La pareja mixta
La vieja regla del amor dice que las parejas suelen ser más felices si se componen de miembros parecidos. Es decir, que pertenecen a un estatus social semejante, que han recibido conocimientos de nivel equivalente o que nacieron dentro de la misma región. Con ese patrimonio común se garantizaría un mejor entendimiento, una inclinación hacia lo mismo, una avenencia más fácil en los momentos de compartir el ocio y los intereses. Pertenecer a religiones y razas distintas, haber nacido en regiones distantes entre sí, estar habituados a alimentaciones incompatibles, puede saldarse, obviamente, en frecuentes desacuerdos. Pero ¿qué sucede cuando el mundo se convierte en multicultural y los viajes, las mescolanzas, forman el mismo estilo del mundo? De una parte que las uniones, por lo general y de acuerdo al talante de las cosas no son muy duraderas. Y, de otra, que el sentido de la pareja altera su antiguo carácter familiar para cobrar una naturaleza nueva, entre la amistad y el romanticismo, la pasión, el juego y la sociedad mercantil.
Cuando los noviazgos eran del todo endogámicos, la idea de familia, los lugares de vacación y hasta las ubicaciones de los mausoleos se reproducían. Ahora, en cambio, el otro de la pareja puede representar en sí un viaje de aventuras dirigido al exterior exótico y no al interior. En Estados Unidos, donde a pesar de la contigüidad de razas, cada uno se casaba con los de su color, ha empezado a explotar el número de matrimonios interraciales hasta triplicarse en los últimos años. Una razón, según un reciente informe de L'Express, se debe a que las mujeres negras son mucho más numerosas que los hombres blancos disponibles. Son más numerosas en parte debido al censo y en parte porque los jóvenes negros viven en la cárcel. Hasta una tercera parte de los negros padecen algún pleito con la justicia a lo largo de su vida y por cada blanco en presidio hay siete negros en las celdas.
Este es un factor de cantidad. Pero, a su lado, coopera un elemento de calidad. Como viene sucediendo con frecuencia, las mujeres, una vez acceden a los estudios, trabajan con más asiduidad y se revelan más responsables en la culminación de las titulaciones. La consecuencia, entre las negras, es que acceden más a puestos relativamente elevados que sus compañeros negros y en ese nivel se relacionan con los jefes blancos. De esta forma, el ascenso social se produce no insistiendo en el propio color sino aliándose con el otro. Coreanas, chinas, japonesas siguen el mismo itinerario en una sociedad multicultural a la que han accedido como emigrantes.
A diferencia de lo que antes se veía como un obstáculo para la armonía amorosa, cada vez más el mundo internacionalizado demanda parejas internacionales, hablando sólo en inglés y ejerciendo una independencia constante. Los datos diferenciales, que antes podrían tenerse por negativos en el diagnóstico sobre la felicidad, se han transmutado en indispensables para el funcionamiento flexible, móvil y variante de la actualidad. Las comidas no son de un lugar u otro, sino internacionales. Las religiones no pertenecen a uno u otro rito duro, sino que son sincretismos acomodados. ¿Las preferencias? Las parejas multiétnicas reproducen en la variedad de su composición la constelación de elecciones fuera de ella. Las diferencias dejan de ser el motivo de grescas para traducirse en golosinas. Un mundo sin mixturas reclama la homogeneidad pero en la cultura del mestizaje ganan las uniones heterogéneas. La única experiencia pionera de los españoles en la contemporaneidad fue la moda de los progres en los sesenta a casarse con francesas, suizas o belgas. Con ellas se accedía a otro mundo, exótico entonces y por vía sexual. Ahora, vía sexual, se accede a la realidad misma, patente en nuestro mundo e incluso podría estimarse que elegir hoy a alguien de la misma condición, la misma creencia, la misma piel, roza el incesto. El único tabú que permanece vivo tras la última revolución sexual y que ahora se muestra repulsivamente en la ofuscada voluptuosidad de los movimientos nacionalistas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.