las de una arpía rapaz. Una bruja que en vez de volar a lomos de una escoba sostiene bajo su brazo un gran pene de látex, con sus testículos y todo. Louise Bourgeois está enfundada en un abrigo de pelo de mono y está acariciando el miembro. La forma simbólica de la escultora junto a su Fillete (1968) muestra una ilusión antes que una realidad. Cuando Mapplethorpe citó a Louise Bourgeois en su estudio para hacerle esta fotografía, ella se presentó con su 'chiquilla': 'Sabía que si la sujetaba y mecía me iba a sentir más cómoda. En ella se puede ver una imagen triple: el hombre al que hay que cuidar, el niño al que hay que cuidar y el fotógrafo al que hay que cuidar'. Para Louise Bourgeois el arte era una forma de exorcizar el miedo, y la 'fillete' el camino para la destrucción/reconstrucción del padre, la fusión de lo masculino y lo femenino, una polaridad que también puede verse en sus numerosas esculturas de mármol (Cúmulo I, 1969; Femme couteau, 1969-1970).
DESTRUCCIÓN DEL PADRE/ RECONSTRUCCIÓN DEL PADRE
Louise Bourgeois. Traducción de Rafael Jackson y Pedro Navarro Síntesis. Madrid, 2002 191 páginas. 17,19 euros
Louise Bourgeois recuerda su adolescencia en la Escuela de Beaux Arts de París, en uno de los apuntes biográficos que ahora se recopilan en un libro básico para entender el imaginario de la escultora viva más importante del siglo XX, y que centrifuga argumentos a partir de su obra capital, esa especie de cueva de Cíclope llamada La destrucción del padre (1974): 'En la escuela teníamos un modelo masculino de desnudo. Un día, el modelo miró en torno suyo, se fijó en una estudiante y de repente tuvo una erección. Yo estaba sorprendida, entonces pensé, '¡qué suceso tan fantástico, revelar tu vulnerabilidad de manera tan explícita!'.
La selección de sus escritos, pensamientos y entrevistas confirman que en el caso de esta escultora ya anciana, vida y obra se abrazan en un objeto bello ('mi cuerpo es mi escultura') y que esa belleza se compone de un cúmulo de experiencias. Es la reificación.
Hija de unos restauradores de tapices, Bourgeois comenzó su carrera a los 15 años, confeccionando dibujos para el taller de sus padres. Pasó de puntillas por todos los 'ismos', se casó con un profesor de Historia del Arte, a los 27 años cambió la torre Eiffel por la estatua de la Libertad y tuvo tres hijos. Su mayor obstáculo en la vida fue también su mejor material. Su padre, un ser arrogante y machista, fue objeto de un tremendo amor y odio. Destruction of the father cuenta la catarsis de la artista al materializar esos sentimientos en una escultura ideada como una gruta llena de formas bulbosas y pechos. Así lo cuenta: 'En la mesa, no dejaba de alardear de su persona (...) De repente, se producía una tensión máxima, terrible, y lo agarrábamos -mi hermano, mi hermana, mi madre y yo- y lo colocábamos encima de la mesa y le arrancábamos los brazos y las piernas: lo desmembrábamos. Y éramos tan eficaces en esta labor que acabábamos devorándolo'.
Ésa es la bourgeois, aunque aquel festín fuera menos propio de un burgués que de un caníbal.
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