Uribe pasa el primer examen
Colombia es un enfermo de extrema gravedad crónica, al que nunca, sin embargo, se llega a desahuciar, porque, pese a todos los indicadores en contrario, muestra un tenaz apego a la vida. Y ocurre que hoy, a los 75 días -versión acortada, por la aceleración de la historia, de los 100 días clásicos- de presidencia del liberal disidente Álvaro Uribe, el paciente muestra hasta modestos signos de mejoría.
El primero, que confirman todas las fuentes, es el de que la preocupación por la guerra contra las FARC y el narcotráfico ha cedido prioridad a la angustia ante la situación económica. Sólo en un país como Colombia, el desempleo, la baja productividad, el insuficiente crecimiento y el progresivo empobrecimiento de las clases medias pueden constituir una buena noticia.
Sólo en un país como Colombia, el desempleo, la baja productividad y el progresivo empobrecimiento de las clases medias pueden constituir una buena noticia
Probablemente es todo, hasta ahora, más cuestión de percepciones que de cambios radicales sobre el terreno, pero la realidad es la forma en que la percibimos.
La gente circula hoy por Bogotá con una confianza mayor que en épocas recientes en que no tiene por qué pasarle nada, y ese nuevo sentimiento no se refiere únicamente al combate en la jungla, sino que afecta también al orden público. La policía, y no ya en la capital, que siempre ha estado bastante protegida, al menos en sus zonas más respetables, sino en ciudades tan inquietas como Medellín, ha comenzado una operación rescate de las poblaciones, que es muy pronto aún para valorar, pero que sólo por existir ya tranquiliza.
Es ésta una contraofensiva muy necesaria, porque las FARC y los paras, que también leen periódicos -aunque convendría que lo hicieran más, dado el bajísimo índice de venta de diarios en el país, unos 35 o 40 por 1.000 habitantes-, saben que Estados Unidos está reforzando la capacidad ofensiva del ejército colombiano, y su táctica es la de infiltrarse en lo que no sea objetivo fácil de bombardear.
En la jungla, las FARC están sintiendo una presión que desconocían. Los helicópteros artillados Blackhawk se utilizan ya con buen efecto, porque, también por primera vez, hay un sistema de satélites que permite rastrear desde el aire las concentraciones enemigas, que, al mismo tiempo, no puede ser destruido por la guerrilla como antes, apenas cargándose una torre de comunicaciones. El arma aérea, que, igualmente, hasta hace muy poco era un instrumento de combate exclusivamente diurno, de seis a seis, como una romería, tiene ya capacidad de combate nocturno. El sueño de la guerrilla se ve por ello punteado por un despertador de muerte, que no le deja conciliar fácilmente el sueño.
No ha habido en estos dos meses y medio, sin embargo, ninguna gran operación, cerco, ofensiva, liberación de territorio que le permita al presidente mostrar a la opinión un éxito individual y sin precedentes, lo que, sin duda, sigue haciéndole mucha falta. Se está lejos de eso, y además la guerrilla, lógicamente, va a evitar las batallas en campo abierto. Pero la opinión sigue dándole al presidente, como el primer día, altísimas cotas de aprobación, porque nota una mayor decisión en el combate, un nuevo sentido de misión y de propósito que echaba muy en falta.
Incógnitas
Junto a ello hay también incógnitas que no acaban de despejarse. No parece próximo el canje con las FARC de presos de ambos bandos -que formalmente prohíbe la Constitución, pero que el fértil ingenio de los legisladores colombianos hallaría la forma de soslayar-, porque el ejército no lo ve con entusiasmo, ya que implicaría un reconocimiento de hecho de alguna simetría entre las fuerzas del Estado y las de la insurrección; ni, con ello, habrá tampoco acuerdo sobre humanización de la guerra, porque si las FARC se sienten acosadas no lo querrán, para no mostrar signos de debilidad.
En el frente puramente político, las cosas no van mal, pero apenas responden a las expectativas. La reforma, por vía de un próximo referéndum que ofrece 16 renglones diferentes a la ajetreada consideración del elector, está llena de buenas intenciones, pero no producirá renovación de la clase política, que es lo que quería el presidente.
Los legisladores seguirán siendo los elegidos en la primavera pasada; se dice que unos cuantos de ellos, próximos a los paramilitares. Con lo que lo esencial es que se reducirá el despilfarro -el auxilio parlamentario o subsidio clientelista a los diputados-, así como se ganará en transparencia en la utilización del presupuesto. Uribe, líder victorioso de un movimiento por fuera de los partidos, pero vástago de la clase política de siempre, difícilmente va a ser el que le dé un vuelco al sistema, aunque sí es capaz de hacerlo más responsable, menos corrupto, más efectivo.
A los tres cuartos de sus 100 días, Álvaro Uribe Vélez parece que cumple, pero aún no se sabe si lo que se ve es la luz al principio o al final del túnel, o, siquiera, si se ha llegado ya al túnel.
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