El francotirador
El francotirador de Washington sigue sin ser identificado ni localizado, y 1.300 policías y un complejo aparato técnico, terrestre y aéreo, han sido desplegados sin resultado por los Estados de Virginia y Maryland. En los colegios, los niños no salen al recreo, los restaurantes han retirado sus terrazas, la gente no pasea, y en muchas gasolineras han dispuesto barricadas con vehículos y maderas para defender a los conductores que repostan. Para pedir colaboración ciudadana la policía ofrece hasta medio millón de dólares, un dinero que ha venido creciendo por aportaciones privadas.
La víctima mortal número 9 ha sido una empleada del FBI, organismo que acumula fracaso tras fracaso en sus investigaciones. Asesinos múltiples no han faltado en Estados Unidos, pero nunca el acribillamiento se había producido siguiendo este largo proceso, día tras día, y en un tiempo de especial sensibilidad de los norteamericanos ante el terror. La sensación de vulnerabilidad que no había conocido EE UU hasta el 11-S se confirma a partir de este clamoroso ejemplo de impunidad. El crimen parece más posible que nunca y a manos de quien se lo proponga, contando con la incompetencia de los policías y su afán de ostentación. El arma del homicida es tan corriente que puede obtenerse en numerosos comercios de Virginia y con tres días de espera en el Estado de Maryland; las balas son baratas; la mira telescópica, mediocre; el tirador, uno más, y no importa si en estas favorables circunstancias se declara Dios.
'Aquí no hay furia, sino juego', ha dicho un forense del FBI ante el octavo cadáver de la cuenta de alguien que mata no por delirio sádico o como exasperada venganza, sino por el regate con la muerte y con la vida, al estilo de los deportes extremos, donde se apuesta hasta el borde de la supervivencia y se obtiene de ahí el inefable escalofrío de no morir. El criminal de Washington no parece un loco, sino un monstruoso producto elaborado por los vigentes modelos de adicción, en los que el terror es el patrón-valor de nuestro tiempo, y el francotirador, su expresión químicamente pura, sin rastro de compasión ni resto de humanidad.
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