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Columna
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Bajo la lluvia

Josep Ramoneda

A Alberto Fernández Díaz le fijaron dos objetivos cuando se presentó a las elecciones autonómicas de 1999: que impidiera un gobierno de coalición CiU-Esquerra y que contribuyera a evitar una victoria socialista. A esto último colaboró con un resultado electoral aceptable en la periferia barcelonesa. En relación con lo primero, ha consolidado la alianza parlamentaria entre PP y CiU, administrando correctamente la estrategia decidida en Madrid: someter a CiU, pero con las concesiones necesarias para no provocar una ruptura, es decir, para no entregarla en manos de Esquerra. De nada sirve en política hacer los deberes. Quien manda tiene otras simpatías y otros horizontes. Josep Piqué, que el día de 1996 en que recibió la llamada de La Moncloa cayó del caballo y quedó deslumbrado por el castellano recio que gobierna España, el mismo que se saltó el escalafón pasando de simpatizante a miembro de la dirección nacional del partido, de un solo salto, viene ahora a ocupar la plaza de Fernández Díaz por orden superior, sin que de nada le sirva a éste la pulcritud de los deberes entregados.

Por lo que pudiera pasar, Aznar ha decidido acompañarle en su singladura con un apoyo y una presencia en Cataluña de la que nunca gozó Alberto Fernández. En cualquier caso, resulta curioso que en las próximas elecciones autonómicas la representación conservadora en Cataluña esté asumida por dos personas nombradas a dedo por sus patronos: Josep Piqué y Artur Mas. ¡Qué difícil es introducir las tradiciones democráticas en un país! En otros estados vecinos, cuando uno quiere ser candidato a una alta instancia se presenta, hace un trabajo político de carácter público, se lanza a la conquista de adhesiones dentro de su partido y, finalmente, afronta una votación con otros contrincantes. Aquí no. Aquí ni los militantes de CiU han tenido la oportunidad de escoger entre Mas, Duran y Esteve, pongamos por caso. Ni los del PP entre Fernández y Piqué. Se trata de buscar el favor del jefe. Y el que lo consigue ya lo tiene todo hecho porque sabe que sus rivales no se atreverán a ir por libre. Los medios de comunicación aplauden el espíritu de unidad del partido, en vez de lamentar la mofa democrática que se ha oficiado. Pero es así en casi todos los partidos. Y cuando hay una excepción acaba mal, como ocurrió en el PSOE (en el caso Borrell-Almunia), o es por circunstancias muy particulares, como el desafío de Rodríguez Zapatero a la antigua dirección del PSOE, que sigue siendo uno de los principales activos.

Pero vayamos al caso que nos ocupaba. Piqué, entronizado por Aznar. Y éste paseando por Cataluña para prepararle el terreno. Es curioso que todos los partidos tienden a buscar candidatos que se asemejan a su rival electoral, al partido con el que se pisan electores. Aznar ve en Piqué un convergente moderado, convencido de que si todos fueran así la confederación de derechas autónomas ya estaría oficializada. Pero Aznar quizá no es consciente de que Piqué se crió como político en sus brazos en Madrid y por tanto es ahora un parachuté del presidente, que es algo que siempre hace mal efecto. El Aznar sobrado de esta última legislatura debe de pensar que él puede arreglarlo todo y por eso se ha montado una agenda de paseos triunfales por Cataluña. Sospecho que si se repiten a menudo no contarán con la obsequiosa colaboración de CiU que tuvo la visita de la semana pasada.

El guión era perfecto, pero a veces hay circunstancias imprevisibles que ensombrecen la mejor película. En este caso fue la meteorología. Lo que no calculó Aznar es que en los telediarios de Cataluña su viaje triunfal se fundía con las imágenes de los ciudadanos que sufrían las consecuencias del agua, de la mala planificación territorial, de las negligencias en inversiones imprescindibles, de la incapacidad de las administraciones para afrontar problemas que se repiten cada año. Los ciudadanos, cuando ven que lo han perdido casi todo, no distinguen si es culpa de unos o de otros, pero seguro que ni ellos ni los que ven la televisión con complicidad solidaria entienden que alguien, con aquel telón de fondo, esté haciendo propaganda de sus inversiones en Cataluña.

Mientras Aznar se paseaba triunfalmente por la ciudad, Felip Puig -en un alarde de sectarismo incapaz de frenarse siquiera ante la catástrofe-, en vez de ayudar a sacar agua, cargaba contra la Administración local. La suma era un retablo lamentable de falta de sensibilidad de los políticos con los problemas más elementales de la ciudadanía, cuyas consecuencias probablemente las acabe pagando electoralmente, por aquello de la proximidad, el alcalde de Castelldefels, pero que, sin duda, no refuerza el vínculo gobernantes-gobernados. Viene ahora el calvario burocrático que tendrán que afrontar los afectados para acabar de fomentar el desafecto a lo público.

Esto también es política, no sólo los grandes discursos sobre el encaje de España. He oído estos días el argumento de que fueron unas lluvias excepcionales. Falso. Incluso se ha intentado compararlas con las inundaciones de este verano en Centroeuropa, lo que no resiste cualquier argumento meteorológico. Lo que ocurrió la semana pasada es habitual. Y confirma dos cosas: que no hay control ecosistémico real del territorio y que no hay una prioridad clara ni un gasto suficiente en materia de infraestructuras.Pero, sobre todo, pone sobre la mesa una cuestión que se está retardando demasiado: la urgencia de reforzar debidamente el poder local. El poder local es la cenicienta del Estado de las autonomías, pillado entre dos centralismos (el estatal y el autonómico), lejos de alcanzar el nivel de recursos necesario para afrontar estos y otros muchos problemas. Y al mismo tiempo es el único que puede atender eficientemente multitud de problemas de la vida cotidiana de los ciudadanos.

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Ante esta realidad municipal, la única respuesta del presidente Aznar (que tantas veces se ha llenado la boca hablando de pacto local) es la eliminación del IAE sin una propuesta clara de financiación alternativa. Lo cual, en la actual coyuntura y con el mito del déficit cero como horizonte ideológico del Gobierno, quiere decir simple y llanamente que los ayuntamientos tendrán menos dinero. El presidente cumple sus promesas de bajar impuestos a costa de otra administración -la que tiene menos recursos-. No lo duden, repercutirá rápidamente y de modo negativo en la propia ciudadanía. Porque milagros no hay: las cosas se pagan. Y si no hay dinero, se hacen menos cosas. ¿Por qué el Gobierno catalán no ha aprovechado la visita de Aznar para preguntarle cómo piensa compensar el IAE? El victimismo de CiU, además de retórico, es selectivo.

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