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LA COLUMNA
Columna
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La realidad y el ruido

Josep Ramoneda

ANTE UN AUTO como el de Garzón es difícil separar la realidad del ruido. La realidad, y por aquí hay que empezar, es que la violencia de ETA ha tenido entre sus objetivos principales la intimidación de los sectores de la población vasca tildados como españolistas por el hecho de rechazar su proyecto independentista; la realidad es que en la historia del entramado de cercanías de ETA que ahora responde por el nombre de Batasuna han sido recurrentes proyectos como la depuración del censo o el carné vasco y es una consigna habitual echar a los españolistas del País Vasco. Hace un par de años, Gesto por la Paz acuñó la expresión 'violencia de persecución ideológica'. Me parece que explica muy bien tanto la obstinación contra determinadas personas -listas, llamadas telefónicas, amenazas en los muros del barrio, ataques a sus domicilios y finalmente aten-tados- como el objetivo global de la acción terrorista, que consiste en matar a uno para intimidar a muchos miles.

A partir de esta realidad empieza el ruido. El ruido de Garzón que, por grandilocuencia o precipitación, utiliza lenguajes y procedimientos que en vez de favorecer su trabajo lo lastran. Recurrir a la expresión limpieza étnica puede tener sentido para buscar un encaje de los hechos que instruye en el Estatuto de Roma que rige la Corte Penal Internacional, pero crea confusión y más que abrir los ojos a la ciudadanía sobre la realidad vasca contribuye a que los mantengan entornados aquellos más insensibles y da pie a los que discrepan de sus procedimientos para esconder lo fundamental colocando lo anecdótico en primer plano. La acreditada audacia de Garzón, que le ha permitido abrir caminos a la justicia que otros más timoratos mantenían cerrados (desde el caso Pinochet hasta el que nos ocupa), no quita que la imprecisión sobre las personas acusadas y la vastedad de los hechos objeto de la instrucción dan a la actuación un preocupante tufo de 'causa general'.

Unas 200.000 personas han abandonado el País Vasco en los últimos 20 años. Pero la gran mayoría lo han hecho por razones socioeconómicas: gente joven que ha buscado nuevos horizontes en otras partes o gente mayor que al jubilarse o al quedarse sin trabajo ha optado por volver a los lugares de origen. Hay unos cuantos miles -y aunque fuera uno sólo ya sería demasiado- que lo han hecho por la presión de ETA-Batasuna. La expresión limpieza étnica existe como amenaza permanente, pero probablemente es desproporcionada en comparación con otros episodios ocurridos en la misma Europa. El uso de las metáforas en la literatura judicial es arriesgado.

El PNV se apunta rápidamente al ruido, descalificando a Garzón de plano y buscando argumentos legales contra el juez. Pero el auto contiene un regalo para los propósitos del PNV que no debería pasarles inadvertido: la consagración del derecho de autodeterminación, un derecho que, escribe el juez, 'es el primero de los incluidos en el Pacto de Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas'.

La actividad criminal de ETA-Batasuna hace que dos planos que deberían ser paralelos, lo penal y lo político, se entremezclen demasiado a menudo. Los autos de Garzón se mueven en un terreno en el que es muy frágil la frontera que separa la descripción judicial del argumento político. La proclividad del Gobierno del PP a utilizar políticamente las actuaciones judiciales y a confundir su acción con la del juez, como si una fuera prolongación de la otra, no hace sino aumentar el ruido, lo cual no ayuda a la transparencia y pulcritud de los procedimientos.

Pero, y acabo por donde empecé, antes que el ruido está la realidad. La transición en el País Vasco estuvo contaminada por una idea que resultó ser falsa: que la cuestión de ETA se resolvía encontrando una prenda, una señal, una modificación legal, con la que ésta se diera por satisfecha y justificara la entrega de las armas. Esta idea ha estado subyacente en casi todas las estrategias diseñadas, incluido el mítico Pacto de Ajuria Enea. Y sigue estando todavía en algunas mentes. Era una confusión explicable, porque partía de un razonamiento analógico: todos pensábamos que, liquidado el franquismo, también ETA entraría en la normalidad democrática. Ha sido necesaria la crisis de Lizarra para que se entendiera definitivamente que ETA es una organización totalitaria y que este tipo de organizaciones sólo dejan de practicar el terrorismo cuando son derrotadas o cuando consiguen el poder. Ésta es la realidad de fondo que debemos tener presente si no queremos dejarnos arrastrar por el ruido.

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