Lorca en Almería, otra vez
Acabo de asistir a unas escenas de Bodas de sangre, montadas con admirable entusiasmo por los alumnos del Instituto de Enseñanza Secundaria de Portocarrero, en Almería, y no sólo me han sacado unas lágrimas sino que, como suele ocurrir con las grandes obras de teatro que uno vuelve a ver representadas, me han revelado nuevos (para mí) matices del texto. Una frase de la mujer de Leonardo, por ejemplo, recordando el día de la boda suya: 'Así salí yo de mi casa también. Que me cabía todo el campo en la boca'. Son cosas que da Andalucía.
Como es archisabido, el trágico suceso que inspiró al poeta granadino ocurrió en el campo almeriense en julio de 1928. Bodas de sangre, fruto de un proceso de maduración interna que duró cuatro años, insiste sobre la codicia que hace imposible la pasión de Leonardo y la Novia, personificada en el padre de ésta, que se opone a la relación por la falta de medios del pretendiente. En efecto tanto él como la madre del Novio están obsesionados con la propiedad: con la consecución de nuevos terrenos, con las parcelas interpuestas de otros que impiden tener todo bajo un solo linde, etcétera. ¿Hay que seguir la inclinación amorosa pase lo que pase, como propone uno de los Leñadores? No, lo que cuenta sobre todo es juntar metros cuadrados, no cuerpos. Y, ahora que lo pienso, qué vocablo más ofensivo el de terrateniente. Esto es mío, por herencia o por mi esfuerzo, y si me lo tocas te abro en canal. Y así por el estilo.
También acabo de ver la última, y magnífica, película de Chus Gutiérrez, Poniente, y con parecido resultado, aunque esta vez la compasión se mezcla de dolor y rabia. El aspecto de los invernaderos que ya cubren prácticamente la totalidad de los secanos aludidos en Bodas de sangre -y luego evocados por Goytisolo en Campos de Níjar- es desolador, con la ironía añadida de que, en un sector de los mismos, unas pancartas informan al visitante de que se encuentra en medio de un Parque Natural. A la ética por la estética, preconizaba Fernando de los Ríos. Si es así, poca ética podemos esperar ya de los que han destrozado el paisaje de Almería, y que ahora, cada día más, lo están haciendo en la costa de Granada. Y que no se me diga que no había, que no hay, otras alternativas. Uno se niega a creer que el avance económico sea necesariamente incompatible con la conservación del medio ambiente. E insisto en creer que hay sitios tan bellos, tan únicos y tan históricos -recordemos otra vez la vega de Salobreña- que ninguna pretendida ventaja económica justifica su irreversible desaparición.
Almería ha tenido el magnífico detalle de dar el nombre de Federico García Lorca a su hermosa avenida principal, al final de la cual, quitados los edificios y naves que estorbaban la vista, ya se aprecian el puerto y el mar. Existe, además, la propuesta de salvar de la destrucción, y darle un uso cultural, el Cortijo del Fraile, tan relacionado con el trasfondo de Bodas de sangre. Almería se está portando muy bien con Lorca. Entretanto, en Granada, no tiene aún ni calle ni monumento. A diferencia de otro poeta, creo que poco leído, Luis Rosales, que dispone ya de placeta y placa. Qué curioso.
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