Triana se queda sin corrales
Los vecinos denuncian que la especulación y la desidia política amenaza esta vivienda tradicional
'El corral de vecinos es de ordinario un edificio de construcción antiquísima, que revela a la legua el haber sido, allá corriendo los siglos, casa solariega de un noble que vino a menos y por cuatro cuartos la malbarató para retocar los carteles de su enmohecido escudo'. Así empezaba Luis Montoto su descripción de los corrales de vecinos en el libro que les dedicó en 1884.
De estos corrales había un centenar largo a finales del siglo XIX, la mayoría de ellos en Triana; en el censo del año 2000, aún figuraban 47. Hoy ya sólo quedan 15. Eduardo Corrientes, presidente de Copavetria, la asociación en defensa de los patios y corrales de vecinos de Triana, aún recuerda cuando toda la calle Pagés del Corro, una de las arterias del barrio, estaba llena de estas viviendas. 'Sólo había una casa, y la llamábamos La Señorita', cuenta.
Eduardo tiene 83 años y sigue viviendo donde nació, en el Corral de la Encarnación, el único declarado Bien de Interés Etnológico por la Consejería de Cultura. La Junta de Compensación, que comparte la propiedad junto a la Gerencia de Urbanismo y un particular, recurrió la declaración, pero el pasado mes de junio, el TSJA ratificó el título.
Eso le salva de la declaración de ruina que se cierne sobre muchos de estos inmuebles y que acaba llevando, en muchos casos, al derribo del edificio y su conversión en bloques de pisos por los que se llegan a pagar 250.000 euros. 'Nos quieren echar, hacer pisos y venderlos', asegura Eduardo, 'pero yo estoy tan patrimoniado como el corral y si salgo de aquí es para ir a enterrarme'.
Los vecinos del Corral de la Encarnación pagan entre 30 y 42 euros de alquiler mensual, y, los más antiguos, como Eduardo y su hijo, poco más de seis euros. Sólo 11 de las 22 viviendas están habitadas. El resto, 'se caen a pedazos', afirma Eduardo.
Urbanismo ejecutó en el corral diversas obras hace cuatro años, pero los vecinos no guardan buen recuerdo y señalan que, en algunos aspectos, fue para peor. 'Lo único bueno fue que pusieron el alcantarillado', subraya Eduardo, que, asegura que les cambiaron las losas de Tarifa del suelo por las actuales de pizarra y les robaron las antiguas tejas árabes para instalar techos de uralita. 'La uralita está prohibida hasta para el ganado, ¿cómo la ponen en una casa?', se lamenta.
Este vecino también se queja del alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín, que firmó con él un contrato programa antes de las elecciones municipales de 1999 por el que se comprometía, entre otros aspectos, a realizar revisiones periódicas de las estructuras básicas del edificio e inspecciones anuales de las condiciones de saubridad. 'Por aquí no ha aparecido nadie desde entonces', explica Eduardo.
'Me he reunido dos veces con él', insiste, 'pero me dice que, como no tiene mayoría absoluta, tiene que consultarlo con el PA, que son los de Urbanismo, y que no puede cumplir los puntos que prometió'. A Monteseirín sí que le agradece, sin embargo, que cuando era presidente de la Diputación sufragase las tres cuartas partes que costaba el cambio de alumbrado. 'Después de la obra estuvimos dos meses con velas y fue la Diputación la que nos salvó', recuerda Eduardo.
Otros corrales, como el de la Casa Quemá, en el número 72 de la Calle Pureza, esperan desde hace tiempo su rehabilitación. Una de sus vecinas, Cristina Cerrato, advierte de que la suerte de cada corral depende de su propietario. El del suyo, en vez de venderlo, ha optado por rehabilitarlo con la financiación de Urbanismo y la Junta. Los trámites ya están hechos y las obras están a la espera de fondos económicos.
La intención de los vecinos es recuperar, en los posible, la antigua fisonomía de la Casa Quemá, que se ha visto alterada con diversas obras. Además, a Cristina le gustaría recuperar también la relación de 'gran familia' que caracterizaba a los vecinos de los corrales. 'Si alguien tenía una alegría la vivíamos todos, y si tenía un disgusto, igual. Hoy nos seguimos llevando bien, pero algunos, los más nuevos, hacen su vida'.
La última inquilina
El corral de la Encarnación es un conjunto formado por las casas de la Calle Pagés del Corro, 126, 128 y 130, y sólo la de en medio forma parte del patrimonio histórico. El número 126 está declarado en ruinas desde hace dos años y en el 130 queda una única vecina, Dolores Ruiz, de 71 años, a la que hace seis meses Urbanismo le notificó que su vivivienda estaba en ruina económica y que ella debía desalojarla.
El interior de la casa de Dolores tiene buen aspecto. 'Los techos están nuevos, lo arreglaron todo hace tres años', explica, 'pero hace unos meses entraron unos albañiles y se pusieron a apuntalar algunas habitaciones de repente y a decir que las vigas estaban podridas y atadas con alambres'.
Eduardo Corrientes, su vecino del número 128, no se cree la ruina del edificio y está convencido de que todo es un 'montaje' para echar a la única inquilinina que queda. 'Lo han hecho queriendo, rompiendo las vigas aprovechando las obras que se están haciendo en el número 126', asegura.
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