Identidades e intereses
Estamos en plena fase prepospujolista. Las caras empiezan a estar definidas. Las alianzas potenciales no tanto. Se anuncian nuevas lecturas de nuevos libros. Pero, retórica al margen, lo que tenemos por una parte es una reducción del perfil ideológico de los populares y convergentes, un refuerzo de la corriente gerencialista y de servicio a los intereses económicos y un intento de reagrupar fuerzas del centro derecha. Decía Josep Piqué el pasado domingo: 'El único malestar posible en una sociedad democrática es el que se da cuando los gobiernos no gestionan bien sus competencias'. No hay mejor frase para ejemplificar la voluntad de construir una política que predique la despolitización como mejor opción de futuro para el país.
La política actual malvive entre intereses e identidades, y pocos son capaces de unir las dos orillas en un proyecto integrador
Hace tiempo que la política en Cataluña, y no sólo en Cataluña, no pasa por sus mejores momentos. Y no es fácil abrir espacios para debatir en serio qué valores y qué políticas para qué sociedad. Los políticos profesionales prefieren reducir el debate a mensajes cortos que conecten con las sensibilidades primarias de una ciudadanía que vive la precariedad, la lucha contra el tiempo y las incógnitas de futuro con creciente zozobra y nerviosismo. La política ha encontrado sus mejores momentos cuando ha sido capaz de ofrecer un proyecto de futuro que vinculase intereses e identidades en un espacio territorial determinado y con un tejido social cohesionado en torno a ese proyecto. Pujol supo hacerlo muchos atrás años, y ha vivido de las rentas en este último decenio, cuando ni la identidad ni los intereses lograban tapar sus vías de agua. Pero sigue teniendo la dignidad de quien personalizó un momento histórico y un proyecto político colectivo.
Piqué no representa nada de esto. Su único bagaje es haber ido manteniendo el tipo con mayor o menor fortuna en sus distintas responsabilidades públicas y privadas, pero nunca ha transmitido proyecto, nunca ha transmitido liderazgo. Nos promete gestionar bien las competencias. Promete, en círculos más íntimos, gestionar bien los intereses de quienes le escuchan. En eso se está reconvirtiendo la política. En un juego de intereses o en un juego de identidades, y pocos son capaces de tratar de recrear los puentes que permitan unir ambas orillas en un proyecto integrador. La opción aznariana, revestida aquí de amabilidad catalana, insiste en crear las condiciones para un correcto funcionamiento de la sociedad. La función de Cataluña sería colaborar en la definitiva modernización de España, sin complejos, sin victimismos... y sin identidad. La retirada de la política en nombre de la eficiencia favorece el aumento de la distancia entre la gente y los centros de poder, y reduce de hecho la capacidad de control de la ciudadanía. Los medios de comunicación hacen el resto, configurando un imaginario de buen funcionamiento del país, reunido en torno a un líder que asegura continuidad e integración, y las dosis necesarias de renacionalización simbólica que dé un sentido unitario a tanta aventura individual.
En ese contexto de ofensiva aznariana, el proyecto neoconvergente no acaba de arrancar. Se debate entre los nuevos aires de mayor eficiencia y de modernización del discurso de Mas y sus allegados, y la necesidad de seguir alimentando el fuego de las esencias. Son ya muchos años de utilizar la identidad amenazada para ocultar o disfrazar intereses puros y duros. Estaríamos aquí en el lado opuesto de lo antes denunciado. Si antes se quería esconder los intereses detrás de una identidad más o menos agitada simbólicamente, aquí sería la identidad la que fagocitaría los intereses. Ni en uno ni en otro campo encontraremos remedio a nuestros males.
En el otro lado se duda entre clarificar el mensaje, como trata de hacer Iniciativa con propuestas concretas y mentalidad transformadora, o mantener la ambigüedad como vía para aprovechar el desgaste de los que llevan más de 20 años gobernando. El tiempo va pasando inexorablemente, y Carod deberá ser capaz de clarificar el discurso de los intereses, ya que la defensa de la identidad se la damos por supuesta, como el valor en el soldado. Maragall ha ido dando señales de que entiende que con los viejos esquemas poco podremos hacer en esta nueva época de posindustrialismo y riesgo. Pero en su entorno todos le previenen para que no nos sorprenda demasiado y se atenga a un esquema más clásico, de menor compromiso. Y entre todos, la casa sin barrer.
Es desesperante constatar que la mayoría de mensajes se dirigen a un centro hipotético en que cada vez hay menos gente, a un votante teórico que en realidad lucha para sobrevivir entre tanta tensión laboral, familiar y social, y así cada día aumenta la distancia entre las élites políticas y la cotidianidad ciudadana. El miedo de unos a perder por primera vez o el miedo de los otros a perder de nuevo no dejan resquicios para presentar proyectos ambiciosos y transformadores del país. Son pocas las señales que nos indiquen cómo salir de donde estamos, y que nos inviten a compartir con los profesionales de la política el cómo mantener y abrir una sociedad donde valga la pena vivir. Necesitamos urgentemente políticos, y no gestores de competencias o sacerdotes de esencias. Políticos que sepan operar modestamente, reconociendo la importancia de la iniciativa social, defendiendo autonomía, igualdad y diferencia, y reuniendo intereses e identidades en torno a un proyecto colectivo de progreso. Necesitamos más política que abra espacios específicos y temporales para juntos encontrar caminos en los que nos reconozcamos y en los que sea posible defender los intereses de un país que muchos quisiéramos más justo y solidario.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.
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