Príncipes de Asturias

Desde el primer año de su concesión, en 1981, el prestigio y reconocimiento internacionales cosechados por los Premios Príncipe de Asturias, que se entregan hoy en Oviedo, no han hecho más que acrecentarse. Pero la nómina de los premiados en 2002 merece una atención especial. En estos tiempos de preocupación internacional y de incertidumbre, en los que cunde la claudicación ante la ganancia fácil e inmediata, todos y cada uno de los Príncipe de Asturias de este año lo han sido por desarrollar un compromiso firme con el rigor y con la calidad. Lo mismo en la selección de fútbol de Brasil, que en el Comité Científico para la Investigación de la Antártida, en la labor de los padres de Internet o en la obra de Woody Allen, Arthur Miller, Edward Said, Daniel Barenboim, Anthony Giddens o Hans Magnus Enzensberger, no se premia tanto el éxito cuanto una manera de llegar a él.

Por otra parte, los jurados han acertado al actuar -como ya se hizo excepcionalmente otras veces- con una apertura de criterio que ha marcado decisivamente esta edición, y que debería tal vez convertirse en el signo distintivo de estos premios. Apertura de criterio respecto de la procedencia de los galardonados, primando su capacidad de influencia internacional y, por tanto, en el mundo latinoamericano, sobre su vinculación personal o lingüística con éste. Pero también al distinguir la labor de algunos de los más destacados representantes del pensamiento crítico, de personalidades capaces de ir contracorriente con el único propósito de promover un mundo más justo y habitable, en el que se reduzca la incertidumbre que hoy embarga a tantos ciudadanos.