'Reivindico el derecho de criticar el periodismo desde dentro'
Arcadi Espada (Barcelona, 1957) lee periódicos desde su infancia y lleva 25 años curtiéndose en el oficio. Desde hace tiempo quería escribir una reflexión sobre la práctica periodística (que tanto le preocupa y critica) sin caer en las convenciones académicas, que le aburren. Por eso en su libro Diarios -que mereció el Premio Espasa de Ensayo 2002 y sale ahora a la venta- eligió la forma narrativa del diario, que le permite perseguir y analizar con puntualidad los principales acontecimientos del pasado año. Espada es colaborador de EL PAÍS.
Pregunta. Su libro arranca con una crítica feroz a la mezcla de ficción y realidad en el periodismo. Y como ejemplo cita la biografía de Garzón, El hombre que veía amanecer, de Pilar Urbano.
'Es absurdo e inmoral ocultar los efectos de la violencia terrorista'
Respuesta. La herencia de Truman Capote y el nuevo periodismo es nefasta. Empieza en Capote; el libro fundacional es A sangre fría, y acaba en un cafetín. El periodismo nunca puede ser ficción, la infección literaria ha hecho mucho daño al periodismo y el ejemplo malévolo acaba en Pilar Urbano.
P. Usted habla del poder del periodismo no sólo para crear angustia con la exhibición de los dramas, sino como efecto narcotizante. ¿No cree que los lectores procesan ese relato según su propia percepción?
R. El periodismo tiene una cosa estupenda. Los medios de comunicación son los autores de que, en el mundo, el hombre sea más solidario de lo que era hace 100 años. Nos conmueve la caída de un avión en Tailandia y eso no ocurría en el XVIII. Pero no debemos engañarnos sobre la capacidad de los hombres para soportar los dramas. A partir de un cierto momento o uno se anestesia o deserta, necesita un descanso. Y para ello está el lenguaje gélido, hipnótico, que dice cosas pero no emociona.
P. ¿Cree que el periodismo altera tanto la realidad cotidiana?
R. Mi anterior libro fue sobre la red de pederastia en el Raval, la historia de una mentira policial, mediática... El mejor ejemplo de construcción de una ficcción. Y lo más jodido es que se construye sobre las ruinas de la verdad.
P. Jean-Luc Godard dijo hace ya 30 años que un telediario acabaría siendo interpretado por actores. ¿Es de suponer que el lector se traga todo?
R. El lector traga con todo si está bien interpretado. Es la típica visión de los que no distinguen entre verdad y ficción. Eso ha influido sobre todo en el telespectador. El New York Times publicó una fotografía de una pareja con un cadáver en la playa y los editores dijeros que revelaba un hecho: la indiferencia de Occidente, y la gente lo cree así. Llegará un momento en que no sólo no distinga ficción y realidad, sino que no le interese.
P. Su crítica se extiende a Soldados de Salamina, de Javier Cercas, porque como no encuentra al soldado republicano que salvó a Sánchez Mazas se lo inventa.
R. Cuando salió su libro me interesó muchísimo, y Cercas es compañero del periódico en Barcelona. Pero mi decepción fue absoluta. Es muy importante distinguir entre lo que es real y lo que no, y él lo mezcla todo. ¿Cúando sabemos qué ocurrió y qué no, dónde está la línea divisoria? Ahora están las memorias de García Márquez. Comprendo que por vender tenga que introducir la ficción y recurrir a eso de que 'la vida no es como es, es como me la contaron'..., son majaderías. O escribes vida o escribes novela, pero no diga tonterías. El reportaje Noticia de un secuestro se llegó a vender como una novela porque desencadena un alud imaginativo, de deseo. Pero quiero que me digan dónde empiezan los hechos y dónde las ficciones, porque si me lo mezcla es un traficante. Luego dirán que me meto con todos.
P. Y lo hace, con Millás y Josep Ramoneda, por ejemplo. Tampoco se escapa ningún periódico, ni el suyo, y al fin y al cabo usted forma parte del engranaje.
R. Reivindico el derecho a hacer la crítica desde dentro. Me ocupo de mi oficio y de mi diario, el más importante, el que ha formado mi punto de vista intelectual y es el objeto de mis preocupaciones, no voy a hacerlo sobre los liliputienses, con perdón. Eso debe entenderse más allá de las querellas personales que alguno pueda interponer. Yo llego a decir de mí en el libro 'Anda, imbécil', cosa que no digo de nadie más.
P. Usted está convencido de que los medios tienen que hablar de los terroristas, incluso hablar con ellos. ¿No cree que la profusión de información sobre terrorismo puede generar el efecto propagandístico que buscan?
R. Hay que mostrarlos porque son los actores de un suceso básico: arrebatar la vida de un hombre. Los periódicos no son pasarelas de diversión, sino reflejo del mundo. Es absurdo e inmoral ocultar los efectos de la violencia terrorista, como en 1979, cuando a las víctimas se les ocultaba en el sumidero de media columna. Y no creo que la exhibición del mal contribuya a expandirlo, al contrario. Pero, aunque así fuera, no es razón suficiente para que las víctimas no estén en los periódicos. Me da igual si eso contribuye a la expansión del terrorismo. La vida no vale como factor máximo, tenemos derecho a vivirla en determinadas condiciones.
P. El libro tiene un tono general desolador.
R. Es una cuestión de la edad. La medida de envejecer la debe de dar ese día en el que leas los periódicos y no conozcas a nadie. Me pasa con Tentaciones. Imagínese que un día todo el periódico sea Tentaciones, cuando eso pasa ya estás muerto.
Babelia
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